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Podía decir orgullosamente que se había mantenido estoico y tranquilo durante todo el viaje. Pero cuando les avisaron que nada más quedaban un par de calles para llegar a su destino, el estomago comenzó a darle vueltas y el aire a escasear. Todo era por culpa de la corbata que Shiro le había obligado a usar. Keith se removió en el asiento con incomodidad mientras se jalaba el cuello de la camisa para hacer espacio. Si en algún momento llegó a pensar que aquello era una buena idea, ahora se arrepentía.

No había dejado de escuchar a Lance hablando sobre lo muy emocionado que estaba por volver a la ciudad y sobre todos los lugares que le mostraría una vez hubieran dejado las cosas en el hotel. Pero por más que mirara por la ventana, Keith no podía ver lo interesante de todo aquello. A donde quiera que fijara la vista veía enormes construcciones de cemento que ocultaban el sol, mares de gente hablando todos a la vez e interminables ruidos de los autos. No dejaba de pensar en lo mucho que le gustaría estar en ese momento en la tienda que compartía con Lance en el campamento, alejado del ruido y de las personas...

-¿Cierto, Keith? – escuchó de pronto decir al castaño a su lado. Le estaba apretando la mano y lo miraba animada e insistentemente, tanto que casi se sintió culpable por no tener ni idea de lo que le estaba hablando.

-Lance, no creo que puedan ir a tantos lugares, solo estaremos aquí dos días. –dijo Shiro, a lo que Lance contestó con un pequeño berrinche.

Keith dejó de mirarlos para volver su atención a la ventana del auto, pero para su sorpresa el mundo fuera del coche fue perdiendo velocidad hasta quedarse completamente detenido. Frente a sus ojos se alzaba el edificio más elegante que había visto en toda su vida.

-Shiro... ¿podemos volver a casa? –dijo el azabache una vez hubieron bajado del auto. – no me siento bien, creo que voy a vomitar.

-Solo son los nervios de la primera impresión. –le respondió el mayor dejando caer una mano sobre su hombro. – te sentirás mejor apenas comience los conozcas a todos.

Pero ese era el gran problema. Keith hubiera preferido cortarse las piernas antes de tener que pasar toda una noche pretendiendo que le interesaba conocer a los de la comunidad científica.

Lance pasó como un cohete a su lado, arrastrando las maletas a toda prisa para entrar cuanto antes y llevándolo a tirones de paso. Las puertas del hotel se abrieron de par en par para darles la bienvenida y tan pronto como vio a las demás personas que se hospedaban ahí supo que no había lugar para él en el mundo real. Se quedó congelado unos segundos y de no ser por la insistencia del castaño al jalarlo hacia la recepción se hubiera quedado ahí mismo obstruyendo la entrada. Un joven vestido elegantemente los acompañó hasta su habitación con sus maletas en un carrito. Le sonreía cordial y despreocupadamente porque no podía imaginarse lo mal que lo estaba pasando.

Y aquella tortura solo estaba comenzando.

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-Lance... en serio siento que voy a vomitar. – dijo el azabache con la espalda pegada a la pared mientras frente a sus ojos docenas de hombres ataviados con trajes formales desfilaban mirándolo con curiosidad. Keith buscó a tientas una silla para ponerla como escudo entre su cuerpo y el resto de la sala, pero se encontró con la mano de Lance, solícita y amable, que lo recibía para calmarlo.

-No es tan malo, Keith. Nadie aquí va a comerte. – le respondió él. – si tanto miedo te dan puedes imaginártelos a todos en ropa interior.

Keith le lanzó una mirada perturbada, había muchas cosas mal en esa oración.

-Solo bromeo. – dijo Lance encogiéndose de hombros. – ven conmigo, hay algunas personas a las que tienes que conocer.

Y de la misma forma que lo había llevado consigo tantas otras veces, lo guió por medio de la sala de reuniones sin ningún reparo. Solo porque él no sentía una marea golpeándole contra las paredes del estómago ni escuchaba los murmullos de los hombres a su alrededor más fuertes y atronadores que la música de orquesta que los acompañaba. Nadie en la sala había logrado disimularlo, todos estaban pendientes de aquel chico extravagante y de aire salvaje. ¿Quién era? ¿Qué hacía ahí?

GoldenDonde viven las historias. Descúbrelo ahora