Reflejo

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Él era Drácula, era el empalador de Valaquia, el ejecutor de los Hellsing... cada nombre que recibía, cada imagen que adquiría tenía un significado único, propio... El aguerrido Rumano o el elegante conde, las correas y botas largas y su ondeante gabardina, pero entre todos ellos destacaba el avatar de una pequeña niña.

Walter y Arthur se preguntaban, ¿Porqué una niña? ¿Será un capricho, alguna mofa a la inocencia? ¿Una burla a la gracia divina? Nunca se atrevieron a cuestionarlo, pues conocían a Alucard y la crudeza de sus respuestas podía ser abrumadora. Su cabello largo y hermoso, vestida para la ocasión de un crudo invierno, ojos enormes y profundos, labios delicados... Perfectamente podría pasar por una adolescente, envuelta por el manto de una belleza espectral y profana.

De todos sus avatares, aquel que llamaba Girlycard era de sus favoritos. Cada vez que admiraba su reflejo en los ojos de sus interlocutores veía parte de su pasado, uno de esos recuerdos que lo ayudaron cuando estuvo a merced del sultán turco. Nacido en noble cuna, desde pequeño tuvo servidumbre bajo su mando, varias mucamas que estaban forzadas a responder a sus caprichos.

Recordaba, sin evitar la sonrisa ladina que ocultaba una mueca nostalgica, un nombre que se grabó con fuego en su mente, Anca. Su sirviente favorita, ni siquiera podría ser considerada hermosa bajo sus estándares, pero ella fue su primer amor; forzada a ser una criada para no morir de hambre, con ojeras y piel tan pálida como la de un muerto, delgada y enfermiza... Ella fue la única que lo trató con afecto, la que respondía a sus absurdas peticiones con una sonrisa.

Anca fue la única persona que extrañó cuando fue llevado a Adrianópolis. Su cabello largo y tan negro como las noches en Rumania, las ropas blancas que siempre vestía, las delicadas facciones ocultas bajo la mugre que cubría sus poros... Le gustaba tomar la forma de Girlycard, porque al ver su reflejo en los ojos de otros, veía la imagen de su querida Anca.

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