IX

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Luego de una semana de comenzar sus clases de lectura junto a Lance, Keith hubo terminado el libro de los principios básicos de la alquimia y no podía disimular lo feliz que estaba. Fue una noche de jueves en la que se quedó despierto hasta asegurarse que su hermano se durmiera en la cama de al lado cuando sacó su linterna de su mesa de noche y comenzó a leer las últimas páginas. Fue cerca de las tres de la mañana cuando con los ojos cansados y una sonrisa de orgullo leyó el ansiado punto final.

De más está decir que no había entendido ni la mitad de las cosas que el libro decía y que el muy egoísta de Lance se había negado a explicarlas. Pero de todos modos Keith estaba bastante satisfecho consigo mismo. Solo hubiera deseado que ese día la noche tuviera más horas para no amanecer con el aspecto de un muerto viviente.

Keith caminaba por el pasillo de su casa sin conseguir abrir del todo los ojos cuando chocó con su hermano a la entrada de la cocina. Lo miró sorprendido unos instantes antes de desviar el rostro hacia sus zapatos. Era muy raro encontrarlo en casa a esas horas siendo que llevaba mucho tiempo estudiando la rutina de Noah para evitarlo lo más posible. El mayor de los hermanos se hizo a un lado para dejarle el paso libre. Keith asintió con la cabeza agradeciendo y fue hasta la encimera a buscar su desayuno.

-¿Quieres que te acompañe a desayunar? - dijo Noah viendo como su hermano menor esparcia nerviosamente la mantequilla de maní sobre el pan.

-No, gracias. - dijo Keith. - ya voy saliendo.

-¿A dónde tan temprano? - le preguntó Noah alzando una ceja y bebiendo un sorbo de su taza de café.

-A ver a mis amigos. - dijo Keith apegandose el libro que llevaba bajo el brazo un poco más al cuerpo. No pensó que aquello sería aun más sospechoso, o que todo en él desde hace unos días parecía extraño y sospechoso. Noah se le acercó hasta ponerle una mano en el hombro que lo hizo sobresaltar.

-Keith, creo que tu y yo deberíamos hablar. - comenzó, haciendo que una alarma se activase en la cabeza del menor. Oh no, oh no, oh no...

Entonces llamaron a la puerta de la cocina.

Fue Noah quien abrió, no sin antes lanzarle a Keith una mirada que a todas luces decía "no te vas a salvar de hablar conmigo".

Era uno de los compañeros de trabajo de Noah quien llamaba. Ambos hombres se saludaron con un apretón de manos y comenzaron a hablar algo acerca de un problema con la última cosecha de maíz. Keith no pretendía quedarse escuchando cómo terminaba la conversación. No desaprovecharía la oportunidad única de escaparse del sermón de su hermano, así que cuando lo vio suficientemente distraído, tomó su desayuno y salió corriendo en medio de los dos trabajadores.

-¡Keith, espera! - le gritó Noah cuando pasó por su lado, pero si no había conseguido entablar una conversación relevante con su hermano en los últimos quince años, tampoco lograría hacerlo volver con un grito. Keith se había montado en la bicicleta con el pan en la boca y pedaleaba lo más rápido que podía.

-Deberías cortarle las riendas a tu hermano, Noah. -dijo el hombre del otro lado de la puerta mientras miraba el punto negro en la distancia en el que se convertía Keith. - a los jóvenes no les hace bien el ocio.

-Ya hemos intentado de todo. - dijo Noah soltando un suspiro. - no sabe seguir instrucciones ni presta atención a lo que le dices. A veces es como si... como si...

"Como si no estuviera ahí" iba a decir, pero se arrepintió y negó con la cabeza.

-Olvídalo.

-Podría conseguirle trabajo en la granja cuidando los animales, a ver si madura de una vez.

-No me imagino a Keith trabajando. - dijo Noah pensando en los miles destrozos que su hermano podría causar en un lugar ajeno. Pero toda suposición o idea eran inútiles en ese entonces, cuando el único pensamiento que rondaba la mente del muchacho era llegar al campamento a contarle a Lance que había acabado el libro.

GoldenDonde viven las historias. Descúbrelo ahora