Mal tercio

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Caminaban en dirección al sótano, justo a los aposentos de la draculina. Había un silencio que comenzaba a ser incómodo, Pip iba con las manos en la nuca y un cigarrillo en los labios, Seras andaba con el rostro ladeado hacía el lado contrario. Esa noche hubo una misión que parecía pan comido, pero casi le costó la vida al capitán Bernadotte. Llegaron a las escaleras que conducían al subterráneo de la mansión y aquí era donde siempre se separaban, pero el castaño no dio señal de despedida alguna.

— No tiene que acompañarme, capitán.

— ¿Te molesta?

— ¡No!

Negó efusivamente. No podía ocultar la emoción interna que sentía ante la idea de ser escoltada hasta su alcoba, como si estuviesen regresando de una cita. No podía engañarse por más tiempo, le gustaba ese hombre y aprendió a disfrutar de su presencia a pesar del recurrente acoso que sufría de su parte.

— Entonces dame ese gusto. Me salvaste el trasero, lo menos que puedo hacer es asegurarme de que llegues bien hasta tu cuarto.

— No creo que me suceda algo allá abajo, los únicos monstruos en este lugar somos mi maestro y yo.

— Yo no creo que seas un monstruo, mignonette.

— Eso no fue lo que dijo la noche que nos conocimos.

— Fue una primera impresión muy mala. Casi me rompes el cuello y me avergonzaste frente a mis hombres. Ahora sé que no eres más que una hermosa mujer con una fuerza increíble.

— Soy un vampiro, capitán.

Su voz sonó triste, melancólica. Quisiera ser solo una mujer, tal cual la describía el hombre que le gustaba.

— Para mí eres una persona diferente, ni más ni menos.

Llegaron a su destino sin que Seras se percatara. Deseó alargar ese encuentro, pero no se le ocurría nada. ¿Invitarlo a su habitación? Jamás, no estaba lista para algo así.

— Gracias, señor Bernadotte, es muy lindo e inusual de su parte.

— Aunque no lo creas, soy una buena persona. Y llámame Pip, no estamos en servicio, así que no es necesaria tanta formalidad.

— Gracias, Pip. Que tenga buena noche.

— Seras, cierra los ojos.

Lo miró con asombro durante unos segundos, pero la autoridad en su voz la hizo obedecer. Cerró sus ojos y tembló de excitación, ¿acaso la besaría? Una parte de ella ansiaba eso, la otra parte estaba preparada para golpear a ese hombre.

Pip observó ese rostro inocente antes de acercar el suyo, deseoso de probar esos carnosos labios que tanto le gustaban. No mentía, para él Seras era una persona diferente, especial. Era la mujer de la que estaba enamorado. Escasos centímetros lo separaban de ella cuando se percató de la imponente silueta que los observaba al final del pasillo. Maldijo en su interior, Alucard si que era un jodido monstruo. Esos labios tendrían que esperar, besó la frente de su chica y acarició su mejilla.

— Buenas noches, mignonette.

Abrió los ojos para observar como Pip se dirigía a las escaleras. Se sentía algo decepcionada, pero feliz a la vez. Por primera vez en mucho tiempo se sintió como una simple mujer. Entró a su alcoba, sin ser consciente de la presencia de su maestro.

— Algún día dejaras esas emociones de humanos, chica policía.

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