XXXIV

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La fuerte luz de la lámpara le llegaba de frente, tan intensa y blanca que no le permitía mirar al hombre que tenía delante sin entrecerrar los ojos. El oficial de policía puso un cigarro entre sus labios y lo encendió. Botó el humo por la boca y la nariz provocándole a Keith aun más molestia de la que sentía y llevaba sintiendo desde la pasada madrugada. Las cosas siempre podían volverse un poco más caóticas.

Keith respiró por la boca para evitar sentir el olor a tabaco. Tenía los labios secos y agrietados y los ojos hinchados luego de pasar más de 48 horas durmiendo. Todo cuanto podía decir sobre lo que había pasado eran conjeturas y cosas que creyó ver. Cuando despertó esa mañana en la habitación todo estaba en calma. Emma y Noah lo cuidaban cada uno a un lado de la cabecera. Lo ayudaron a levantarse y lo trataron con más cuidado que nunca tratando de disipar los malos pensamientos en su cabeza, pero no tenía sentido. Por muy aturdido y adormilado que estuviera, Keith tenía claro que para ese momento Shiro llevaba varias horas desaparecido.

-Vamos a empezar de nuevo - dijo el hombre dando una honda calada al cigarro. - dime donde estabas al momento de la desaparición de Takashi Shirogane.

Keith levantó la vista agotado, exhausto de haber repetido la misma historia tantas veces para otros y para él mismo con tal de convencerse de que todo lo que había vivido en cuestión de meses había sido real.

-Ya le dije lo que sé - dijo Keith. - estábamos en medio de un experimento y algo salió mal. Shiro me quitó de en medio y luego... - hizo una pausa en la que soltó el aire de los pulmones - desapareció.

-Eso no es posible

-Eso fue lo que vi

-¿Con qué estaban experimentando?

-Con la piedra filosofal

El policía se llevó una mano a la cabeza para masajearse la sien sin poder creer las cosas que le tocaba hacer a veces. Entrevistar a un chiquillo en un pueblo en mitad de la nada, investigar sobre un muerto sin renombre, familia ni hogar. El caso no tenía ni pies ni cabeza.

-¿Ya me puedo ir a casa?

-Escucha, ya hablé con tus hermanos y estoy al corriente de tu condición - dijo el policía recargándose en un escritorio, el único mueble de la sala además de la silla en que el pelinegro estaba sentado. - dijeron que eras alguien sensible y que ahondar más en los hechos podría alterarte y empeorar tu estado mental. Pero si quieres que se haga justicia tienes que ayudarme y decirme qué pasó y quien tuvo la culpa.

-No sé qué más puedo contarle. - dijo Keith. - Shiro vivió haciendo lo que amaba y murió sabiendo las consecuencias. La piedra filosofal absorbió hasta la última parte de la energía de su cuerpo... seguramente no tuvo tiempo de darse cuenta de lo que estaba pasando siquiera.

-De nuevo estás con eso -murmuró el policía para sus adentros. No tenía caso discutir con un muchacho lento y distraído como aquel. Había escuchado de casos de personas como él, pero no tenía idea de que el autismo fuera tan grave. Keith no estaba ahí, al menos no por completo. Su mente viajaba en una dimensión desconocida, tal vez una en la tenía la oportunidad de despedirse de Shiro y darle las gracias por haberle salvado la vida.

-¿Ya me puedo ir?

El policía lo miró. Se reflejaba en aquellos ojos inmensos y violeta oscuro, tan lejanos y profundos que sintió escalofríos. Asintió con la cabeza y lo siguió con la vista mientras Keith salía de la sala cerrando la puerta a su paso. Luego volvió a ver la carpeta blanca en el escritorio que apenas contenía un par de papeles sin llenar. No había antecedentes, no había testigos. El caso de la desaparición de Takashi Shirogane quedaría cerrado por falta de pruebas hasta nuevo aviso.

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