Padre

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El sol se filtraba por la ventana de la habitación, el cielo estaba despejado y los gritos de niños jugando lo alegraban. Era día del padre y los niños por costumbre le escribían cartas, hacían dibujos sobre él y uno que otro compraba algo con sus escasos ahorros. Alexander Anderson era feliz con esos pequeños detalles, él vivía para servir a Dios a través de los niños, el saber que hacía un cambio en ellos valía cada día de su existencia.

A algunos les perdía el rastro cuando crecían y tenían que ver su propio bienestar, otros lo frecuentaban a veces, pero siempre era la misma historia, niños llegando y saliendo de su vida. Se sentó en su escritorio y esbozó una cansada sonrisa, no se había percatado de los obsequios que permanecían apartados de los demás, en una esquina junto a sus documentos sin revisar. Tomó uno de los narcisos y aspiró su aroma, Heinkel era la mejor escogiendo flores desde que era una niña; la cesta con galletas adornada con un enorme moño azul celeste, Yumiko siempre gustó de la repostería y esas galletas eran las favoritas del padre... Y Maxwell, ese bribón siempre le daba el día libre.

Los niños iban y venían en su vida, pero esos tres decidieron quedarse, atando su destino a Iscariote. Ya no eran las inocentes almas que llegaron a su cuidado muchos años atrás, pero esa tradición se conservaba entre ellos a pesar de todo. De todos los días del año, el día del padre era su favorito.

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