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Un disparo resonó el lo alto del cielo despejado de medio día y una bandada de pájaros sobrevoló el lugar, trinando desesperados por encontrar un nuevo refugio. Otros dos disparos le siguieron al primero y una tropa de hombres armados con bates apareció desde detrás del granero, soltando maldiciones al viento

-Ya verás cuando te atrapemos, asqueroso crío- dijo el que cargaba la escopeta aún humeante.- ¡No se queden ahí parados, vayan a buscarlo!"

Pero aunque disparasen a lo loco o por muy feroces que se vieran sus perros de caza, les hubiera resultado extremadamente difícil encontrar al muchacho que para ese entonces se deslizaba con sigilo a través de los campos de maíz.

Llevaba un buen rato corriendo con el frasco de vidrio aferrado al pecho cuando dejó de escuchar los gritos furiosos y los ladridos a su espalda. Fue bajando la velocidad poco a poco hasta que sus piernas se detuvieron por completo, dejándolo del otro lado y muy lejos del campo dorado.

El viento sopló desde el este, refrescando su frente perlada de sudor. Keith contempló con una sonrisa llena de orgullo su tesoro recién adquirido. El sol de las tarde de Texas era cruel con quien no tuviera la sombra de un árbol para refugiarse, pero no era su caso. El muchacho se desabrochó el cinturón para atar el frasco de mermelada y llevarselo colgando por los dientes. Con la destreza de sus quince años, se trepó del grueso tronco de un árbol a ver pasar la tarde y comer.

Subió como si la vida se le fuera en ello. Como si así pudiera escapar del calor sofocante o de los hombres a quienes les había robado, que podían llegar por él en cualquier momento. Subió hasta que las ramas se hicieron demasiado delgadas para aguantar su peso, y cuando pudo ver la llanura anaranjada juntándose con el cielo, se sentó de espaldas al tronco y destapó el frasco.

La mermelada, roja como el carmín, resbalaba por sus dedos. Keith los lamía rápidamente para no perder ni una gota. No se había arriesgado a que le dispararan por nada. El sabor del azúcar aún tibia lo hizo sentir en el cielo por un momento, lamentaba profundamente no poder guardar un poco para después, debía deshacerse del frasco antes de que su hermana sospechara.

Tal vez fuese el calor de la hora de la siesta o la reciente corrida que había hecho, pero Keith prefería pensar que el sueño que le entraba se debía a la relajante sensación en su paladar. Sus ojos no luchaban por mantenerse abiertos en lo más mínimo, después de todo, estaba acostumbrado a echar la siesta en lo alto de los árboles.

"¡Keith!" escuchó que lo llamaban desde algún lugar muy lejano y muy por debajo de sus pies. Keith espabiló en seguida y volvió a escuchar su nombre ahora con más claridad. Casi pierde el equilibrio al darse cuenta de que se encontraba sobre una rama a varios metros del suelo. Ya estable, y con las piernas bien sujetas una a cada lado de la rama, se asomó para ver quién había interrumpido su sueño. En el suelo de arenilla rojiza yacía el frasco roto con los restos de mermelada que no se había comido. Junto a él estaba Emma, su hermana mayor, con las manos en la cintura como un jarrón y mirándolo con el ceño fruncido.

Keith resopló hastiado y se revolvió el flequillo que le crecía salvaje sobre la frente para espabilar. Vivía en un pueblo pequeño, así para esas alturas más de alguien debía de estar sospechando que el ladrón de mermelada era él único muchacho que no dormía la siesta en su casa. Y de no ser así, de seguro Emma había encontrado alguna otra razón para regañarlo.

Bajó del árbol con la misma facilidad con la que había llegado hasta su escondite. No quiso mirar a su hermana cuando estuvo de pie junto a ella, sino que se limitó a recoger su cinturón un poco estropeado con mermelada y tierra. Emma, soltó un suspiro y su gesto perdió la dureza que aparentaba. Detrás de ese ceño fruncido había una cara blanquísima y delicada de una joven que apenas dejaba de ser niña. Detuvo a Keith por los hombros cuando este comenzaba a hacer el camino hasta su casa. Se detuvo y le examinó el rostro sucio e infantil, tan parecido al suyo con una ternura torpe de quien pretende ser madre.

-¿Dónde andabas metido?- Le dijo mientras le limpiaba una mancha de mermelada de la comisura de los labios. Keith, al ver que no estaba molesta le sonrió.- Espero que no te hayas metido en problemas.

El menor de los hermanos negó con la cabeza sin dejar de sonreír. Emma rio ya sin rastro de regaños y le pasó un brazo por los hombros.

-Vamos a casa, aún queda mucho que hacer.

-Vale- le dijo Keith con la voz rasposa después de su siesta.

-¿Qué quieres cenar?

-Cualquier cosa menos mermelada.

                                                                                           * * *

El motor del auto que los había llevado hasta ahí se detuvo tan súbitamente que Lance se fue hacia adelante en el asiento del copiloto. Se había pasado la última mitad del viaje medio dormido por el calor y el constante ruido de los engranajes sufriendo por el peso que cargaban. Abrió los ojos y miró desorientado a todos lados. Para cuando se hubo arreglado el cabello con las manos y se hubo limpiado el hilo de saliva que le colgaba por el mentón, su acompañante ya se había bajado del auto.

Lance se desabrochó el cinturón y abrió la pesada puerta del vehículo. Se arrepintió solo un instante después, cuando una ola de calor seco lo golpeó de lleno en la cara.

-Madre mía, este lugar está ardiendo- le dijo a Shirogane, el conductor. Quien para ese entonces miraba a su alrededor con el pecho hinchado de orgullo y una sonrisa en los labios.- ¿Nos paramos a descansar aquí?

-No, ya llegamos. - le respondió él yendo hacia la parte trasera del gran vehículo para sacar las cosas con las que instalarían su campamento. - Ayudame, entre más rápido pongamos las carpas, más rápido tendremos sombra.

Lance se lo quedó mirando boquiabierto, pensando que le jugaba una broma. Quedó horrorizado al ver que no había ni la mínima pizca de duda en las palabras de su mentor.

-¿Estás seguro?

-Segurísimo

-Estamos en medio de la nada, Shiro.

-Se llama vacío creativo, Lance. - le respondió.- Imagina todo el avance que lograremos sin ninguna distracción.

Shiro le pasó un rollo de tela gris pesadisima y siguió descargando el interminable equipo que usarían para su investigación. A Lance, que ya comenzaba a bajarle una gota de sudor por la sien, no le quedó más remedio que hacer lo que le mandaban. Shiro era su tutor, su amigo, casi su padre y jamás había cuestionado alguna de sus decisiones, aunque en ocasiones como estas era cuando desconfiaba de su sanidad mental.

-¿Al menos tenemos agua?- preguntó Lance revolviéndose su castaño cabello a la altura de la nuca.

-Hay un pueblo a quince minutos andando, podemos usar su pozo - respondió Shiro de lo más optimista, como si se tratase de un hostal de lujo.

A Lance lo recorrió un escalofrío de solo pensar en tener que caminar tanto para beber agua, definitivamente aquel clima tan seco no le haría nada bien a su piel...

-No sé por qué te acompaño en esto. -dijo el castaño un poco más resignado. Shiro, que estaba agachado abriendo unas cajas, se dio vuelta para mirar a su alumno de lo más emocionado.

-Ten paciencia y verás. Luego de esto, pasaremos a ser parte de la historia.

GoldenDonde viven las historias. Descúbrelo ahora