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Caminábamos por lo que parecía la plaza. Ahí estaba repleto de personas, iban de allá para acá, con rapidez.

De hecho, estábamos perdidos, Flippy se había metido en una serie de callejones que daban a otros lugares y calles que para nada parecían el centro.

—¿Puedo hablar?

No. Yo puedo solo.

Flippy siguió buscando el lugar referido, trataba de hablar con las personas para pedir indicaciones supongo, pero de alguna manera, quizá por nuestra apariencia eramos ignorados.

Fliqpy...

¿Ya puedo hablar?

Ahhh, ya.

Bien. En primer lugar: ¿por qué te fuiste por las callejuelas si sólo tenías que ir por la plaza?

Creí que ibas a ayudar, no a criticar.

Bien, ehm, ¿por qué no le preguntas a alguien de por aquí?

Oh claro, ¿por qué no se me ocurrió?— decía con sarcasmo caso gritando— hubiera hecho eso en vez de andar tratando de hablar con la gente.

Ya, está bien. Trata con ese niño.

¿Cuál niño?

Ese.

Le hice notar que a unos pasos había una persona.

Ese no es un niño, debe tener por lo menos diecisiete años.

Es un niño.

No lo es.

—Olvídalo, sólo pregúntale.

Bien.

Nos acercamos al chico de edad discutible, tenía el cabello verde limón con una franja mas clara en el centro, estaba cubierto de caramelos por todo su suéter. Estaba de espaldas. Nos acercamos a él con lentitud y tocamos su hombro para atraer su atención. Se volteó con rapidez.

¿A qué sabe la vida?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora