XVIII

2.9K 492 140
                                    

Dentro de unos minutos el sol saldría dando comienzo a un nuevo día. Un muchacho de cabello negro camina con paso lánguido junto al caballo tanto o más exhausto que él.

-Lo siento, Frederick. - dijo Keith acariciándole el lomo. - prometo que te lo compensaré.

No iba a montarlo, no después de despertarlo en medio de la noche y hacerlo correr por media Texas con dos personas al lomo. Frederick merecía un buen descanso, y él también. Tuvo suficiente suerte como para llegar justo en el momento en que todos se levantaban. Cerró la puerta de la cocina a sus espaldas cuando Noah apareció en pijama y con el cabello revuelto.

-Madrugaste, que bien. - dijo con la voz aún rasposa y los ojos entrecerrados.

-Tenía hambre. - dijo el menor tratando de pasar por el lado de su hermano para ir a su habitación. Planeaba dormir el resto de la mañana y de ser posible después de almorzar, pero Noah lo detuvo por el cuello de la camisa antes de que diera otro paso.

-¿Qué le pasó a tu ropa? - dijo alzando una ceja y espabilando poco a poco.

Keith se maldijo a sí mismo por olvidarse tan espléndidamente de que se había rasgado la manga y que no tenía forma de explicárselo a sus hermanos. No al menos de una forma convincente.

-Así se usan ahora. - dijo sin mirarlo. Noah frunció el ceño, confundido.

-¿Desde cuándo sabes lo que se usa? - pero la pregunta quedó en el aire. Keith había avanzado con fuerza hasta quedar libre para correr por el pasillo. Por poco choca con Emma, pero la muchacha se hizo a un lado rápidamente. El azabache cerró la puerta de su habitación y ambos hermanos mayores quedaron de pie en el umbral de la cocina mirándose confundidos.

-¿Le pasa algo a Keith? - preguntó Emma.

-A Keith siempre le pasa algo. - dijo Noah y se llevó una mano a la cintura sin dejar de mirar fijamente la puerta del cuarto. - daría cualquier cosa para saber qué es.

Cayó de espaldas a la cama con un suspiro de alivio al verse por fin solo. Le dolían todos y cada uno de los músculos en el cuerpo, incluso aquellos que hasta entonces no se había percatado de que tenía. Había sido la noche más agitada y extraña que podía recordar, pero todo habría valido la pena luego de conseguirla.

Keith deslizó una mano por el bolsillo de su pantalón, y enseguida sintió el calor de la piedra contra su piel. Ya no brillaba como antes, parecía mucho más un cuarzo cualquiera que la piedra filosofal que tantos siglos llevaban buscando. Keith la miró un segundo, sin poder creer que había arriesgado su vida por tan poco.

-¿Keith? - llamó la voz de su hermana del otro lado de la puerta. El muchacho se movió lo bastante rápido como para guardar la piedra nuevamente en el bolsillo, justo antes de que Emma entrara, ya más despierta y con un tazón de leche en la mano. - ven a tomar desayuno, no puedes llegar tarde en tu primer día.

-¿Mi... qué?

-Creí que Noah había hablado contigo. - dijo Emma. A lo largo de las últimas horas la mente del muchacho había estado funcionando a mil por hora, de modo que no le fue difícil recordar de qué estaba hablando. No había forma de que fuera a trabajar en la estúpida granja de los vecinos.

-Dile a Noah que no puedo ir. - dijo Keith volteándose en la cama hasta darle la espalda. - dile que estoy enfermo o lo que sea.

-Tienes que ir - sentenció ella, avanzando hasta su hermano menor. -vamos, arriba.

-Emma, estoy cansado. Quiero dormir.

-¿Cómo? Acabas de despertar. - sus ojos se abrieron abruptamente, se suponía que había pasado la noche en casa, no vagando bajo las raíces de un misterioso nogal ni huyendo de ladrones. Su ropa rota y su cara sucia ya eran bastante sospechosas, si seguía así terminaría delatándose. De modo que con las pocas energías de su adolorido cuerpo se sentó.

GoldenDonde viven las historias. Descúbrelo ahora