Se quitó de encima las mantas y el brazo que lo sostenía por la cintura. Se vistió en silencio y sin ganas de partir. Fue tanteando en la oscuridad para no chocar con nada y salió de la tienda más sin saber si se sentía mejor o peor que antes de haber entrado. La luna y las linternas sobre los escritorios lo iluminaron. Ante sus ojos se alzaba la máquina maestra junto a su creador.
-Ya estoy listo- dijo. Shiro le tendió una bata blanca y de manga corta mientras que con la mano en sus hombros lo guiaba hasta la entrada de su tienda.
-Saca la piedra cuando estés listo - dijo y lo dejó solo.
Oscuridad otra vez.
Keith se puso la bata que se perdía en la blancura de su propia piel. Se sentía como un ángel triste, una virgen sacrificada a manos de un dios insaciable, tan miserable que ni siquiera podía sentir pena por sí mismo.
-Lo más útil que haré por el mundo, será desaparecer. - dijo al momento de abrir el baúl donde descansaba la piedra, transparente y maciza, que comenzó a brillar apenas entró en contacto con sus manos.
Al salir, encontró a Shiro de espaldas, manipulando el panel de control de la. máquina. Trazaba líneas y presionaba botones mientras Keith lo veía todo con ojos ausentes. Carraspeó para llamar su atención.
-Ven conmigo - dijo y comenzó a caminar hacia el centro de la instalación mientras esta empezaba a desprender un brillo blanquecino e intenso y los engranajes se movían para accionar una inmensa orquesta mecánica, tan terrorífica que de no haber estado en sus pensamientos, a Keith le hubiera dado escalofríos. - Sostén la piedra firmemente en todo momento y no hagas nada que no te ordene - dijo el mayor.
Shiro jaló una palanca y la esfera de cristal se abrió por la mitad para dejar pasar al muchacho y a la piedra que parecía desesperada con todo el flujo de energía que no dejaba de emanar de la máquina, de la tierra y hasta del mismo cuerpo de Keith.
-Voy a estar aquí en todo momento, no tengas miedo
-No tengo miedo - contestó Keith ya en el centro de la esfera.
-Voy a cerrarla y comenzaremos... ¿No necesitas algo antes?
Pero por mucho que quisiera decirle, no podía hacerlo, sus labios estaban sellados. Quería salir corriendo, dejar la investigación y el campamento atrás y correr hasta que ya no lo sostuvieran las piernas, tal vez así llegaría una vez más al pasado y vería a su madre y a sus hermanos. Les diría que los amaba y se disculparía por no haber sido capaz de hacer las cosas mejor, de no ser mejor. Levantó la cabeza y se encontró con Shiro mirándolo impacientemente. Si alguien podía beneficiarse de con su muerte, su vida habría valido la pena. Keith negó con la cabeza y la esfera se cerró.
Cargaba la piedra cerca de su pecho como si fuera un bebe y veía la realidad de a ratos. Shiro posando la mano sobre el cristal, caminando hacia el panel de control. Shiro dándole una larga y melancólica mirada de despedida que debía ser idéntica a la última que le dio su padre, ¿Volvería a verlo una vez todo acabara? No podía estar seguro, sobretodo luego de que la máquina se activara por completo y la luz de piedra lo cegara. Escuchaba un ruido espantoso, sentía como todo su cuerpo palpitaba como si su sangre luchara por salirse de las venas. Gritó de dolor y desesperación, luego por el miedo que le inspiraban sus propios gritos desgarrados. Keith soltó la piedra, pero el dolor no se detuvo. Inspirado por algo indescriptible, abrió los ojos apenas y a lo lejos, desdibujado por la luz blanca alcanzó a ver a Lance que salía apurado de la tienda. Un segundo después, dejó de ver en absoluto.
-¡¡Keith!! - gritaba Lance a todo pulmón mientras corría hacia la esfera. Tan de prisa que no vio a shiro corriendo a su lado para interceptarlo. No lo vio tampoco cuando agarró firmemente por la cintura, tanto que le hizo perder la respiración por momentos. - ¡¡SUÉLTAME, HAY QUE SACARLO DE AHÍ!!
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Golden
FanfictionLa tierra está llena de secretos, y solo quienes son lo suficientemente valientes para arriesgarlo todo serán dignos de descifrarlos. Keith ha crecido en la salvaje tierra de Texas de los años cuarenta, lejos de todo y de todos. A sus quince años c...