53.

162 30 9
                                    

   Después de un tiempo yo también dejé ir a la biblioteca y me dediqué a ayudar a Lola lo más que pude, ya ella no tardó en mostrar las alteraciones nerviosas propias de la ansiedad.

   A veces pensaba que, en su lugar, mi madre nos hubiera lanzado un baldazo de agua fría y nos abría puesto a trabajar de inmediato, a pesar de la tragedia, pero Lola con suerte y podía mantenerse a sí misma.

   ―Por favor papá, deberías comer algo ―rogó a su padre y yo la escuché clarito en el salón. Alejandro se deprimió hasta tal punto que no había vuelto a poner un pie afuera de su habitación desde que murió Monica, hace dos semanas.

   Cuando regresó solo dejó el plato en la mesa y se tiró sobre el sofá, luego de un rato lazó un suspiro rendido.

   ―Ya es muy tarde, Javi, deberías irte ―susurró, pero no me miraba.

   ―No te preocupes, Hugo me cubre ―respondí.

Y me quedé durante toda la noche.

La biblioteca de las almas solitarias (PB.1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora