XVIII

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—Así que era blanco después de todo.
—Es un gatito muy bonito —exclamó ella secándolo, ya que lo había bañado.
—Si tú lo dices...
—¿Cómo deberíamos llamarlo? —le inquirió acercándose con el animalito envuelto en una toalla.
—No lo traigas a la cama —advirtió el rubio mirándola con el ceño fruncido.
—Pero hace frío Aiden —se quejó—, y está mojado.
—Te dije que no lo bañaras y tú lo hiciste igual.
—Estaba muy sucio y no paraba de rascarse pobrecito.
—No, llévalo a otro lado, no quiero ese animal en mi cama.
—Aiden —pronunció suplicante—, lo pongo de mi lado.
—No.
—No te molestará a ti, lo juro.
—No Ann, el gato en la cama no.
—Por favor, míralo.
—Toma la caja de tus zapatos, busca alguna camiseta vieja mía, y lo pones ahí.
Suspiró resignada y asintió con la cabeza.
—Está bien.
La morena no se tardó en colocar al gatito tal como él se lo había dicho, pero no hizo más que subirse a la cama, que salió de la caja, siguiéndola por detrás maullando.
—Aiden.
—No —gruñó.
—Solo por hoy.
—No Ann, no será así, sabes que luego querrá dormir aquí con nosotros.
—Por favor.
—Basta Ann, he dicho que no, y si sigues insistiendo, me iré yo a dormir al sofá.
—No —le dijo abrazándose a él.
—Entonces deja de insistir.
—Okay...
Miró hacia el armario, y solo volvió a la caja que Ann le había puesto, acurrucándose en su camiseta.
—Lo ves, ya entendió que esa es su cama.
Lo observó insegura y se separó de Aiden, sentándose en la cama.
—Quizás deba taparlo.
La tomó de la cintura y la atrapó en un posesivo abrazo.
—Tú te quedas aquí, si vuelves hasta él, comenzará a maullar de nuevo, déjalo, él ya está bien ahí.
Sonrió y le dio un beso en el cuello.
—Gracias de nuevo.
—De nada —exclamó con los ojos cerrados.
—¿Tienes sueño?
—Sí, hace más de doce horas no duermo.
Y tenía razón, se había levantando a las seis y ya eran pasadas las ocho de la noche.
Le acarició el pecho y se acomodó a su lado.
—Crema.
—¿Qué?
—Ese será el nombre del gatito, crema.
—Llámalo como quieras, es más, yo le pondría feo.
Río bajo, y se abrazó a él, cerrando los ojos también.
—Descansa Aiden.
—Tú también Ann.

-o-o-o-o-

Comenzó a repartir suaves besos por su rostro, su cuello, despertándolo.
Se subió encima de él, y el rubio pasó sus manos por su espalda, bajando hacia sus caderas.
—¿Por qué tan mimosa?
—Estoy feliz —le dijo deteniéndose para mirarlo.
Le corrió un mechón de su largo cabello, acariciándole la mejilla.
—¿Es por qué te dejé quedarte con el gato?
Negó con la cabeza y bajó a sus labios una vez más, besándolo, solo que esta vez él ya estaba despierto, y correspondiéndole.
Dejó sus labios para bajar a su cuello.
—Ann... no.
Ella no se detuvo, continuó besándolo, acariciando su pecho.
Cerró los ojos y subió sus manos a su espalda, tomándola finalmente de los brazos.
—Ann, mírame.
Levantó su rostro y lo miró, confundida.
—No.
—¿Por qué? ¿No te gusta?
—No es eso —pronunció acariciando sus brazos—, no es el momento.
—No mientas.
—No te estoy mintiendo.
—Si lo haces Aiden —exclamó en un tono lastimero—, ¿Por qué no quieres hacerlo conmigo? ¿Esas... mujeres, ellas-?
—Ellas no significaron nada, solo fueron un descargo.
Miró hacia abajo, sintiéndose una inútil.
Le acarició la mejilla, levantando su rostro.
—¿Puedes creerme?
—Quiero estar contigo Aiden.
—Aun no.
—¿Entonces cuándo quieras hacerlo buscarás una mujer? —le inquirió conteniendo su frustración, su tristeza—, ¿Por qué ellas si y yo no?
—Porque tú eres especial, y yo no soy como los tipos que las compran Ann, entiéndelo.
—Lo sé, sé que no eres así, pero-
—Quiero que sea especial para ti cuando ocurra, no solo sexo.
—¿Y por qué ahora sería sólo sexo? ¿Tú no me quieres?
¿Por que tenía que preguntarle algo así?
—Ann.
—No lo haces.
Se levantó y se acostó a su lado, dándole la espalda.
—No lo hago de la forma que tú quieres.
—Está bien.
Suspiró y la observó, no quería escucharla llorar una vez más, y sabía lo susceptible que era ella.
Se giró y la abrazó, acercándola a su cuerpo.
—¿Prefieres que te mienta? ¿Eso te haría sentir mejor?
—N-No.
—Bien.
—¿Puedes prometerme algo?
—Si es referido al gato no.
—No es sobre él.
—¿Qué es entonces?
—Prométeme que no volverás a buscar a otra mujer.
—No lo haré.
—¿Lo juras?
—Si Ann, jamás te he mentido.

Muñecas de compañíaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora