XI

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Un intenso gemido de dolor resonando en las paredes de la casa lo hizo despertar de golpe en medio de la madrugada. Keith se había sentado en la cama aunque aún con el mundo dando vueltas a su alrededor. Vio correr a Noah en medio de la penumbra para salir del cuarto y aunque intentó alcanzarlo le fue imposible.

Keith se restregó los ojos rápidamente mientras escuchaba el ritmo acelerado de su corazón junto con las carreras de sus dos hermanos mayores por el pasillo. Sin calzado y tambaleando salió a ver qué ocurría.

Emma estaba parada frente a la puerta del cuarto de su madre, con las manos cubriéndose la boca y los ojos abiertos a más no poder. Su rostro, tan bello y delicado, se deformaba en una mueca de espanto y una sola lágrima tímida que le corría por la mejilla. El resto eran jadeos leves y la voz rota de Noah maldiciendo al aire. Keith corrió hasta llegar a su hermana para jalarla de la camisa de dormir y conseguir una explicación.

-Emma... - la llamó con la voz rasposa por el sueño. Apenas se dio cuenta de que estaba a su lado, agarró a Keith entre sus brazos para apegarlo a su cuerpo. El azabache no entendía nada y no parecía que alguno de sus hermanos fuera a decirle lo que pasaba.

Aunque no tardó mucho en encontrar la respuesta que buscaba. En medio del firme abrazo de emma que ya comenzaba a hacerle daño, logró girarse y quedar viendo hacia la habitación de su madre justo en el momento en que Noah la llevaba cargada en brazos para sacarla en medio de algo que Keith nunca había presenciado y que ciertamente nunca podría olvidar.

Su madre se removía en espasmos agresivos en los brazos del joven. Con la cabeza echada hacia atrás y los ojos mirando a la nada, no paraba de soltar ruidos inentendibles y espuma por el boca.

Emma ahogó un grito mordiéndose los labios, espantada. Cerró los ojos y se hizo un poco más hacia atrás para darle espacio a su hermano. Keith en cambio no pudo apartar la mirada de aquel horrible espectáculo ni siquiera cuando Noah ya había salido de la casa con su madre a cuestas para dejarla acostada en la carretilla que usaban en la granja. Se devolvió tan rápido que hasta empujó a Keith hacia atrás al pasar frente a él buscando una manta con la que cubrirla.

-Voy al hospital. - le dijo a Emma. - ve a la casa de los vecinos y llámame dentro de un par de horas.

-Yo voy contigo. - dijo ella.

-No, te necesito aquí.

-¡ES MI MADRE TAMBIÉN!

-Emma... - le dijo ahora más calmado y poniéndole las manos en los hombros. - necesito que te quedes cuidando la casa y a Keith.

Logró parar las lágrimas el tiempo suficiente para asentir con la cabeza y esperar a que su hermano saliera de casa. "Vuelvo por la mañana" les había dicho antes de ensillar al caballo y alejarse por el camino de tierra hasta el pueblo dejando a sus dos hermanos.

-Emma. - la llamó Keith. La muchacha se había apartado el cabello del rostro y lo miraba melancólica. - ¿Qué le pasa a mamá?

-Está enferma...

-¿Estará bien? - preguntó el menor. Y como si hubiera encendido una llave las lágrimas volvieron a brotar de los ojos de su hermana. Emma lo abrazó y ambos cayeron de rodillas al suelo. Keith solo podía suspirar y acariciarle el cabello. Desde que su padre había muerto y su madre ya no se levantaba de la cama, Emma lloraba mucho más que antes.

La mañana tardó más que nunca y la recibieron en vela tan cansados como angustiados. Emma bordaba sin levantar la mirada mientras susurraba cosas entre dientes. Keith repasaba los libros que Lance le había dejado la última vez. (Solo historia natural y literatura, nada de alquimia para él) y miraba la hora en el reloj cada cinco minutos. A eso de las siete y media la mayor fue a casa de los vecinos a usar el teléfono para contactar con su hermano en el hospital. Le dijo que su madre estaba estable pero que tendría que pasar unos días ahí para que el ataque no se volviera a repetir. Cuando la muchacha llegó a casa para contárselo a Keith, a este le volvió la vida al cuerpo.

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