II

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El grafito del lápiz rozaba sobre el áspero papel haciendo un ruido suave y placentero que se mezclaba con el burbujear de la sopa en la cocina. Keith miraba con ojo crítico su dibujo sentado en la mesa de la cocina mientras su hermana picaba verduras para echarlas a la olla. Luego de darle los últimos toques a los dibujos que había hecho durante el día contempló el resultado final con bastante orgullo, no estaban nada mal.

Entonces se paró de su lugar arrastrando la silla. Emma lo miró por el rabillo del ojo sin quitar la atención de lo que hacía.

-¿Vas a ver a mamá?- Preguntó mientras le quitaba la piel a una zanahoria. Keith asintió despacio. En aquella casa donde todo era silencio y quietud nunca había necesidad de alzar la voz. - Recuerda lavarte las manos cuando vengas a cenar.

Keith salió de la cocina para adentrarse por un pasillo de luz tenue que llevaba directo a la habitación más amplia de la casa. De todos los lugares en el mundo, aquel era su lugar favorito ya que podía pasar horas enteras dibujando junto a la cama de su madre, hablando de cualquier cosa o en el más absoluto silencio. A ninguno le molestó nunca, ambos eran reservados y muy parecidos tanto física como psicológicamente. Keith había heredado la piel lechosa y delicada de su madre, también su cabello negro y su sonrisa. Sus ojos en cambio eran de su padre. Profundos y llenos de vida, o al menos así los recordaba antes de su muerte hace un par de años.

La puerta del cuarto se abrió con un chirrido, su madre yacía en la cama con aspecto adormilado, pero al ver a su hijo menor entrando sus ojos se abrieron con ánimo una vez más.

-Hola Keith - le dijo mientras palpaba un lado de la cama para que el menor se sentara. Keith obedeció enseguida y se arrimó junto al cuerpo tibio de su madre bajo las sábanas. -¿Qué dibujaste hoy?

-Un mapache. También las flores que están abriendo del otro lado del jardín. - dijo mostrándole los bocetos. Su madre los miró enternecida y le acarició la mejilla.

-Las cosas son más bonitas desde que las veo en tus dibujos. - dijo ella.

Había caído enferma poco tiempo después de la muerte de su padre, y aunque Keith lamentaba verla tan débil y vulnerable, también amaba los momentos que podían pasar juntos de ese modo. Solos, tranquilos y sin las interrupciones de Emma, y sobre todo, sin Noah rondando por ahí.

La puerta principal se abrió de un golpe, tan fuerte y bruscamente que pudieron oírla incluso desde donde estaban. Como si lo hubiera invocado con solo pensarlo, su hermano mayor acababa de llegar del trabajo. Con las botas embarradas aún puestas y hablando a toda voz. Noah se creía el rey del mundo, como siempre.

Keith rodó los ojos y suspiró. No esperaba que llegase al menos hasta dentro de una hora, y no le agradaba mucho la idea de tener que cenar con él. Su madre lo reprendió con la mirada.

-Ve y saluda a Noah - le había dicho. Keith guardó sus cosas y saló del cuarto arrastrando los pies.

Tal y como había imaginado, el silencio de la casa desapareció. Emma terminaba de poner la mesa mientras su hermano mayor descansaba sentado en su silla. Keith tomó todo el aire que pudo antes de saludar, sacó el pecho y se puso lo más erguido que le permitía el cuerpo, pero no se llevó más que un vistazo de parte del mayor.

-Bienvenido a casa, hermano - dijo Keith sentándose a su lado pero a una distancia prudente.

-Hola - respondió este con voz de autómata. Hubiera sido un silencio de lo más incómodo de nos ser por Emma que acababa de poner frente a sus hermanos unos platos humeantes de sopa de verduras.

-Coman antes de que se enfríe - les dijo sentándose también. Noah miró su plato haciendo un puchero con los labios.

-¿No tenemos carne? - le preguntó a Emma, ella negó con la cabeza sin decir una palabra. Keith los miraba alternativamente y con el estómago revuelto luego de comerse casi un frasco entero de mermelada. No tenía nada de hambre.

Entonces sonaron unos fuertes golpes en la puerta. Los tres hermanos se voltearon de prisa y vieron a un hombre fornido y calvo a través de la ventana. Emma tomó a Keith por el brazo mientras Noah se paraba a ver qué podía querer alguien en su casa a esas horas de la noche. El menor de los hermanos sintió como el peso de todo su cuerpo se le iba a los pies, pues había reconocido enseguida a aquel hombre. Era el dueño de la casa a la que había entrado aquella tarde.

-Buenas noches, ¿Qué puedo hacer por usted? - Dijo Noah con voz firme.

Luego de la muerte de su padre había tenido que crecer muy rápido, tanto que a veces cuando lo miraba desde lejos, Keith sentía el impulso de llamarlo "papá". Aunque todas sus ilusiones terminaban cuando Noah lo descubría mirándolo y lo regañaba por estar de vago sin hacer nada.

-Nada de buenas noches" dijo el hombre moviendo las manos con enojo. - dile al ladrón de tu hermano que la próxima vez que lo vea merodeando por mi casa no voy a fallar con mi escopeta"

Noah parpadeó rápido y sin poder creer lo que oía.

-Lo siento, no entiendo...

-Le robaron a mi mujer un frasco de mermelada recién hecha

-¿Tiene pruebas de que fue Keith?"

-Mis hijos lo vieron alejándose por los campos de maíz. - sentenció el hombre con voz prepotente.

Noah tenía los labios apretados y para ese entonces había dejado atrás su actitud de adulto. Escuchó el resto de las amenazas de su vecino con muda obediencia hasta que este se cansó de gritar.

-Lamento mucho lo que ocurrió - dijo al fin - le compensaré la mermelada y... hablaré con mi hermano.

-Mas te vale, muchacho .

Fueron sus últimas palabras antes de dar media vuelta y alejarse por el camino hasta perderse de la vista de todos. Noah se quedó un momento parado frente a la puerta sin decir nada. Keith sabía con toda certeza que al momento en que su hermano se diera la vuelta para reñirle podía considerarse muerto.

-Keith, vete a tu cuarto - dijo Emma más nerviosa que molesta.

Keith se estaba parando de la silla cuando al estridente voz de su hermano lo detuvo.

-No- dijo Noah. - ya deja de tratarlo como un bebé Emma, ¿Tienes idea de lo grave que es todo esto?

-¡¡Lo sé, solo no quiero que armes un escandalo y que preocupes a mamá!! - le respondió Emma ya con los nervios crispados.

-Ya es hora de que alguien lo trate como un hombre.

-Solo tiene quince años.

Keith se quedó con la espalda pegada a la pared mientras sus hermanos discutían. No sabiendo si marcharse o quedarse a recibir la sarta de insultos que Noah tendría para él.

-Se pasa el día soñando despierto y sin hacer nada. No seas testaruda Emma, ahora fue mermelada, pero si sigue así terminará robando un banco.

-Tú no tienes idea de cómo es Keith, no hables así de él.

-Sé lo suficiente, sé que es un inútil.

Ellos siguieron con lo suyo. Cada vez con voces más altas, cada vez con palabras más hirientes. Los ojos de Emma se habían llenado de lágrimas y Noah maldecía frustrado por no poder mantener siquiera las cosas bien dentro de su propia casa. Ambos estaban tan ocupados culpandose el uno al otro que no se dieron cuenta de que el menor de sus hermanos los había dejado hace mucho y que en ese momento, corría lejos de casa en la oscuridad de una noche sin luna.

GoldenDonde viven las historias. Descúbrelo ahora