Cachorros

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-Bueno, eso es todo lo de la lista, creo que podemos volver a la sede.

Heinkel asintió y caminó en silencio a lado de Yumiko, era un día soleado y le gustaban esos tranquilos paseos por los mercados de Roma. Todo transcurría con la típica normalidad de un miércoles de plaza hasta que escucharon el ladrido de un perro. Heinkel se paralizó, vió como Yumiko dirigió su mirada hacia el callejón que estaba cruzando la calle, donde un hombre pateaba a un perro pequeño.

-Oye, Yumiko...

Pero ya no estaba con Yumiko; se había quitado sus lentes y su rostro se ensombreció, pasaba sus dedos por la empuñadura de su katana y había tirado la cesta de las compras. Corrió en dirección a ese hombre, lista para usar su letal técnica del batto-jutsu.

-¡No! ¡Yumie!

Heinkel corrió tras ella. Aquel hombre apenas si tuvo tiempo de reaccionar antes de tener a Yumie encima de él, con la katana rozando su cuello. Se quedó paralizado, su rostro palideció y sintió que estaba en presencia de un demonio, una persona normal jamás podría tener esa mirada.

-Yumie, no lo hagas por favor. La última vez tuvimos muchos problemas con los testigos.

Heinkel logró alcanzarla y la sostuvo del hombro. La monja soltó al hombre y le dió una potente patada en su zona genital; el hombre quedó tendido en el suelo, gimiendo de dolor. Guardó su katana, tomó al pequeño perro y caminó hacía donde esperaba la abandonada cesta.

-Tuviste mucha suerte, bastardo.

Heinkel le dió otra patada en la misma zona y siguió los pasos de su compañera; la última vez que Yumie vió a alguien maltratar un cachorro lo destazó y ella tuvo que limpiar todo el desastre, silenciar testigos y arreglar mucho papeleo... Yumie amaba a los cachorros.

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