Pureza invernal

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Blanco sobre rojo, sobre verde, sobre dorado. Cada copo cayendo con constancia, cubriendo todo a su paso, dejando una vista casta que enloquecía a Alucard. Fría, hermosa, brillante, la nieve ejercía una curiosa atracción en él que no lograba comprender; ¿sería por la nostalgia de su natal Rumania? ¿El deseo de teñir ese inmaculado manto con la sangre de sus enemigos? 

No supo en que momento le tomó gusto a las caminatas nocturnas, recorriendo los jardines de la mansión en soledad, disfrutando de la escarcha que se formaba sobre los rosales y el hielo en las fuentes. Ni un sonido, ni una sola alma alrededor, solamente él y aquella vista de un panorama virginal. Tal vez sería el azul del agua congelada, tan parecido a los ojos de Integra, la fría ventisca que lo hacía añorar la presencia de su ama, la crueldad e inclemencia del tiempo tan semejante al carácter de la dama de hierro. 

Permaneció con sus dudas hasta aquella noche en que no estuvo solo en su caminata; Integra reclamó su compañía para ponerlo al tanto sobre las decisiones de los nobles ingleses. Alucard sabía que era una vil excusa y eso le encantaba; quiso mofarse de ello, dejarla en evidencia y divertirse un poco a costa de su incomodidad, después de todo el carmín de sus mejillas tras un sonrojo iracundo lo incitaba a tener deseos más perversos, pero no fue capaz. Mil y un veces trató de dar una respuesta irónica, pero cada vez que se encontraba con esos ojos azules tenía que evadir la mirada, desviar su atención, distraer sus pensamientos antes de terminar enloqueciendo.  Tuvo que verla bajo la luz de una luna de nieve para saber porque enloquecía en ese temporada; Integra poseía una pureza invernal capaz de hacerlo perder la cordura. 

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