Como cada tarde después de dar clase, Fran y Susana se quedaron unrato charlando tranquilamente. Siempre surgía entre ellos algún tema quenada tenía que ver con los estudios. Al principio se había tratado de cincoo diez minutos, pero últimamente habían llegado a superar la media hora.Aquella tarde habían empezado por comentar una noticia del telediario,y al final, Fran le comentó:-Vamos a hacer un botellón el viernes, ¿por qué no te vienes?Susana luchó con las ganas de aceptar y se excusó:-¿Este viernes? No creo que pueda.-¿Por qué? ¿Tienes algo mejor que hacer?-Tengo que estudiar, para variar. Y tú también deberías hacerlo,todavía nos quedan exámenes del cuatrimestre.-Precisamente por eso nos hace falta relajarnos un poco y calmartensiones.-¿Cómo? ¿Con alcohol?Él la miró fijamente.-¿Tienes algo contra el alcohol? ¿Eres abstemia acaso?Ella se echó a reír.-No, solo pobre. El alcohol es muy caro y en casa no nos lo podemospermitir, al menos de forma habitual. En Navidad o en alguna celebraciónespecial, pero ya está.-Los botellones son la solución de los pobres para poder beber algo.Te vendrá de perlas, contamos contigo.-No, Fran, creo que no.-¿Pero por qué? Solo irá gente de la clase, para relajarnos antes deque empiecen los exámenes. Es una tradición de la facultad. Conocerás atodos los compañeros de algo más que de estar sentados en unas mesas.-No creo que nadie quiera que yo vaya.-Claro que sí, está invitado todo el mundo. Han puesto una nota en eltablón de anuncios, ¿no lo has visto?-No, no suelo leer mucho el tablón de anuncios. No tengo dinero paracomprar las cosas que se anuncian allí. Pero aunque hayan puesto uncartel, seguro que no lo han hecho para invitarme a mí. A mí nadie me hadicho nada.-¿Cómo que no? Te lo estoy diciendo yo, ¿acaso no es suficiente parati?-Sí, pero no creo que me guste ir.-¿Cómo lo sabes si no has ido nunca a ninguno?-Tú me dijiste una vez que no te gustaban.-El que no me entusiasmen a mí no quiere decir que a ti te suceda lomismo. Anda, ven... Será barato, solo hay que poner dos euros, y si es porel dinero, yo te invito.-No es por el dinero, desde que te doy clases ando menos apurada. Espor la gente; ya sabes que no le caigo bien a nadie.Fran se volvió hacia ella y la agarró por los hombros mirándolafijamente.-Dales la oportunidad de conocerte. Estoy seguro de que si lo hicieras,las cosas cambiarían. Todo el mundo piensa que eres tú la que seconsidera superior y no quieres mezclarte con ellos.-¿Yo? ¿Que yo me considero superior? Pero por Dios, si no me hablanadie más que tú. Si hasta dejé de saludar al entrar en clase porque nadieme devolvía el saludo. Y es muy humillante, ¿sabes? Ser invisible, que lagente pase por tu lado como si no existieras.-¿Saludabas lo bastante fuerte como para que te oyeran? A lo mejor eseso. Estás tan condicionada por lo que te pasaba en el instituto que piensasque aquí es igual. Dales la oportunidad de conocerte y apreciarte... comohiciste conmigo.Fran agachó la cabeza y se acercó mucho... tanto que Susana empezó atemblar levemente y a enrojecer al sentir su proximidad.-Antes de empezar aquel trabajo yo pensaba como ellos. Dime quevendrás -dijo acercándose otro poco.-Lo intentaré -respondió deseando que él dejara de mirarla deaquella forma, como si estuviera ahondando en el fondo de su alma.Fran la soltó y Susana se apresuró a ponerse de pie.-Será mejor que me vaya, se está haciendo tarde.-De acuerdo, ya hablamos mañana.Se separaron, pero en contra de lo que Fran creía, Susana estabaconvencida de que no iría.Durante toda la mañana del viernes le estuvo evitando para no decirleabiertamente que no iba a ir. Cuando iba en el autobús camino de su casa,él le puso un mensaje: «A las diez en La Alameda, esquina con Feria. Nofaltes. De vuelta yo te llevaré a casa».Esperó hasta estar en su piso para contestarle.«Lo siento, no puedo ir. Me ha surgido un imprevisto. Otra vez será.Que os divirtáis».No obtuvo respuesta.Durante toda la tarde estuvo nerviosa y sin poder concentrarse ni enestudiar ni en ninguna otra cosa. Por una parte agradecía que Fran nohubiera insistido, pero por otra no podía dejar de sentir cierta tristeza deque se hubiera rendido tan fácilmente. Eso probaba que no teníademasiado interés en que fuera y solo se lo había pedido por compromiso.También tenía que reconocer que la tentación era fuerte: salir con él,verle y tratarle fuera del entorno de clase, aceptar su oferta deacompañarla luego a casa... Pero su instinto le decía que no era buena ideair, por mucho que le apeteciera, que volvería a sentirse excluida yrechazada, no por Fran, sino por todos los demás.A las nueve de la noche, cuando iban a sentarse a cenar, sonó el timbrede la puerta. Merche acudió a abrir.-Hola, ¿está Susana? -escuchó la voz de Fran desde la cocina.Se apresuró a salir y le encontró en el salón muy abrigado. Llevaba unchaquetón de los que se usan para esquiar, un grueso pantalón de pana, yun gorro negro en la cabeza. Merche sonreía burlona.-¿Qué haces aquí?-Vengo a buscarte. No pensarías que te ibas a librar con una excusa tantonta. Me prometiste que vendrías.-No, te prometí que lo intentaría.-Pues inténtalo con más fuerza y ven.-No, Fran, no me obligues; yo sé lo que va a pasar. Será horrible, todoel mundo pasará de mí.-Yo no pasaré de ti.-Pues entonces peor, porque te obligaré a estar pendiente de mí toda lanoche. Deja que me quede en casa estudiando.-Estudia mañana. Si no te emborrachas, no tendrás ningún problemaen hacerlo.-No quiero ir, no puedes obligarme.-Bien, entonces tampoco iré yo. Me quedaré estudiando contigo -dijoquitándose el chaquetón y sentándose en el sofá.-¡No me hagas esto, Fran!-Yo puedo ser tan cabezota como tú. No saldré por esa puerta si novienes conmigo.-Pero estoy en pijama, tengo que ducharme, arreglarme.-Tenemos tiempo. Y no creo que tú seas de esas mujeres estúpidas quenecesitan dos horas para arreglarse. Pero si lo eres, da igual. Esperaré.Allí no se cierra, no tenemos por qué estar a las diez en punto. Yo sédónde se reúnen.-Fran... -añadió en tono suplicante, y él supo que la estabaconvenciendo. Decidió añadir algo que acabara de hacerlo.-Además, estará Raúl. Dale a él también la oportunidad de conocertemejor.-No creo que él quiera conocerme mejor. No le agradará ni pizca quevaya.-Claro que sí. A todos les parece bien que vayas.-¿Les has dicho que yo iría?-Sí, y si no lo haces, el lunes les tendrás que dar una explicación mejorque la que me has dado a mí.-Está bien, dame un cuarto de hora para ducharme. Pero que consteque si voy no es ni por Raúl ni por los demás, sino porque tú quieres quelo haga. Y porque te has molestado en venir a buscarme y convencerme.Él sonrió.-Así me gusta.-Yo terminaré de preparar la cena mientras -dijo Merche-. ¿Hascenado, Fran?-No, había pensado ofrecerle a Susana tomar algo juntos antes dereunirnos con los demás.-Cena con nosotras y os marcháis luego.-No quisiera...-Insisto -cortó ella.-Bueno, de acuerdo.Susana salió del dormitorio donde había entrado a coger la ropa.-¿Cómo hay que vestirse para un botellón?-Informal y sobre todo, abrigada. Esta noche hace un frío de mildemonios.Tres cuartos de hora más tarde, vestida con un grueso pantalón de pana,un jersey de cuello vuelto y el anorak, salía con Fran y entraron en sucoche.Él no había mentido, la temperatura había bajado mucho desde elmediodía y Susana agradeció el calor que le proporcionó el interior delvehículo.-Has debido coger bufanda y guantes -dijo él mientras enfilaba laprolongación de Torneo.-Me agobian las bufandas, si hace demasiado frío puedo subirme elcuello del chaquetón. Y no soporto tener nada en las manos.-Bueno, cuando te tomes un par de copas entrarás en calor.-No voy a beber.-¿Nada? ¿Ni siquiera un refresco?-Bueno, quizás un refresco para que no me miren con caras raras,pero no me gusta el sabor áspero de las bebidas fuertes.-Siempre que hacemos un botellón solemos comprar algo dulce paralos que no quieren cosas fuertes... las mujeres por lo general. Creo que elMalibú con piña podría gustarte.-¿Quieres emborracharme?-Para nada. Solo quiero que te integres y que los demás vean que erescomo todo el mundo. Haz un esfuerzo y tómate una copa. Yo te laprepararé muy suave, apenas sin alcohol.-No estoy acostumbrada a beber más que alguna cerveza en verano, elchampán en Navidad y esas cosas. Me marearé y haré el ridículo.-No creo que en eso del ridículo nadie supere a Raúl ni a Carlos. Metemo que la imagen de tu amado puede quedar muy deteriorada esta noche-dijo Fran en broma, pero sintiendo un regustillo secreto al hacerlo.-No es mi amado -se apresuró a decir, pero luego se arrepintió antela mirada de Fran-. Solo me gusta un poco. Para amar a alguien necesitomucho más que verle de lejos e intercambiar unas cuantas frases con él.-Pero podrías llegar a amarle si te diera la oportunidad.Luchó con lo que no quería dejar escapar de su boca, y dijo:-Es posible.-¿Has estado enamorada alguna vez?-Nunca me he acercado a un chico lo suficiente como para estarenamorada. Gustarme sí, varios.-¿Y gustarte mucho?-Gustarme mucho, también. Uno.-¿Y tú a él?-No. Yo nunca le he gustado a nadie, ni siquiera al tonto, al gordo o alfeo.-¿Pues sabes qué te digo? Que ellos se lo pierden.-Quizás también sea culpa mía, siempre he estado muy ocupada conmis estudios. Y reconozco que no he dedicado mucho tiempo a aprenderesas armas que usan las otras mujeres para gustar a los chicos. Y tampocome interesa. Pienso que si alguna vez le gusto a alguien, que sea por lo quesoy y no por lo que aparente ser. Ni sujetadores con relleno, ni maquillajeque disimule mi cara alargada. Soy lo que soy, y está a la vista. Si alguienestá interesado nunca podrá decir que le engañé.-Te equivocas. Lo que eres no está a la vista. Lo más hermoso de ti lotienes muy escondido, y no es fácil llegar a verlo. Y si hay alguieninteresado, como tú dices, se lo estás poniendo muy difícil.-¿Qué es eso tan hermoso que tengo escondido? -preguntó ellaintrigada.-Tú misma -dijo Fran, sin poder evitar que su recuerdo acudiera asus pechos.Susana enrojeció en la penumbra del coche y se sintió muy halagada.No obstante, añadió:-La mayoría de los hombres no estáis preparados para apreciar eso.-Yo sí.-Ya...-Te refieres a Raúl, ¿no? Él también te apreciaría si te conociera.Susana ya estaba empezando a cansarse de Raúl. Últimamente Fran lealudía constantemente y le irritaba mucho que siempre lo sacara a relucircuando la conversación se hacía más personal.-Olvida a Raúl -dijo con cierta brusquedad.-Te diré lo que vamos a hacer. Te vas a sentar a su lado esta noche yvas a darle conversación. Y, ¿quién sabe...?-¡No, Fran, no! No me hagas esto. Esta noche, no. Prométeme que tequedarás cerca de mí. Si me siento al lado de Raúl o de cualquier otro séque me quedaré toda la noche callada, sin hablar con nadie.-De acuerdo, me quedaré cerca de ti, pero no te niegues a hablar conlos demás. Son gente estupenda, ya lo verás.A medida que se acercaban a La Alameda, el corazón de Susana empezóa golpear con fuerza y se arrepintió de haberse dejado convencer y deestar allí.Fran buscó un sitio donde aparcar y después de dar una vuelta por lascallejas de los alrededores, dejó el coche a una distancia relativa de dondehabían quedado. Ambos se dirigieron a paso rápido hacia el lugar. Yaestaban allí la mayoría de los compañeros de clase y algunos que Susanasolo conocía de vista de otros cursos.-¡Dios, cuánta gente! -dijo al acercarse. Fran le apretó la mano porun momento para darle ánimos, y Susana pensó que por qué no podíanseguir ellos dos solos, paseando y cogidos de la mano, en lugar de tenerque integrarse en aquella reunión de gente con la que no deseaba estar.Antes de que les vieran, Fran le soltó la mano. Cuando ya estaban muycerca, alguien les vio llegar y todos volvieron la cara hacia ellos. Susanapensó que la mirarían y la analizarían, pero solo Raúl la escudriñó dearriba abajo. Todos los demás tomaron su presencia allí como si fueraalgo habitual.-Hola, tío, ¿dónde os habíais metido? -preguntó un chico-. Yapensábamos que no vendríais.-Me he retrasado un poco en recoger a Susana y luego me ha costadoencontrar aparcamiento -mintió Fran-. Vosotros, como no tenéis quesoltar el coche en ningún sitio...Una chica morena con el pelo largo que Susana había oído nombrarcomo Maika, se dirigió a ella.-Te has decidido a venir al fin... Fran dijo que no estabas segura depoder.-He podido arreglarlo.Otra chica, rubia con el pelo largo también, se movió un poco en elbanco donde estaba sentada, dejando un sitio libre.-Siéntate aquí. Parece que hace menos frío si nos rodean los demás.Que nos protejan los hombres del frío y demuestren que sirven para algo.Raúl saltó de inmediato.-Los hombres servimos para mucho más que hacer de pantalla. Siquieres, yo te quito el frío ahora mismo de manera mucho más agradable.-No, gracias. Sigue ahí de pie, que estás más mono.Todos rieron la ocurrencia. Fran se inclinó sobre Susana, que se habíasentado en una esquina del banco con otras tres chicas, y le preguntó:-¿Qué vas a tomar? ¿Malibú con piña?-Piña con Malibú.-De acuerdo.Se volvió a las bolsas que contenían las bebidas y poco después leentregó un vaso de plástico con un líquido amarillento.-¿Hielo?-No.Susana se lo llevó a los labios. Era dulzón y agradable.-¡Hum... está bueno!-Ten cuidado con eso... échale un poco de hielo aunque haga frío -dijo la chica rubia sentada a su lado-. Está dulce y se cuela que no veas. Amí, la primera vez me pegó fuerte. Y me parece que tú eres de las mías yestás poco acostumbrada a beber.Susana se volvió hacia ella.-¿Tú no bebes?-Muy poco -dijo la chica levantando el vaso-. Zumo de piña.Algunas veces sí me tomo una copa, pero no cuando tengo que estudiar aldía siguiente. Sufro de cefaleas y el alcohol las potencia mucho. Y noestoy dispuesta a sufrir una crisis para resultar muy chulaemborrachándome. Además, no me fío ni un pelo de la mitad de los queestán aquí. Seguro que están esperando como buitres que una se ponga unpoco chispa para meterle mano -dijo mirando fijamente a Raúl. Este sedefendió:-Eh, nena, que yo no le meto mano a ninguna tía que no quiera... lastengo de sobra que sí quieren.-Mejor para ti.Susana sintió sobre ella la mirada de Fran, y sonrió para darle aentender que no le importaban las palabras de Raúl.-No está cargado -dijo al notar que todos habían visto la mirada queintercambiaron-. Solo un poco para que entres en calor.-No te fíes de él tampoco, esa cara de niño bueno oculta una menteperversa.-Eso no es verdad, y tú lo sabes. No le hagas caso a Inma, odia a loshombres en general y a Fran y a Raúl en particular -dijo un chicollamado Carlos.-Ahora eres tú el que se equivoca. No odio a los hombres,simplemente os veo como lo que sois.-¿Qué somos?-Mejor no lo digo, o no saldré viva de aquí. Sois mayoría.Susana comprobó que tenía razón. Solo había cuatro mujeres, las queestaban sentadas en el banco. Maika, Inma, otra que conocía de clase,Lucía, y ella. Y contó diez chicos, de los cuales conocía a Fran, a Raúl, aCarlos, a Miguel y a otro más de la clase pero cuyo nombre no sabía. Elresto eran de otros cursos.Maika intervino en la conversión dirigiéndose a Susana.-¿Y qué tal es nuestro Fran como alumno?-No es mal alumno. Quizás debería estudiar más los días que notenemos clase, pero en general, cuando está conmigo trabaja.-Es que la bolera le tira mucho. Él y Raúl se pican y al final acabamospasando allí más tiempo del que pretendíamos. ¿Has ido alguna vez? -preguntó Maika.-No.-Pues deberías probarlo. Descarga tensiones que no veas -dijoCarlos.-Sí, deberías probarlo -intervino Inma-. Cuando quieras que temiren el culo un montón de salidos, estos por ejemplo, no tienes más queagacharte a tirar la bola. Sentirás todas sus miradas fijas en tu traserocomo si tuviera un imán.-Es que tienes un culito de exposición, cariño -dijo Raúl llenándosede nuevo el vaso.Susana fue a decir que dudaba mucho que se fijaran precisamente en elsuyo, pero guardó silencio. Raúl tenía razón, Inma era muy guapa, teníaun cuerpo escultural y era lógico que todos la mirasen, pero a ella seguroque no iba a sucederle igual. Y se dio cuenta de que lo prefería, que no legustaría en absoluto que los hombres vieran en ella solo un buen culo.Aunque para variar, también le gustaría que se lo mirasen alguna vez.Sintió de nuevo la mirada de Fran sobre ella esperando su reacción antelas palabras de Raúl, pero ella se limitó a beber de su vaso connaturalidad. Realmente no estaba fuerte, era poco más que zumo de piña,pero empezó a sentir un agradable calorcillo interior provocadoprobablemente por la bebida.De pronto, y sin saber cómo, Susana se vio envuelta en la conversacióngeneral, y empezó a sentirse bien y relajada. Todos sus temores de un ratoantes se evaporaron como por ensalmo y perdió su habitual reserva ytimidez, no sabía muy bien si debido a la copa que casi había terminado oa la gente que la rodeaba. Todos le hacían preguntas y respondía connaturalidad, y por primera vez en su vida se sintió integrada y a gusto enun grupo de gente.Eran catorce y solo había un banco donde sentarse. A medida quetrascurría la noche, las mujeres, sentadas en un principio, fueron dejandosus puesto a los chicos para que todos pudieran sentarse en algúnmomento.Susana observó que Fran mantenía su primera copa durante muchotiempo, y rechazó cuando Carlos intentó llenársela de nuevo.-No, he traído el coche. Y ya sabes que me tocará llevar a algúnborracho a su casa, como siempre. Además, he prometido a Susana que lallevaría, vive muy lejos para irse andando.-Entonces, si tenemos chofer puedo tomarme otra copita más, ¿no? -preguntó Raúl echándole el bazo por encima del hombro a su amigo.-¡Joder! ¿Ya va a empezar este con las mariconadas? -dijo Miguel-.¡A mí no me va a tocar esta vez aguantar los besitos y la coñas, ¿eh?!Todos se echaron a reír. Maika le explicó a Susana:-Es que la última vez Raúl se emborrachó y le dio por decirle aMiguel que lo quería mucho y a pedirle que le diera un beso. Lo hizo apropósito, porque sabe que odia todo lo relacionado con lahomosexualidad, pero él se lo tomó en serio y no veas cómo se puso.Estuvo días sin querer hablarle.Fran intervino.-No quiso creer mis palabras de que a Raúl no le van los tíos.-Nunca se sabe -dijo el chico-. Muchas veces los que parecen másmachos te la pegan. Todo es para disimular.-Raúl no, te lo digo yo -dijo Lucía-. Tendrías que oír lo quecuentan de él por la facultad.-¿Qué cuentan? -preguntó el aludido.-No te lo digo, que te vas a poner muy gordo. Lo único que diré es quetodas la que se han acostado con él quieren repetir.-¡Pues que lo digan, coño! -dijo el interesado con voz ligeramentepastosa-. Que uno también pasa épocas de sequía.-¿Sequía tú? Me extraña, si hasta debes dar cita -dijo Inma despectiva.-No es para tanto.-Espero que no, por tu bien.Se hizo un breve silencio mientras Raúl se llenaba el vaso de nuevo.Carlos cogió la botella de Malibú y le ofreció a Susana.-Tómate otra copita, Susi, cariño.-No, ya vale.-Nada de eso. ¿No has oído que Fran te va a llevar a casa? De élpuedes fiarte. Si fuera de Raúl o de mí, que bebo mucho...Fran la miró.-¿Quieres otra?-Bueno...Él cogió la botella y le sirvió de nuevo. A medida que iba bebiendo,Susana se sentía más ligera y más desenfadada, tanto que incluso se unió auna excursión que hicieron las chicas a un rincón de la enorme plaza parahacer pis.A la vuelta, todas se reían ante los comentarios de Lucía que, bastanteachispada, no paraba de decir que se había meado en las botas de sumadre. Fran la observó reír y le guiñó un ojo.A las tres de la mañana, se quedaron sin existencias, y como el frío eraacuciante, decidieron marcharse a casa.-¿Vas a llevarme? -le preguntó Raúl.-Si no te importa que deje primero a Susana. Ella vive en SanJerónimo. De vuelta puedo dejarte en tu casa.-No te preocupes, Raúl, cogeremos un taxi entre varios. Dejamos aInma en Barqueta, yo me quedo en Triana y tú sigues hasta Los Remedios.El lunes hacemos cuentas. Los que viven en Reina Mercedes que cojanotro.-Bueno, pues entonces nosotros nos vamos -dijo Fran-. ¿A quiénhay que pagarle?-A mí -dijo Carlos-. Dos euros y medio por cabeza. Raúl, cuatro.-Muy gracioso.Susana intentó desabrocharse el chaquetón para sacar el dinero quellevaba guardado en el bolsillo del pantalón y se dio cuenta de que teníalas manos tan entumecidas que no le respondían.-¿Qué te pasa? -le preguntó Maika.-Que no puedo mover los dedos. Los tengo helados.-A ver, deja que te ayude.Entre las dos consiguieron abrir la cremallera y Susana sacó los doseuros y medio del bolsillo. Después, volvió a cerrarla, tratando de que leentrara la menos cantidad de aire helado posible.Se despidieron besándose uno a otros y Susana escuchó más de un«esperamos verte la próxima vez», y «te llamaremos cuando vayamos a labolera».Después, ella y Fran se encaminaron a donde habían dejado el coche.Susana se metió las manos debajo de los brazos tratando de que leentraran en calor. Fran, percatándose de ello, las agarró.-Dios mío, sí que están heladas. Ya te dije que debías haber traídoguantes.-No tengo, nunca los uso.Él retuvo las manos entre las suyas y las frotó tratando de calentarlas, ySusana sintió que se le aflojaban las rodillas, no sabía si por el alcohol opor el contacto.-¿Mejor?-Un poco.-Ten, ponte mis guantes.-Ni hablar. Se te congelarán las manos a ti y no podrás conducir.-¿No tienes bolsillos?-No, este anorak solo tiene uno interior.-Bueno, te diré lo que vamos a hacer... -dijo él quitándose el guantederecho y tendiéndoselo-. Nos ponemos un guante cada uno y tu otramano que venga de visita al bolsillo de mi chaquetón -dijo cogiéndoselay metiéndola junto con la suya dentro del bolsillo. Fran mantenía la manoagarrada, masajeándola para darle calor. Susana se sentía como en unanube y deseó que el camino hasta el coche fuera más largo de lo que era.Una vez en el coche, Fran encendió la calefacción y le tendió el otroguante.-Ahora soy yo el que no lo necesita. No puedo conducir con guantes.Susana se lo puso, más por el hecho de que era suyo que por el frío.Durante el camino, al sentir la mano de Fran rodeando la suya, le habíainvadido un calor que nada tenía que ver con la calefacción.Antes de arrancar el coche, él se volvió hacia Susana y le sonrió.-Bueno... ¿Te lo has pasado bien? ¿O ha sido tan terrible comopensabas?-Ha sido estupendo. Nunca me había sentido tan bien con un grupo degente extraña.-¿Tú ves como tenías que hacerme caso? Si no llego a ir por ti, te lohubieras perdido.-Sí, es verdad. Y el Malibú con piña estaba muy bueno.-Casi no tenía alcohol, era prácticamente zumo de piña.-Sí, lo sé. Si no fuera así estaría tirada por las aceras. Me he tomadotres. En cambio tú no te has tomado más que una.-Y solo Coca-cola, guárdame el secreto. Le prometí a Merche llevartea casa sana y salva. Y luego tengo que llegar a Simón Verde. Esa carreterade noche es un poco jodida, hay mucho cabrón suelto y borracho, además.-Si quieres puedes quedarte en el sofá de casa. No es demasiadoincómodo y a Merche no le importará.-No, gracias, será mejor que me vaya a la mía. Además, ya estoyacostumbrado, hago el camino todos los fines de semana.-Como quieras.Fran arrancó y condujo por las desiertas calles. Susana se miró lasmanos, envueltas en los enormes guantes. Se las llevó a la cara paraapartarse un mechón de pelo, pero no pudo hacerlo. Fran apartó una manodel volante por un momento y, agarrando el mechón rebelde, lo colocódetrás de la oreja y le rozó la mejilla con el dorso de la mano. Susana seestremeció y se encogió en el asiento.-¿Aún tienes frío? -dijo él retirando la mano y subiendo lacalefacción.Llegaron a la puerta de la casa de Susana, y a su pesar, se dispuso adespedirse. Hubiera dado cualquier cosa por alargar la noche, para queaquello no se acabara. Pero despacio se quitó los guantes y se los tendió, yluego se desabrochó el cinturón de seguridad.-Buenas noches.-Hasta el lunes. Descansa y no te levantes temprano a estudiar. Lacarrera no se te va a ir al garete por un poco de diversión.-No, mañana me permitiré el lujo de ser perezosa. Merche trabajahasta mediodía, así que no iremos a Ayamonte hasta después de comer. Ytú conduce con cuidado.-Lo haré.Susana bajó del coche y Fran permaneció allí hasta que la vio entrar enel portal. Luego, arrancó y se perdió en la calle.
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