26. Iguales

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   Mi teléfono vibró en el momento exacto en el que entré a la biblioteca.

   Era un mensaje de texto:

   "Mamá dice que tenemos que pasar más tiempo juntos. Te paso a buscar."

   No sé qué clase de artimaña estúpida se trae en manos, pero dudaba seriamente que mi madre se preocupara por algo que no sea el qué preparar para la cena, así que decidí no hacerle caso.

   ―¿Qué tal? ―saludé a Lola y ella sólo levantó la mano.

   ―Como se puede ―contestó sin mirarme.

   Pasó el tiempo y como nunca hago nada importante no pude evitar quedarme dormido.

   ―Eh, Javi. ―Una voz de pito, curiosamente parecida a la de mi hermano, me llamó―. Despiértate. Ya es tarde.

   ―Qué... ¿Qué hora es? ―alcancé a preguntar más dormido que despierto.

   ―Las siete y media, Javi.

   ―¿Javi? Qué nombre más curioso. ―La voz de Lola me devolvió por completo al mundo de los vivos.

   ―¿Qué? ¡No! Digo... Me llamo Javier, no Javi ―casi grité, totalmente espabilado y gracias a eso me gané un reto de Rosalía.

   Al fijarme mejor noté que tanto Lola y la rata me miraban como si estuviera loco y yo no sabía sin presentarlos, despedirme o esconderme debajo de la alfombra. Y mi hermano parecía estar en la misma.

   ―Vaya... Son iguales ―Lola rompió el silecio con un comentario quizá pero no tan sarcástico.

Por favor Lola, cállate.

La biblioteca de las almas solitarias (PB.1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora