28. Ella

401 89 13
                                    

   A las nueve menos cinco le propuse a Lola el acompañarla hasta su casa y ella, después de pensárselo un rato, aceptó.

   En el camino, al cual ya casi no le temía, no hablamos ni nada que se parezca a una caminata de amigos, pero es que yo tenía sueño y Lola traía sus auriculares.

   De distraído, me tropecé con alguien.

   ―¡Perdón! ―Solté una disculpa como acto de reflejo y sin ver a quien me dirigía.

   ―No pasa nada ―fue la escueta respuesta de esa persona―. Oh, pero qué curioso.

   Una mujer, cuyo rostro no expresaba emoción alguna, su porte elegante y su ojos ―oh Dios, esos ojos―, daban miedo, estaba parada justo enfrente nuestro.

   Definitivamente su presencia desencajaba en un lugar como este.

   Lola se quitó los auriculares y la miró. De pronto el ambiente se volvió incómodo.

   ―Lola, cuánto tiempo de no vernos ―la mujer sonrió sin perder la postura―. Te veo bien. Paseando con tu novio, ¿eh?

   Tu ¿qué? ¡¿Quién se creía esa mujer para decir semejante cosa?!

   ―Hola, mamá ―Las palabras de Lola destilaban veneno, un odio profundo que hasta yo me sentí herido, pero su madre apenas se inmutó, como si hubiese previsto una reacción así de ella. Entonces se dirigió a mí―. Gracias por traerme. Nos vemos.

   En el momento en que ella pasó a mi lado metió algo en el bolsillo de mi campera, de modo que tuve que reunir toda mi fuerza de voluntad para no curiosear en ese mismo instante.

   ―No es nada. Adiós ―me despedí como si la situación no fuera extraña y luego me dirigí a la mujer―. Adiós, eh... Señora.

Estando unos metros más lejos, vi de reojo que Lola y su madre entraban a la casa.

La biblioteca de las almas solitarias (PB.1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora