XXI

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Solo la luz de la luna iluminaba el arido suelo de mitad de la nada. Los aullidos lejanos eran la única música que hacía eco en el vacio, y solo un hombre se alzaba desde los escombros del misterioso nogal. Con toda la fuerza que le permitían sus brazos cansados y adoloridos, logró escapar del derrumbe cavando con sus propias manos. Las uñas le sangraban y ardían, pero aquel dolor no podía compararse con la rabia que iba creciendo en su interior.

Una vez fuera del agujero, miró a su alrededor en busca de alguna señal de la piedra filosofal o del condenado chiquillo que se la había arrebatado. Lanzó un grito gutural y cayó de rodillas al suelo. Todo su esfuerzo para nada.

No iba a quedarse quieto por mucho tiempo, la fama y el oro no esperaban a nadie. Se sacudió las ropas llenas de tierra y se armó de valor para seguir con su búsqueda. Sus hombres habían quedado atrapados bajo tierra y no sabía si volvería a verlos algún día. Mejor así, pensó. No tenía tiempo que perder con inútiles incapaces de mantenerse con vida por ellos mismos. Estaba dispuesto a dejarlo todo atrás para encontrar la piedra.

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Otro día comenzaba en casa de la familia Kogane. Otro día en el que Emma lo esperaría en la cocina preparando el desayuno para sus hermanos. Otro día en que la vería un poco más triste, a su madre un poco más enferma y a Noah un poco más desencantado con todo a su alrededor. Keith se sentó a la mesa con los ojos apenas abiertos a apurar una taza de leche para alcanzar a salir con su hermano a trabajar. No retiró las cosas de la mesa al terminar, solo alcanzó a despedirse de su madre y a darle las gracias a Emma por la comida.

Noah lo estaba esperando en la carreta, con expresión ausente y los hombros caídos. Nunca estaba seguro de lo que le pasaba, pero siempre tenía la sensación de que él era la causa de los problemas del mayor.

-Nos vemos en casa a la hora de cenar. – le dijo al despedirse.

Keith asintió con la cabeza y lo vio alejarse en la carreta hasta su lugar de trabajo. En el granero lo esperaban las vacas listas para ordeñarse y un montón de otras tareas que ya realizaba de memoria. Ocupaba su mente en repasar las lecciones del día anterior. Siempre estaba demasiado ocupado dentro de su cabeza como para aburrirse en el trabajo o para fijarse en la hora. Era siempre la señora de la casa la que iba a despacharlo a medio día, no soportaba tener a alguien tan extraño como Keith en su casa más tiempo del necesario.

Como en las últimas dos semanas, Keith volvía a casa solo a buscar su bicicleta para llegar al campamento. Siempre era Lance quien lo esperaba a las afueras con una mano sobre los ojos para que no lo deslumbrara el sol. Al verlo aparecer a lo lejos, se acercaba un poco más hasta que el menor casi lo atropellaba y le saltaba a los brazos. Escondía el rostro en su pecho y ahí se quedaba hasta calmar su respiración. Aspirando el aroma que la ropa del castaño desprendía y llenándose de la calma que le faltaba en su vida.

-Te extrañé. – le decía todos los días. A lo que Lance le acariciaba la cabeza y luego de darle un beso en la frente le respondía.

-Sabes que estaré aquí esperándote.

-¿Pero si algún día ya no estás? –le preguntó en una ocasión. – no podría seguir viviendo si no estás conmigo.

-Keith, siempre voy a estar contigo. – Lance lo separó de su pecho para verlo a la cara. No era solo una suposición o un truco para que el castaño le recordara lo mucho que le quería, a Keith realmente le daba terror perderlo. - ¿Ya olvidaste que vamos a casarnos? Entonces no podrás librarte de mi.

Keith sonrió al bajar la mirada, aún no se acostumbraba a sentirse tan feliz.

-Será mejor que vayamos ahora, Shiro lleva toda la mañana preguntando a qué hora llegará su alumno favorito.

-Creí que tú eras el favorito.

-No puedo competir con el chico que encontró la piedra filosofal. – dijo Lance mientras buscaba su mano. – al menos sigo siendo el más guapo de los dos.

Keith trabajaba en silencio y era tan eficiente como una máquina. Con la nariz hundida en las páginas de un libro, podía pasar horas sentado en el escritorio olvidándose de comer y hasta de parpadear. Pronto fue promovido al lado de Lance, sirviendo como apoyo en los experimentos de Shiro. Experimentos en los que varias veces terminaron electrocutados, quemados, mojados por fluidos extraños y hasta mordidos por ciertas plantas carnívoras. Codo a codo, Lance y Keith iban descubriendo algo mucho más grande, fuerte y poderoso que la alquimia. Algo que los unía con fuerza y que los abrasaba como las llamas. Era algo sin nombre ni explicación y al mismo tiempo, algo de lo que ninguno de los dos quería escapar.

Eran las siete y media de un día viernes y a Shiro acababa de explotarle en la cara un tubo de ensayo, Lance le había advertido que no experimentara con dinamita varias veces. Salió a dar un paseo para despejar su mente y componer un poco su dañada dignidad. En el campamento todo quedó en silencio. Solo un débil resplandor de luz amarillenta se colaba por entre los pliegues de la carpa de Lance, era él único testigo de todo el amor y las ansias con que ambos jóvenes iban descubriéndose por primera vez.

Un jadeo brotó de los labios del azabache desde lo más profundo de su ser. Se cubrió la boca con las manos al ver que Lance lo miraba desde arriba mordiéndose los labios de puro nerviosismo.

-¿Estás bien? – dijo subiendo a su altura. – si quieres puedo dejarlo hasta ahí.

-¡No! – dijo el menor sin que le importase sonar desesperado. Qué más podía importarle cuando tenía a Lance ocupado entre sus piernas. –Sigue... estoy bien.

-Keith, hay algo que quiero decirte. – dijo Lance sonriendo enternecido al verlo tan entregado y todo para él.

Se había recostado junto al cuerpo caliente del menor. Su mano había quedado en su vientre mientras dibujaba círculos que solo lograban alterarle más los sentidos. Pero Lance quería hablar, y Keith escucharía. Aunque eso significara morirse de ganas de tenerlo encima.

-Creo que debería conocer a tu familia.

-¿Por qué?

-Porque llevamos un tiempo en... bueno, esto. Y ya es momento de que ellos me vean a mi también.

Keith lo pensó unos segundos. Sabía que no era una buena idea, nada que tuviera que ver con su familia lo era. Posiblemente a su madre le agradaría Lance, pero no sabía qué esperar de Emma y Noah, en el mejor de los casos a su hermano le daría igual y no haría preguntas, pero aún así...

-¿Keith?

-¿Ah? Si... claro, puedes venir a casa cuando quieras.

-¿Está bien esta noche? –Keith no respondió en seguida. De pronto toda la excitación del momento se había convertido en angustia y en un nudo en la garganta que presagiaba lo peor. Pero Lance había sido tan lindo, ¿Qué era lo peor que podía pasar?

Esa noche Shiro se quedó en el campamento alistando las cosas que usarían mañana. Le dejó a Lance las llaves de la camioneta para que dejara a Keith en casa. Partieron a eso de las nueve y entre más se acercaban mayores eran las nauseas del azabache. Se sintió desfallecer cuando vio la casa a la distancia.

-Creo que voy a vomitar.

-Respira hondo, si ensuciamos el auto Shiro nos va a matar.

Así lo hizo. Keith cerró los ojos y se concentró en respirar. Los abrió al sentir los labios del muchacho dejándole un beso en la mejilla. No tenía porqué salir tan mal.

Estacionaron el auto frente a la casa. El lugar estaba silencioso y en penumbra, demasiado oscuro como para parecer normal. Keith abrió la puerta de la cocina y todo lo que encontró fue más vacío.

-¿Hola? – dijo suficientemente alto como para que pudiera escucharse por toda la casa. Entonces se escuchó el ruido de algo estrellándose contra el piso y rompiéndose en mil pedazos. Una silla corriéndose bajo el peso de un cuerpo y la puerta de una habitación abriéndose. Sea quien sea que estuviera en casa, acababa de notar su presencia y se acercaba.

GoldenDonde viven las historias. Descúbrelo ahora