Increíblemente ya pasó una semana desde esta nueva "rutina" (el de sentarnos en la misma mesa, claro).
Hoy, justo después de que el viejo reloj cucú de la biblioteca sonara nueve veces, Lola cerró su libro y se levantó, lista para irse.
Pero antes marcharse definitivamente, ella me miró y... me sonrió.
Lola me sonrió. Y su sonrisa, a pesar de estar de lado, era hermosa.
―Nos vemos mañana ―se despidió de mí.
Lo único que pude hacer, además de también balbucear una despedida, fue sonreír como estúpido.
Ya quiero que sea mañana.
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La biblioteca de las almas solitarias (PB.1)
ContoYo siempre voy a la biblioteca. No soy nada estudioso ni mucho menos un ávido lector, sólo voy para matar el tiempo. En la biblioteca suelo sentarme con algún libro en mano que finjo leer y a veces me duermo. La biblioteca era soli...