VII

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El auto de Shiro se escuchaba un poco menos destartalado luego de quitarle de encima el peso de todo el campamento. Pero aún así no dejó de soltar su último y solemne quejido cuando el motor se detuvo frente a la casa de Keith.

-Gracias por traerme.

-Hasta mañana, Keith. - le dijo Shiro despeinandole el cabello antes de bajar del auto. Se quedó ahí unos instantes hasta cerciorarse de que el menor entrase a la casa que permanecía en silencio y con las luces muy tenues.

El muchacho caminó tan silencioso como de costumbre por los pasillos desiertos de su casa, pero no se salvó de encontrarse con su hermana que lo esperaba. Emma se asomó desde una de las habitaciones con la camisa de dormir ya puesta y el cabello suelto cayéndole por la espalda. Al ver a Keith la joven se quedó muda y ambos hermanos se contemplaron con tanto asombro como si no se conocieran.

-Hola. - fue Keith quien habló primero, levantando la mano al saludar, pero quedó atrapado en el abrazó de su hermana. Emma se inclinaba para quedar a su altura y su cabeza se escondía en el cuello del menor. Keith se quedó mirando el pasillo sin saber qué hacer mientras Emma se volvía presa de los temblores. Decidió que lo mejor sería darle palmadas en la espalda, eso era lo que se hacía en estos casos, ¿Cierto?

-Dios mío, Keith. - dijo Emma sin dar crédito aún a lo que sus ojos veían. - Noah y yo te hemos estado buscando desde ayer, ¿Dónde estabas?

-Lamento que se hayan preocupado por mi culpa. - dijo el menor de los hermanos con su voz monótona, se había pasado gran parte del camino desde el campamento planeando su respuesta. - pasé la noche en casa de unos amigos.

-¿Cuáles amigos? - preguntó Emma alejándose un poco para mirarlo a la cara. Que ella supiera, su hermano no hablaba con ningún vecino o alguien del pueblo.

-No los conoces, tampoco yo los conozco desde hace mucho. - dijo simplemente, no quería admitir que llevaba menos de un día sabiendo que aquellos "amigos" existían. - pero son muy amables.

Emma frunció el ceño con desconfianza. Una parte dentro de ella quería pensar por un momento que su hermano se comportaba como un joven normal que hacía amigos, pero sabía que no era así. Nadie que hubiera hablado con Keith durante cinco minutos pensaría que era normal o siquiera que tenía un amigo. Sin embargo, nada podía aplacar en esos momentos la alegría y tranquilidad que la inundaba al verlo en casa sano y salvo.

-¿Qué tienes ahí? - dijo ella al notar el libro que su hermano llevaba bajo el brazo. Sin poder explicarlo, Keith sintió el impulso de ocultarlo. Era el libro de Lance, el libro que le había prestado a él y solo a él. No quería que Emma lo viera.

El menor se apegó el instructivo de alquimia al cuerpo, cuidandose de que el título quedara oculto.

-Solo es algo que me prestó uno de mis amigos. - le dijo con una sonrisa en los labios, consciente de que sus sonrisas siempre lograban convencer a Emma. - ¿Cómo está mamá?

La muchacha desvió la mirada afligida. La sola mención de su madre era suficiente para opacar cualquier sospecha sobre su hermano.

-No muy bien, tuvo una noche difícil. - dijo Emma volviendo a ponerse erguida. Keith vio con atención como uno de sus mechones de color miel se deslizaba por su hombro. - no le dijimos que te habías ido para no preocuparla.

-Iré a verla. - respondió el azabache y comenzó a caminar hasta el fondo del pasillo.

-Que bueno que estás de vuelta. - dijo Emma sin saber si su hermano había logrado escucharla antes de entrar a la habitación de su madre.

-Pasa. - le dijo la mujer con un hilo de voz cuando Keith golpeó la puerta.

-Hola, mamá. - le respondió sonriendo mientras cerraba la puerta a su paso.

GoldenDonde viven las historias. Descúbrelo ahora