Ada: Sana y salva.

3.9K 272 4
                                    

Son las diez, estoy en casa, sentada en el sofá y sintiéndome más patética que nunca. Estoy envuelta en una manta, con mi pijama favorito y fumándome todo un paquete de tabaco. Después de estar un tiempo bajo la lluvia me empecé a encontrar mal, así que decidí volver. Pillar un resfriado no iba a hacer que Arabella me tocase a la puerta para proclamar su amor por mí a los cuatro vientos. Después me di una ducha y me quité el maquillaje y las lentillas, me deshice de todo lo que me pesa, o al menos de todo lo que pude. Porque sí, es cierto que un corazón es una carga. E irónicamente más pesa cuando parte de él está lejos. Me siento estúpida, sin mucha esperanza, no encuentro nada que me haga ilusión. Intento pensar en las chicas, en Loreto, en mi nuevo trabajo, en que este verano de nuevo iré a cantar al crucero... Pero encuentro todo insulso, me aburre, no me siento llena, quiero más. Sí, estoy siendo una desagradecida, pero supongo que no puedo evitarlo, está en la naturaleza humana.

Me levanto, agobiada y algo acalorada a pesar de que sigue lloviendo. Me encamino a mi habitación, miro las paredes, empapeladas de recuerdos, y luego me miro en el espejo. Debo de ser fuerte. No me encuentro bien, necesito un paseo nocturno que me aclare las ideas. Así que me visto con lo primero que pillo y me hago una coleta rápida. Me pongo la capucha y una chaqueta gruesa y salgo a la calle con solo las llaves.

Llevo al menos una hora paseando bajo la lluvia, después de todo parece que sí quiero pillar un resfriado. He comprado un paquete de tabaco, esquivado a unos quinceañeros pesados, y comprado en una tienda dos botellas de vino. Supongo que esa será mi noche, yo, un paquete de tabaco y dos botellas de alcohol, hoy no puedo aspirar a más, y tampoco tengo fuerzas. Cuando entro en el portal no siento ganas de subir, ni de entrar a casa, pero debo hacerlo, tampoco siento que tenga ningún otro sitio al que ir. En otras circunstancias puede que hubiese ido a casa de Guri, pero no he vuelto a hablar con ella.

Cuando el ascensor se abre me quedo paralizada, hay un bulto en la alfombra de mi casa. Escucho una respiración. Siento que me tiemblan las piernas, pero es mi casa y tengo que entrar, o también podría llamar a la policía. Antes de darle al botón que me lleve abajo enciendo la luz del móvil para ver quién es, mi corazón se para unos segundos, contengo la respiración. Es Arabella, ¿dormida? Salgo deprisa del ascensor y me acerco a ella. Me agacho y la contemplo unos segundos. Tiene los ojos rojos e hinchados. Miro una de sus manos, tienen cuatro heridas pequeñas, sus uñas. Se ha clavado sus propias uñas a la piel. Me quedo pensando en qué hacer, pero está claro que dejarla aquí no es una opción.

-¿Arabella? -la llamo agitando suavemente su hombro.

Abre los ojos poco a poco. Tiene las venas acentuadas. ¿Qué ha podido ocurrir?

Se levanta poco a poco, hace una mueca de dolor al poner las palmas de las manos contra el suelo, al levantarlas deja un pequeño rastro de sangre casi seca.

-Ada...

La ayudo a levantarse, nos quedamos así unos segundos. Ella aferrándose a mis brazos, yo sosteniéndola como puedo, al final termino abrazándola. Evidentemente ha pasado algo muy malo, sino no estaría aquí después de la pelea de esta tarde.

-Lo siento... yo no quería, de verdad... -comienza a decir entre sollozos.

-No, Arabella, no pienses en eso ahora ¿vale? Tienes que entrar. Necesitas que te ayude.

Se deja hacer, la ayudo a entrar y a llegar hasta el salón. La siento en el sofá y la estudio unos segundos, definitivamente tiene que haber pasado algo horrible. La veo vulnerable, pequeña, y más joven de lo que me pareció la primera noche que estuvo aquí.

-Sé que no me debes nada Ada.

-Eso no importa, no necesito deberte algo para ayudarte. Espera aquí.

Me dirijo rápidamente a coger algo para curar las heridas, mientras dejo un poco de leche calentarse.

-Deja que te vea las manos -pido agachándome.

Cuando las abre veo que tiembla, le sujeto por las muñecas suavemente y le acaricio la zona de las venas.

-Sea lo que sea que te haya pasado... Cuenta conmigo.

No dice nada, abre ligeramente los ojos, supongo que sorprendida ante mi actitud.

-No merezco tanta atención.

No digo nada, le curo las heridas y hago un vendaje sencillo en ambas manos. Me levanto y le preparo una taza de chocolate caliente. Me miro las manos, tengo algo de sangre en ellas. Parece que ambas estamos destinadas a curarnos las heridas mutuamente. Cuando entro de nuevo en el salón veo que está más tranquila, al menos ya no llora. Le pongo la taza delante y me siento a su lado, sin saber si debo dejarla hablar o preguntar yo. Decido callarme.

Había deseado que esto ocurriese, que Arabella volviese a mi puerta como la otra vez, pero sin duda hay que tener cuidado con lo que deseas, porque no me gusta nada verla así. A pesar de todo, me siento tranquila, tranquila de ser yo quien la cuide. No sé quién la habrá cuidado otras veces, pero visto lo visto, y conociendo bien esa parte de la vida, esa persona no lo ha hecho bien.

-¿Sabes una cosa? -pregunta Arabella-, cuando he empezado a encontrarme realmente mal he pensado en ti, y no quiero que pienses que me estoy aprovechando de tu generosidad... Pero de verdad sentía, siento... que no tengo otro lugar al que ir, o al que desee ir.

-No sé qué te ha pasado, ni ahora ni en la vida, y tú tampoco sabes lo que me ha podido pasar a mí... Pero creo que las dos tenemos en común más de lo que pensamos... Supongo que lo que intento decir es que aquí tienes un lugar donde estar sana y salva.

No sé si he expresado con claridad lo que intentaba decir, pero al menos espero que sienta que aquí hay lugar para ella. Porque sé lo que es sentir no tener lugar en el mundo, y no querría que ella sintiese algo así más.

-Estoy tan cansada... -murmura.

-¿Quieres subir a la cama? -pregunto cautelosa.

-¿Puedo quedarme aquí? No me veo con fuerzas de levantarme.

Asiento y le dedico una sonrisa.

-Te traeré mantas y un pijama, no te preocupes.

Cuando le dejo todo en la mesa, la miro por última vez antes de apagar la luz.

-Puedes quedarte tanto tiempo como necesites. Ah, y mañana tendrás una tanda de tortitas esperando.

-Gracias, de todo corazón.

Su voz es como un hilo tenue que se desliza por la oscuridad hasta mi interior, me quedo con esa sensación hasta que me quedo dormida.

En armonía |COMPLETO|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora