Arabella: Frío y pequeño corazón.

4.9K 351 14
                                    

Está claro, nunca más volveré a ser la misma. Han pasado diez días desde que la vi, aquella pelirroja encantadora, aquella pelirroja de ensueño, sí, me quitó por completo el aliento, y juro que por unos instantes se me paró el corazón. Han sido días de reflexión, cuando me levanté por la mañana y pensé en ella no me creía lo que estaba pensando, mucho menos lo que estaba sintiendo, la había visto y me había gustado, algo tan simple como eso, pero es que no era simple para mí. Odio que esté tan normalizado el que me guste un chico y no tenga que pensarlo mil veces, porque para los demás no es nada raro, en cambio si veo a una chica y me gusta tengo que pensarlo mil veces, y gracias al entorno que me rodea no puedo evitar pensar que está mal. ¿Por qué? ¿Por qué reprimirme? ¿Por qué no dejarme a mí misma ser feliz? No puedo creer que tenga tan poca estima por mí misma que me esté reprimiendo, que esté alejando lo que verdaderamente ansío. Ansío tocarla, saber cómo es su piel, descubrir lo que se siente al sentir los latidos de su corazón cada vez más rápidos, hasta que se tranquilicen de nuevo justo antes de que sean los míos los que empiezan a agitarse en mi pecho.

-¿No comes? -me pregunta mi madre, mirando concienzudamente mi plato.

Miro el plato, que está casi vacío sin que yo lo haya tocado, unas cuatro hojas de lechuga y poco más. Estoy hambrienta, pero no de comida, mucho menos de verdura.

Me imagino que me levanto de golpe y tiro la mesa, dejo a mis padres atrapados debajo, sin importarme, y echo a correr hasta que me duela todo el cuerpo. Después me imagino que los miro y les digo la verdad. No me imagino qué cara pondrían, al decirles que me gustan las chicas, y que no pienso volver a tocar un chico en mi vida porque ya sí que no puedo fingir más. Les estoy dejando ganar, les estoy dejando que piensen que soy quienes quieren que sea.

Empiezo a comer tan rápido como puedo y me levanto, mi madre me mira, asegurándose de que todo está bajo control, pero nada lo está.

-Tengo que ir a recoger unas partituras que quiero practicar para la clase de mañana ¿vale?

-¿No pueden esperar? -pregunta mi padre, extrañado de que quiera salir a estas horas.

-No -contesto secamente.

No sé cómo, pero me han dejado salir y ahora tengo al menos dos horas de libertad que no sé como aprovechar. No tengo muchos amigos, y los que conozco están ocupados. Al final me decanto por ir a la hamburguesería ya que me apetece un batido de cerezas y hace buen tiempo para tomarlo en la terraza mientras me fumo un cigarro. Saco de la guantera uno y me lo enciendo, pongo mi canción favorita ''Cold Little Heart'' y noto el aire fresco sacudiéndome el pelo. Estos momentos son por los que vivo.

Me siento tranquila en la terraza, me siento un poco rara con esta ropa. A día de hoy me sigue incomodando. Llevo una falda plisada como siempre de color pistacho junto un polo blanco, el pequeño cocodrilo verde me incomoda, pero ahí está plantando, como diciendo ''mira, puedo permitirme comprar cosas de marca aunque no tengo gusto alguno para elegir algo bonito, pero no importa porque es caro''. Me río por lo bajo y le doy un sorbo a mi batido de cereza, justo cuando me estoy encendiendo el cigarro la veo. Pestañeo por unos segundos, la chica pelirroja está cruzando la carretera y dirigiéndose hacia aquí. Intento no ponerme nerviosa pero siento cómo todo me tiembla, incluso las pestañas diría yo. Me quedo embelesada mirándola, lleva unas medias de purpurina negras y encima un vestido color rojo sangre de punto. Puedo divisar su sujetador de encaje negro y noto cómo la cara me arde. Es curioso como puedes sentir algo tan intenso hacia una persona que ni siquiera conoce tu existencia. No puedo mirar hacia otro lado, pero la verdad es que me doy cuenta de que ni siquiera me mira cuando pasa a mi lado. Huele a vainilla. Siempre he odiado ese olor, creo que ahora lo adoro más que nada. Entra moviendo su larguísimo pelo que lleva recogido en una coleta alta que se balancea sobre su bonita espalda. Me termino el batido mientras miro la puerta para no perder detalle alguno, entonces la veo salir. Y algo ocurre, ¿destino? Puede ser, al menos eso creo cuando se precipita hacia el suelo al tropezarse con el pequeño escalón, normal, lleva unas plataformas imposibles. No sé cómo lo hago, mucho menos sé cómo reúno la valentía para hacerlo, pero cuando quiero darme cuenta me estoy levantando rápidamente y acercándome a ella que sigue en el suelo. El batido que llevaba en las manos se le ha desparramando por todo le suelo, y no puedo evitar sonreír al ver que es el mismo batido que yo me he pedido. Me agacho y la miro unos instantes a los ojos, no sé por qué, pero de repente siento que no tengo palabras.

-Estoy bien... lo siento -murmura mientras coge el batido aunque ya no tenga solución.

Abro ligeramente los ojos y me pongo de pie, le ofrezco la mano.

-¿Te acabas de disculpar conmigo por caerte? -pregunto dedicándole una sonrisa.

Cuando me coge la mano siento que me estoy muriendo, literalmente siento que se me ha olvidado respirar. El corazón empieza a latir con fuerza y las piernas dejan de sostenerme, la gravedad no existe, solo su mano apretando la mía. La levanto delicadamente y se queda pegada a mí, nos miramos unos instantes y si no estaba ya lo suficientemente roja antes, ahora debo parecer la bandera de japón. Soy la primera en apartar la mirada, me fijo en sus rodillas que se dejan ver ya que se ha roto las medias, están ensangrentadas.

-Tus rodillas -la aviso.

Agacha la mirada y pone una mueca de dolor.

-Es curioso, hasta que no me lo has dicho no me han empezado a doler.

Nos miramos y nos reímos al unísono. Y es una sensación preciosa.

-Deberías de curarlas antes de que se infecten.

-Mmm... ¿eres estudiante de medicina? -pregunta totalmente en serio.

-No, no... La verdad es que no soy nada, quiero decir... Da igual. No lo soy, pero me saqué el verano pasado un curso de primeros auxilios, aunque creo que cualquiera sabe eso. No quiero decir que tú seas...

-Vale, vale -me interrumpe-, debo curarme.

Ahora se irá, y no la volveré a ver, y no... no puedo imaginármelo. No quiero perderle de vista otra vez. El destino ya ha hecho suficiente, ahora es mi turno.

-Debería ir a la farmacia, no tengo nada en casa.

Da un pequeño paso y hace una mueca de dolor.

-¿Te acompaño? -pregunto antes de pensarlo mejor.

Estoy pareciendo una acosadora, una pesada, una rarita en toda regla. Me dirá que no, lo sé.

-¿En serio? Ya no quedan personas como tú. Gracias...

Intento ocultar mi sorpresa y mi creciente felicidad. Esto no puede estar pasando.

Nos ponemos a caminar despacio en silencio, y aunque sé cómo se llama, debo de preguntarlo. No voy a empezar a decir su nombre cuando ella no me ha visto en la vida.

-¿Cómo te llamas?

Me mira y sonríe.

-Ada, me llamo Ada, ¿y tú?

Siento que mi mundo no volverá a ser igual, siento que mi historia acaba de cambiar para siempre.

En armonía |COMPLETO|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora