49. Él

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   Lola me había citado a las ocho y yo como estúpido estaba ahí a las ocho menos veinte. Sin embargo, antes de llamar a la puerta esta se abrió y apareció Dan, quien me miró y luego lanzó un grito hacia alguien dentro de la casa:

   ―¡Papá, el amigo de Lola ya llegó! ―anunció y después se dirigió a mí―. Pasa. Lola se está cambiando o algo así. Me voy a comprar papas.

   ―Permiso... ―murmuré al entrar.

   ―¡Pasa, pasa! ―Un hombre alto con delantal y sonrisa amable me saludó.

   ―Soy Javier, un gusto ―me presenté nervioso.

   ―Alejandro ―me respondió―. Por favor, toma asiento. ¿Quieres algo? ¿Un jugo? Tenemos para rato hasta que la señorita se digne a salir de su cuarto.

   ―Estoy bien, ¡créame! ¿Puedo ayudarlo en algo?

   El padre de Lola tardó unos segundos en darme una respuesta, probablemente viendo qué había para hacer.

   ―No mucho, pero si pudieras arreglar la mesa sería genial ―me pidió con una gran sonrisa.

   Me costaba trabajo creer que ese hombre tan amable y alegre fue el mismo una vez vi demacrado el día que Lola me dio el paraguas o el que parecía tan deseperado cuando visité su casa por primera vez.

   Me costaba horrores creer que ese era el padre tan deprimido que Lola me describía.

La biblioteca de las almas solitarias (PB.1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora