XXIII

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Sentía como todos y cada uno de sus músculos le dolían y no precisamente por el derrumbe. La noche pasaba por su punto más oscuro cuando los jóvenes se devolvían al campamento. Lance con la vista fija en el camino y sin encontrar las palabras necesarias, Keith simplemente con la cabeza hundida en las rodillas y los sollozos a medio camino de salir de su pecho. No se percató del momento en que llegaron. No le importaba la hora ni el paso del mundo a su alrededor, no reaccionó ni siquiera cuando el mayor le abrió la puerta para tomarlo en brazos y sacarlo del coche.

Reposó la cabeza contra el pecho de Lance y apenas fue consciente de la carrera de Shiro hacia ellos. Seguía con la ropa puesta y parecía que no había pegado ojo en toda la noche. Incluso sin haberse enterado de nada, le bastaba ver al azabache a los ojos para saber que las cosas no andaban bien.

-¿Qué pasó? - dijo demandante, pero Lance solo negó con la cabeza sin decir palabra. -,¡Lance!

-Ahora no, Shiro. – le respondió abatido. – mañana te lo explicaré todo.

No aceptó seguir hablando aun con las protestas de su mentor. Tampoco aceptó su ayuda para cargar a Keith hacia la cama. Nada ni nadie se le acercaría mientras él estuviera ahí para cuidarlo.

Descorrió la lona de la entrada con dificultad y lo dejó sobre la cama. No encendió la lámpara ni le quitó la ropa, solo le sacó los zapatos y lo acomodó en un lado del camastro en posición fetal. Muy pegado a su espalda, se recostó el también sin importarle el frío de la noche ni los incesantes ruidos que venían de afuera. No podía sentir nada más que el calor que Keith irradiaba y su respiración agitada. Lance lo abrazó con fuerza, como si la vida se le fuera en ello, o más bien la vida de Keith. El muchacho parecía tan frágil y efímero que sentía que si no lo tomaba entre sus brazos desaparecería.

Y solo entonces, al finalmente distinguir las dimensiones de su cuerpo apresado por el de Lance, Keith se sintió pequeño e indefenso. Más pequeño de lo que se había sentido jamás y ahora totalmente consciente de que para el mundo su vida y las vidas de quienes amaba eran insignificantes.

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Solo había pasado una semana, pero parecían meses desde la última vez que brilló el sol en el campamento. Shiro continuaba llenando libretas con anotaciones y se hacía compañía con los relucientes instrumentos de laboratorio. Sentía que se quedaba solo después de que Lance hubiera dejado de lado sus labores de asistente para dedicarse por completo al cuidado del menor.


Era quien lo acompañaba, le daba de beber y lo sacaba para que le diera el sol una vez al día. Se había convertido en una sombra, pero la sombra de alguien que ya parecía muerto. No había vuelto a casa desde la muerte de su madre y parecía que no lo haría nunca más.

Pero al séptimo día algo cambió.

La mañana de la semana siguiente terminaba el duelo impuesto por la familia Kogane y con él su letargo y mutismo auto impuesto. Ese día Keith despertó cerca de las doce, cuando Lance ya había salido de la tienda hace mucho rato. Se quedó sentado en la cama unos segundos mirando a su alrededor. En una improvisada mesa de noche lo esperaba una taza de leche tibia y un pocillo de cereales resecos, también su cuaderno de dibujo abandonado desde hace una eternidad.

Keith lo tomó con manos temblorosas y fue pasando las páginas. Cientos de imágenes, historias que había plasmado en papel para mostrarle a su madre el mundo, y todo había sido en vano... ella no volvería a ver nada nunca más.

Apretó los dientes y la tapa de la libreta hasta retorcerla. Luego una a una fue arrancando las hojas con toda la rabia que no podía soltar contra si mismo. Gritó, se deshizo en gritos y lágrimas hasta que el cuaderno estuvo completamente destrozado, todo menos el último de sus dibujos: la piedra filosofal.

-Keith, ¿qué tienes? – dijo Lance entrando acelerado a la tienda. Lo encontró encorvado en una esquina, sollozando como un animal herido y con la respiración agitada. Pero cuando se agachó a su lado, lo recibió un rostro serio frío sin rastro de emoción alguna. – Keith, está bien...

-¿Qué es lo que está bien en todo esto, Lance? – dijo con voz rasposa luego de tanto tiempo sin habla.

-Está bien si quieres llorar, puedes hacerlo.

-No voy a llorar. – dijo y se puso de pie, dejando al mayor a su espalda. – llorar no me devolverá a mi madre.

Y salió de la tienda. El castaño se levantó para seguirle el pasó por si hacía alguna locura, pero solo lo encontró sentándose en uno de los escritorios. Abría un libro con rabia y tal y como una droga, leía para olvidar. A su madre, a sus hermanos y olvidarse de sí mismo. Hoy al igual que siempre, quería olvidarse de que él mismo existía.

Lance hizo el intento de acercarse, pero detrás de él estaba Shiro tomándolo por el brazo y negando con la cabeza.

-No podemos dejar que siga así. – le dijo Lance a su maestro, a lo que él le respondió.

-Esta debe ser la forma en la que él sana sus heridas. Ya tendrá tiempo para asimilarlo, déjalo estar solo un rato.

Y ese rato se convirtió en la tarde entera. Keith leyó hasta que el sol desapareció y luego hasta que se acabó la mecha de la lámpara. Solo se detuvo cuando sus ojos comenzaron a pedir descanso y la cabeza le daba vueltas luego de memorizar tanto. Volvió a la tienda de Lance donde lo encontró sentado en la cama y tapado hasta la cintura leyendo una novela. Al verlo, le hizo un espacio a su lado en el que Keith se acurrucó como un cachorro buscando el calor y el cuerpo del joven.

-Lamento haberte preocupado. – se disculpó el azabache.

-Solo me importa que te sientas mejor. – le repondió. Dejó de lado el libro para meterse en la cama y quedar a la altura del muchacho. – sé que es duro y no pienso dejarte solo en esto.

Keith se sentó sobre la cintura del mayor y comenzó a besarlo intensamente. Esa noche necesitaba algo más que una simple caricia. Toda la rabia y la impotencia que sentía lo llevaron más allá de lo que su mente podía controlar. Mientras mordía los labios de Lance, comenzaba a subirle la camiseta para descubrir su pecho moreno y firme. Paseó su lengua sobre su cuello y sobre sus clavículas dejándose llevar. Lance le acariciaba los muslos y lo dejaba hacer mientras sentía nacer el calor bajo su vientre. No se detendrían esa noche, no después de haber estado tanto tiempo separados por la tristeza.

Keith había perdido muchas cosas; A sus padres, su hogar, su niñez y la poca inocencia que le quedaba con Lance, pero nunca antes se había sentido tan completo como ahora. Acababa de tomar la primera gran decisión de su vida: no descansaría hasta destruir aquello que había destruido a su familia.

Formaría la piedra filosofal y la eliminaría para siempre.

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Habrá actualización doble c: la subo en seguida. A todo esto... ¿Sabían que el apellido Kogane significa oro/dorado? o___o esta ha sido la mayor coincidencia de mi vida.

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