II

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La tomó en sus brazos, y la llevó rápidamente a su cama, la acostó con cuidado y le tomó el pulso en el cuello. Era muy débil.

Desesperado se pasó una mano por el cabello, y salió corriendo rápidamente hacia la sala, a buscar el manual.

Buscó en la última página de contacto el número de teléfono para su país, y lo marcó en el celular.

—Servicio de emergencia A.N.N 098, buenas noches ¿En qué puedo ayudarle? —preguntó la voz amable de una mujer.

—Mi... androide está mal.

De acuerdo señor, ¿Puede decirme su nombre?

—No hay tiempo para éstas estupideces, solo necesito que venga un técnico o lo que sea que atiende este tipo de modelo, es urgente.

—De acuerdo señor, ¿Qué es lo que presenta su modelo?

—¿Qué parte de que no hay tiempo para perder no comprendes? ¡Necesito un puto técnico ahora!

—Conserve la calma, solo entorpece la operación si no contesta mis preguntas.

—¡Bien! mi nombre es Aiden Mc'Kallister, y mi androide presenta un daño sistémico, se está muriendo ¿Ahora puedes mandar a un maldito técnico a mi casa? Ella no puede respirar.

De acuerdo señor Mc'Kallister, deme su dirección, en la brevedad recibirá un médico especializado.

Maldijo en silencio mientras escuchaba lo que la operadora le decía y luego le daba la dirección.

Volvió a la habitación y Ann seguía igual, inconsciente en su cama.

Tocaron la puerta de su casa, y cuando el joven rubio la abrió, el muchacho del otro lado se sorprendió de verlo allí

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Tocaron la puerta de su casa, y cuando el joven rubio la abrió, el muchacho del otro lado se sorprendió de verlo allí.

—No pensé que estarías aquí a ésta hora, solo toqué para ver si tu madre estaba.

—Mi madre no está en la ciudad, viajó al interior a visitar a mi tía ¿Qué haces aquí?

—Tomé un avión en la mañana para llegar cuanto antes, luego de la llamada de anoche. ¿Dónde está Ann? —le inquirió entrando en el departamento.

Aiden cerró la puerta y se cruzó de brazos.

—Ella está en mi habitación.

—¿En tu habitación?

—Sí, aún no has respondido a mi pregunta.

—¿No es obvio? Vengo a llevármela, no creí que solo te duraría una semana. En fin, dámela.

—No puedo hacerlo.

—¿Por qué no? —Le preguntó con calma, pero rápidamente cambió de expresión—, ¿No me digas que la tiraste? —exclamó alarmado.

Muñecas de compañíaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora