XXIV

2.2K 386 132
                                    


Las semanas del verano pasaron demasiado rápido entre descubrimientos, risas compartidas y montañas de libros de alquimia. Keith, Shiro y Lance se pasaron el invierno en el campamento, levantándose al amanecer para aprovechar la luz del día y replegándose a sus tiendas para huir el frío en las tardes. Juntos habían logrado crear una familia más o menos funcional, en la que nadie sabía muy bien cuál era su papel pero que todos respetaban por el cariño que se tenían unos a otros.

Pero no solo su relación había dado frutos. En medio de las polvorientas páginas de libros y pergaminos y bajo el manto de tantas noches de estudio, el hambre de aprendizaje de Keith había crecido sin barreras. Luego de poco menos de un año desde que inició sus estudios, había aprendido más que muchos durante toda su vida.

Su mente imparable y atenta no le daba descanso ni este lo necesitaba. Había encontrado en la alquimia aquello que había estado buscando desde siempre. Ya no era el chico salvaje que había llegado al campamento hambriento y muerto de frío. Era un joven alto, guapo y educado que rebosaba curiosidad e inteligencia. Aunque no le habían quitado lo salvaje del todo, Shiro nunca consiguió que se cortase el cabello.

Las mañanas en el campamento comenzaban a ser más amables en primavera y les dejaban disfrutar de unos minutos más de sueño antes de levantarse. Lance apenas abría los ojos cuando escuchó que Shiro los llamaba desde afuera. La noche anterior les había avisado que saldría temprano a comprar comida al pueblo, pero tenía la esperanza de que tardara un poco más y lo dejara dormir.

-¡Lance, Keith! – los llamó de nuevo. – necesito que vengan en seguida.

-mmm.... No. –murmuró Lance cubriéndose la cara con las manos.

-Los quiero vestidos y desayunando en cinco minutos o iré yo mismo a lanzarles agua fría.

El castaño se resignó como tantos otros días, el deber llamaba. Iba a estirarse aún acostado cuando sintió que lo retenían por la cintura desde un costado. Levantó las mantas y lo encontró a él. Luego de tanto tiempo no le sorprendía verlo al despertar, era un hábito que no se le había ido y del que estaba secretamente feliz. Keith dormía como una marmota sin que los gritos de Shiro lo alteraran ni un poco, estaba sonriendo y tan relajado que daba envidia.

-Shiro va en serio con lo del agua fría. – le dijo Lance mientras le quitaba el cabello del rostro. – no lo provoques.

Keith soltó un ruidito de queja y se volteó. Al menos Lance ya podía levantarse.

-No digas que no te lo advertí. – amenazó. Se estaba poniendo la ropa para salir cuando sintió que el azabache lo tomaba por la camisa. Al voltearse lo encontró sentado en la cama y frotándose los ojos, era algo demasiado lindo como para pasarlo por alto.

-No quiero levantarme.

-Tú nunca quieres levantarte.

-Esta vez es diferente, tuve una pesadilla. – dijo Keith. El mayor volvió a sentarse en la cama y dejó que el otro apoyara la cabeza en su hombro. Con voz adormilada y sin abrir los ojos fue contando. – soñé que todo el mundo desaparecía y que solo quedábamos tu y yo.

-Entonces debíamos dedicar el resto de nuestras vidas a repoblar la tierra...

Keith abrió los ojos para mirarlo por unos segundos con las cejas muy juntas. Nunca llegó a entender muy bien las bromas de Lance. Algunas no tenían gracia, otras simplemente no tenían sentido. Ambos eran hombres, no podrían repoblar la tierra ni aunque se les fuera la vida en ello.

-Entonces también tú desaparecías. –dijo finalmente. Sintió la mano del mayor dibujando círculos en su hombro para tranquilizarlo. Le sonreía como si se tratase de un niño y le respondió bajito.

GoldenDonde viven las historias. Descúbrelo ahora