Lila: ¿Rendirse?

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No sé en qué momento la playa se convirtió en mi refugio, pero así es hoy día. Cuando llegué a Italia jamás me había parado a contemplar el océano, no a propósito. Así que fue lo primero que hice después de asentarme. Cogí un autobús, llegué hasta aquí y me senté justo donde estoy ahora, en un columpio un tanto oxidado pero que sigue funcionando. Recuerdo que miré el columpio de al lado y me sentí sola, no conocía a nadie en este país y pensé en cuánto me gustaría que alguien estuviera ahí, balanceándose conmigo. Pero no había nadie, me sentía perdida, sola y derrotada en parte. Y ahora mismo me siento igual, a pesar de tener amigos, de tener un trabajo, de tener esa libertad e independencia que tanto me costó conseguir... me siento como si no tuviera nada, así de desagradecida estoy siendo. Pero no me importa nada más que Arabella y sus razones. Sus razones de por qué me dejó de esa manera, porque desde luego no puede ser solo por eso. Podría tener una relación conmigo y su padre no tendría que saberlo. Quizás yo no le gusto, quizás me detesta, a lo mejor se dio cuenta de que no le gustan las chicas. En el fondo quizás la Arabella que he visto hasta ahora era todo fachada, mentira. Puede que esa chica dulce y cariñosa, comprensiva y un poco vergonzosa no fuera más que una mentira que me contó. No puedo evitar pensar en que le he contado toda mi historia, algo que no me he atrevido ni siquiera a decir en alto en los últimos años. Le he contado la verdad de mi procedencia y esto es todo lo que tengo a cambio como respuesta, nada, un vacío inaudito. Desde luego no era lo que imaginaba que ocurriría la primera vez que decidiese ser honesta con alguien, y duele tanto que no sé cómo explicarlo.

Saco mi móvil y miro la hora, las seis y media, a las nueve debo de estar en el mismo lugar donde cené con Arabella y las demás para trabajar. Tengo que cantar, un solo. No me apetece nada pero debo de hacerlo porque aunque la vida se me esté cayendo a pedazos sigo necesitando el dinero.

Pulso la galería y veo las tres últimas imágenes, las que me envió Cara, la madre adoptiva de Axel, mi hijo. Aunque cuando le miro no lo veo de esa forma, me sigo preocupando por él. Recuerdo la primera vez que decidí ponerme en contacto con Cara, ella no tenía ningún inconveniente en que yo estuviera informada sobre la vida de Axel, pero yo tenía miedo. Finalmente decidí dar el paso y desde entonces me envía fotos todas las semanas. Voy revisándolas una a una, Axel en su primer cumpleaños, en su primer día de guardería, con un gorro de lana de colores que su abuela le tejió, leyendo su primer libro, otra sujetando un algodón de azúcar en la feria, y veo mi favorita; sale toda su familia, sus padres, su dos hermanas y sus abuelos. Él sonríe como si fuera el niño más feliz del mundo, lleva un peto vaquero y una mochila con forma de plátano. No puedo evitar que se me escape una lágrima como siempre que veo estas fotos, me siento feliz por él, cada vez que lo veo, cada vez que me doy cuenta de que tomé la decisión correcta... no puedo evitar emocionarme. Y más ahora después de todo lo que ha ocurrido, más ahora que me siento sola.

El móvil suena, es Eva, la mujer que lleva los eventos del restaurante en el que trabajo.

-¿Sí?

-Hola Ada, solo llamo para decirte que tocarás Can't help falling in love para abrir la noche en vez de Broken Ones ¿estás bien con el cambio?

Suspiro y me enjuago una de las últimas lágrimas.

-Claro, sin problema. Nos vemos a las nueve ¿vale?

Cuelgo y me levanto del columpio, hay demasiadas cosas que hacer, y no puedo evitar la vida solo por un desengaño amoroso ¿no? Aunque lo que realmente me apetece ahora mismo es encerrarme en mi habitación con dos botellas de vino y un paquete de tabaco mientras me regodeo en mi miseria.

Me voy directamente al restaurante, dejo que me arreglen. Me colocan un vestido rosa palo de tirantes con un bordado bastante bonito. Aunque no es algo que yo me pondría por elección, cuando me miro en el espejo tengo que reconocer que es muy bonito y queda bastante bien con la palidez de mi piel.

-¿No has pensando en quitarte ese color de pelo? -me pregunta Eva cuando entra a la sala donde me están dando los últimos retoques.

Me miro en el espejo, el rojo potente no encaja demasiado con el rosa palo, y en el fondo tampoco conmigo, pero eso evito pensarlo demasiado tiempo.

-Sí, lo haré en algún momento.

-Recogedlo, que no sea tan llamativo por favor -ordena a uno de los peluqueros.

Tacha algo de su libreta, la cual lleva siempre a todas partes como una extensión de su cuerpo, echa un último vistazo y cuando se asegura de que todo está en orden se marcha.

Cuando terminan con el pelo y el maquillaje me quedo contemplándome unos instantes en el espejo. Me siento agobiada, no tengo ganas de hacer esto, ni de llevar este vestido, tampoco tengo ganas de este recogido que me aprieta la cabeza o del maquillaje que hace que parezca una muñeca de porcelana sin rasgos.

Reprimo la tentación de coger el móvil, así que lo meto en el cajón bajo llave y me levanto dispuesta  a trabajar como si nada estuviera pasando.

El escenario se oscurece, escucho las voces del público. No puedo evitar pensar en que hacía un mes estaba ahí, con Arabella, como si nada malo fuera a pasar, como si fuésemos a estar así para siempre. Las luces me iluminan y miro al público antes de cantar, es una especie de costumbre que tengo. Mi corazón se para cuando la veo ahí, Arabella sentada con la misma cara que tengo yo, junto al que supongo será su padre y un chico joven que supongo será su hermano, el cual está al lado de una chica joven que no sé quién puede ser. Pero eso no importa nada, no importa ni siquiera un poco, porque cuando su mirada se cruza con la mía, cuando contemplo sus expresión, no me hace falta ni dos segundos para darme cuenta de que lo que sentía por mí no era mentira, que todo lo que me ofreció era verdad. Que Arabella me quiere, tanto como yo a ella. Y sobre todo que las cosas no van a quedar así.

En armonía |COMPLETO|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora