41. Mujer

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   Me despedí de Lola y su hermano diez minutos después de que su madre se fuera, pero ella poca atención me prestó, pues sus ojos no se despegaban de Dan.

   A pesar de que la primavera se acercaba, el frío todavía se hacía sentir con fuerza, por lo que traté de taparme el cuello lo más que pude.

   Al doblar en la esquina una figura encogida me sorprendió. Pensé que podría estar necesitando ayuda por lo que me acerqué, sin embargo, luego de reconocerla me quedé mudo.

   La madre de Lola me miró atentamente sin decir nada y luego se irguió. Mónica era más alta que yo, a pesar de mi metro setenta, menuda y pálida. Parecía un fantasma.

   Ella de pronto sonrió.

   ―Pude haberte atacado, si fuera un malviviente, y aun así acudiste a mi ayuda ―susurró ella. Su voz era extraña.

   Noté, de paso, cómo ella restregaba con disimulo su vientre.

   ―¿Está bien, señora? ―pregunté, y el movimiento de sus manos se detuvo.

   ―Por supuesto ―contestó distraídamente y yo me preparé para irme.

   ―Vuelva con...

   ―¡Ah! ¿Acaso no lo ves? ―exclamó de pronto. Me pareció que Mónica, al igual que Lola, tenía esa cualidad de perderse en su propio mundo―. El invierno pronto llegará a su fin, ¿eh? Pronto será olvidado.

   Y se alejó caminando.

   Sin embargo, yo me quedé con la duda, ¿en qué momento se había pintado los labios de ese rojo tan intenso? No lo recordaba.

La biblioteca de las almas solitarias (PB.1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora