55. Memento mori

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Memento mori: siempre ten en cuenta que morirás.

   ―¡Ey, Lola! ―grité desde la esquina. Ella iba unos metros más adelante, cargando unas bolsas.

   Lola frenó y me esperó.

   ―Déjame que te ayudo ―dije, tomando una de las bolsas, sin recibir queja alguna―. Tengo algo que decirte, es muy importante.

   ―En casa. Tengo calor ―respondió simplemente.

   Al entrar el silencio nos recibió. Era incómodo, sin embargo, con el tiempo uno se acostumbra. Lola acomodó las compras y se quedó pensativa.

   Tragó saliva sonoramente y frunció el ceño antes de decir:

   ―¿No te parece que está todo muy tranquilo? ―preguntó para sí y se dirigió al pasillo, a la habitación de su padre.

   No pasaron más de cinco minutos que se escuchó un grito proveniente de Lola. Corrí alarmado para ver qué había pasado.

   Lola estaba en el pórtico con las manos sobre la boca y un gesto de terror absoluto. Cuando me acerqué a la puerta me di cuenta para por qué lo hizo, y no era para menos: su padre, el que estuvo sumido en una terrible depresión por tanto tiempo, había decidido darle fin a su vida ahorcándose.

   Su cadáver tenía la lengua afuera e incluso estaba pálido. Probablemente, se había suicidado cuando Lola se fue de compras.

   ―Pa... pá... ―susurró débilmente, presa del shock.

   Quiso acercarse al cuerpo pero yo se lo impedí.

   ―Vámonos ―dije y la conduje hasta el salón. Ella se dejó ser, como una automáta.

   Si decir nada tomé el teléfono y marqué a la policía. Un minuto mas tarde, Lola tuvo un ataque de pánico.

La biblioteca de las almas solitarias (PB.1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora