2. Ojos comunes

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   Esta vez estábamos sentados en la misma mesa. Mientras que yo fingía leer ella estaba hundida en su silla con la cara metida en un libro de... Nietzsche, si no vi mal.

   La verdad es que yo no entiendo cómo a alguien de mi edad (o eso supongo) puede gustarle ese tipo de libros, pero, como dice el dicho, de gustos no hay nada escrito.

   De pronto ella habló por primera vez desde que "nos conocemos," o sea, dos semanas, más o menos.

   ―¿Acaso todo es culpa del estúpido Kant? ―murmuró. Su voz era un tanto tosca, sarcástica y poco femenina, pero a mí me encantó, tanto que me dio risa su comentario. Como dije: de gustos no hay nada escrito.

   Me escuchó, claro que sí, y me miró. Tenía los ojos más comunes del planeta: marrón oscuro. Pero aún así logró maravillarme... E intimidarme.

   Bajé la cabeza de sopetón, no quise que se diera cuenta de que la estaba mirando (aunque era más que obvio). Y eso fue todo.

La biblioteca de las almas solitarias (PB.1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora