44. Lavandina.

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   No fui a la biblioteca hoy. Me mandaron de compras... otra vez. Sin embargo, esta vez el zángano me sigue.

   ―Ve por los lácteos, yo por la limpieza ―ordené y mi hermano pareció entender; y digo "pareció", porque sin decir nada se fue.

   Había un millón y medio de tipos de lavandina: en gel, en crema, líquida... Pan de lavandina.

   Y mi madre solo había escrito "lavandina" en la lista de compras.

   ―¿Y si le llevo cloro y se deja de joder? ―pregunté para mí mismo.

   ―Sería un gasto innecesario.

   ¿Qué mierda? Lola estaba parada junto a mí.

   ―Me estás viendo como si fuera un fantasma, deja de hacerlo que es incómodo. ―Ella tenía la vista fija en la mercadería, pero estaba sonriendo.

   ―Perdón. No te sentí llegar.

   ―No importa. ¿Para qué usan la lavandina en tu casa? ―preguntó.

   ―No sé, creo que para limpiar el baño y la cocina.

   ―Ah, entonces la crema será ―respondió y metió el producto en mi canasta.

   Lola se venía muy habituada a este tipo de cosas.

   ―Gracias...

   Ella sonrió.

   ―De nada. Si ya terminaste, vamos juntos ―me ofreció.

   ―Me encantaría, pero tengo que encontrar a mi hermano primero.

   ―Ah, yo lo vi hace un rato cerca de las góndolas. Fue él quien me dijo que estabas por acá.

   Me quedé helado.

   Pendejo de mierda.

   ―No hagas esa cara ―la voz de Lola enserió de pronto―. Realmente creo que tu hermano quiere acercarse a ti.

   Sí, quizás sea cierto, pero años de distancia no desaparecerían al general un encuentro casual en pleno supermercado con la chica que me gustaba.

La biblioteca de las almas solitarias (PB.1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora