La sombra del adiós se disipa en un desierto ahogado en lágrimas, sombra que se muere en el anochecer y que siempre está sedienta.
Tan perdida como tú, mi pobre silueta va buscando el regazo del consuelo desconsolado.
Sombra de tu alma en amarga soledad, ya se cansó de seguir a un cuerpo moribundo, ya se perdió el pestañeo de una vida al pasar.
El tiempo de los amaneceres ha caducado, el tiempo del despertar ya se cansó de vivir, ya no quiere resistir.
Ha muerto el sentido de los nuevos días, aquellos de hojas en blanco, de libros vírgenes, de versos vacíos.
Susurros al amparo de los cuerpos desnudos, caídos en el olvido, que se fueron perdiendo en un presagio alentador, de un esperado regreso que nunca llegó.
seiscientas preguntas para unas bocas calladas, unas frases marchitas y una lluvia que no revive al difunto amor.
Un sol frío y un océano atrapado en un vaso de alcohol ahogador de todas mis penas.
El adiós que duele, que mata, el adiós que me despoja de besos y abrazos, el adiós que roba las sábanas con tu aroma y borra los poemas con tu nombre.
Ocurrió una mañana, que de tu boca nació un adiós con sabor amargo, un adiós definitivo y frío, ocurrió que un corazón se partió y otro se marchó con un simple adiós.