Cinco de Siete

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Desde el primer momento que la vio supo que la quería para él. Un deseo enfermizo surgió en su interior y sin que se percatara afloró un demonio insaciable que codiciaba a Seras Victoria. Cada vez que la veía andar en los pasillos o durante los entrenamientos devoraba su torneado cuerpo con la vista, recreando en su mente obcenas escenas sexuales en las cuales ella siempre estaba ante él, sumisa y a su merced. Ella, esa virginal y molesta mujer, tenía que ser suya; se volvió su más grande ambición, era el avatar de sus más sucios deseos, esa chica fue la mayor fuente de lujuria que conoció.

Sentía envidia de Alucard, el maldito monstruo al que llamaba maestro. ¿Qué tenía que hacer para que ella lo mirase con esa devoción? Una ira terrible lo dominaba siempre que el terrible vampiro se acercaba a su chica, como si su única intención fuera provocarlo. Era obvia su paranoia, pero jamás lo admitiría, era muy orgulloso para admitir que sentía celos de un monstruo.

La avaricia fue la causa de su muerte. Quiso ser algo más solo para tener en su lecho a la hermosa draculina, codició un cuerpo que jamás podría tener y olvidó que solo era un humano. La muerte no perdonó a Pip Bernadotte, un error de planes, mal cálculo en las jugadas y terminó sin ser el héroe que se quedaría con la chica. Seras lloró su perdida y elevó su recuerdo en un altar, sin saber que ese hombre actuó bajo un protocolo animal, derivado de la influencia de cinco pecados capitales: lujuria, envidia, ira, orgullo y avaricia. Un pecador que se volvió santo en las memorias de la inmortalidad.

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