20. Paraguas

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    Pronto serían las doce y la lluvia no había menguado ni un poco, aunque lo raro de esto era, en definitiva, que pronto serían las doce y Rosalía no me había echado.

   Mi teléfono vibró y yo sin apuro lo saqué y miré la notificación. Lo que me sorprendió, dado los tiempos que corren, es que fuera un mensaje de texto:

   Afuera.

   Y de inmediato supe de quién se trataba. Tomé mis cosas, me cerré la campera y me despedí de Rosalía, quien me respondió con un "sí, sí. Chau."

   Con esa sonrisa tiesa, un poco incómoda que siempre ponía cuando estaba fuera de casa, mi hermano me recibió debajo de un paraguas.

   No pregunté ni quise saber la razón de por qué está él ahí, así que me limité a bajar las escalinatas lo más rápido que pude.

   Y sorprendentemente mi hermano habló primero.

   ―Hace rato yo vi.... ―empezó despacio, o lo más rápido que su cerebro de Internet Explorer le permitía―... Un paraguas como el tuyo pasar cerca, pero no eras tú. Me preocupé.

Y aunque eso no explicara la razón de por qué estaba él afuera de casa (algo que me perturbaba de cierta manera), me impulsó a sonreír.

   Pero recordé que es un zángano y que en la casa no ayuda en nada y mi ternura se transformó lentamente en odio.

   ―Vámonos, me muero del frío ―le dije. El solo se encogió de hombros, todavía sonriendo y me siguió el paso.

La biblioteca de las almas solitarias (PB.1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora