Sevilla. Febrero 1999
Susana miró el reloj. Fran todavía tardaría un rato y el dolor de cabezaque la había acompañado toda la mañana se estaba haciendo más fuerte yuna sensación de malestar se estaba apoderando de ella por momentos.Probablemente él ni siquiera había salido de su casa aún. Sería mejorllamarle para que no viniera, el dolor de cabeza era tan fuerte que inclusole impedía pensar. No le daría una clase muy brillante aquella tarde y noquería cobrar por unas horas que él no iba a aprovechar. Buscó el númerode Fran en el móvil y le llamó.Desde que daba clases con él siempre tenía saldo, e incluso podíapermitirse algún pequeño capricho y ropa nueva.Le saltó el buzón de voz diciendo que el móvil de Fran estaba apagadoo sin cobertura, tendría que quedarse y darle la clase como fuera, no iba ahacerle venir desde Simón Verde para nada.Lo peor era que la pastilla que se había tomado con el almuerzo no lehabía hecho ningún efecto.Entró en la facultad porque hacía frío y decidió esperarle dentro delaula de cultura en vez de hacerlo fuera, como solía.El calor de la habitación no le quitó el frío, pero se sentó a esperarle,confiando en sentirse mejor cuando Fran llegase.Tres cuartos de hora más tarde, él se presentó. Se quitó el chaquetónacolchado y la bufanda y se sentó junto a ella.-Hola, ya estoy aquí. ¿Es muy tarde? Me ha extrañado no verte en turincón del césped.-Tenía un poco de frío y he preferido esperarte aquí.-¿Por dónde empezamos?-No sé... mejor me dices las dudas que tengas y te las resuelvo. No meencuentro demasiado bien y quisiera irme pronto a casa. El próximo díadamos más tiempo.-Si no estás bien lo dejamos. La verdad es que no tienes muy buenaspecto esta tarde.-Me duele mucho la cabeza.-¿Por qué no me has avisado para anular la clase?-Lo he intentado, pero tenías el móvil apagado o sin cobertura.Fran lo miró.-Se ha quedado sin batería. Lo siento. He almorzado en casa de Raúl yno lo he mirado en todo el rato. Anda vamos, que te llevo a casa.Susana se levantó de la silla.-Hoy no te voy a rechazar la oferta, sino que te la agradezcoprofundamente. La sola idea de meterme en un autobús atestado me daescalofríos.Se pusieron los chaquetones y salieron al exterior. El aire de la calleaumentó el malestar de Susana y la hizo temblar de forma incontrolada.-¿Qué te pasa? -le preguntó él mirándola.-Tengo mucho frío.Fran le puso la mano en la frente.-¿Tienes fiebre?-No creo.Él se paró en medio de la calle y le metió la mano por dentro del cuellodel jersey. Susana sintió la frialdad de su mano en contacto con la pielcaliente y se estremeció.-¿Que no? Y mucha, diría yo.Se arrebujó más en el chaquetón y Fran le quitó la bolsa con los librosque llevaba colgada del hombro.-Trae, yo te la llevaré. Si estás que no te tienes en pie... No has debidoesperarme.Habían llegado al coche.-Entra.Se dejó caer mareada y exhausta sobre el asiento sin dejar de tiritar.-Enseguida estarás en casa.-Gracias.Pero el trayecto se le hizo muy largo. Cuando al fin llegaron a la puerta,Fran le preguntó:-¿Está tu hermana en casa?-No, esta semana trabaja de tarde. No llegará hasta las nueve y media,por lo menos.-Entonces voy a aparcar.-¿Para qué?-Voy a quedarme contigo hasta que llegue o al menos hasta que tesientas un poco mejor.-No hace falta, Fran... Lo que necesito es echarme un rato y tomarmealgo para la fiebre, nada más.-De acuerdo, pero yo estaré allí por si acaso. No insistas, porque novas a conseguir que me marche y te deje sola.-Como quieras.Fran localizó un sitio libre un poco más abajo de la calle y ambosbajaron del coche. Susana se tambaleó levemente aturdida y mareada porla fiebre y Fran le rodeó la cintura con un brazo para sostenerla. Entraronen el portal y cruzaron el patio hasta la casa. Fran se encontró en un salónpequeño amueblado con un sofá de tres plazas cubierto por una manta decolores y al otro extremo de la habitación una mesa y cuatro sillas. En elotro lado, una mesa pequeña con un televisor de catorce pulgadascompletaba el mobiliario de la habitación. Encima del sofá había unestante con libros.-Siéntate -invitó Susana. Voy a ponerme un poco más cómoda.-¿No vas a acostarte?-Me echaré en el sofá.-Yo me pondré a estudiar en la mesa si no te importa. Así no pierdo latarde y tampoco te molesto a ti.-¿Cómo vas a molestarme? Te agradezco mucho que estés aquí.Susana entró en el dormitorio y se puso un chándal cómodo. Despuéssalió y se tendió en el sofá.-¿No tienes un termómetro?-Sí, creo que en el armario del baño hay uno.-¿Dónde está? Yo te lo traeré.-Es esa puerta. En el estante de arriba hay un botiquín.Fran desapareció en la habitación y poco después regresó con unpequeño botiquín de viaje en la mano.El antiguo termómetro de mercurio marcó treinta y nueve grados ymedio.-¿Qué sueles tomar para la fiebre?-Nada, nunca tengo fiebre.-Yo suelo tomar paracetamol, ¿tienes?-Creo que sí.-Sí, aquí hay una caja -dijo él mirando dentro del botiquín-. Tetraeré agua.-Esa puerta es la cocina. En el armario hay vasos.Obediente, Susana se tragó la pastilla con unos sorbos de agua y se dejócaer en el sofá de nuevo, cubriéndose con la parte de la manta que estabaechada sobre el respaldo.-No debes abrigarte tanto.-Es que tengo mucho frío.-Ya lo sé, pero no es bueno -dijo él acercándose y retirando la mantahasta cubrirle solo las piernas y las caderas-. Así está mejor.Susana tiritó durante un rato mientras Fran, sentado en la mesa frente aella, la observaba impotente. Después, se quedó dormida con un sueñoinquieto y alterado. Él empezó a estudiar sin dejar de mirarla de vez encuando. Al rato vio que empezaba a sudar copiosamente y, dando unaligera patada a la manta que la cubría, sacó un pie pequeño cubierto por uncalcetín blanco con pentagramas y notas musicales. Sonrió pensando en loadorable que parecía aquel pie, y contemplarlo le hizo sentir másintimidad por haberlo visto que si le hubiera mostrado la ropa interior. Seacercó y sacó un paquete de pañuelos de papel de su bolsillo, le secó lacara cubierta de sudor sin que Susana se percatara de ello.Volvió a colocar la mano en el cuello para tomarle la temperatura yencontró la piel más tibia que por la tarde, y extremadamente suave.Mucho más suave que las que había acariciado con anterioridad. Contuvolas ganas de acariciar aquel cuello que sobresalía por encima del bordedel chándal y retiró la mano, pero no pudo evitar quedarse durante unosminutos en silencio, observándola sin ser visto, mirándola como nunca lohabía hecho antes.Susana se había quitado las gafas y sin ellas, su cara parecía más fina yredondeada. La montura negra le daba una dureza a sus facciones queahora no tenía. Parecía una niña indefensa, en absoluto la estudiante segurade sí misma que era. Y vulnerable... muy vulnerable.Se dijo que resultaría bastante atractiva, aunque no una belleza, sin lasgafas, con un poco de maquillaje y quizás otro peinado. El pronunciadoarco de las cejas y la boca de labios finos junto con la eterna coleta condos mechones caídos que solía llevar, hacía su cara más alargada.El sudor había hecho que la tela del chándal se le pegara húmeda alcuerpo y los pechos pequeños y redondos dejaban transparentarligeramente los pezones.Fran se apartó del sofá al darse cuenta de que se estaba excitando, y deque deseaba volver a tocar aquel cuello suave, y no precisamente paracontrolar la fiebre.Se sentó de nuevo a la mesa dándole ligeramente la espalda y se esforzópor concentrarse en estudiar. La fiebre estaba bajando y ya no tenía queestar tan pendiente de ella.Durante un par de horas estuvo sumergido en los libros, hasta que unasllaves en la cerradura lo sobresaltaron. La chica que entró pegó unrespingo al verle. Después su mirada se posó en Susana, dormida en elsofá.-Hola... soy Fran, un compañero de Susana.-Sí, sé quién eres. El chico al que da clases.-Sí. Te extrañará que esté aquí, pero Susana se ha encontrado mal estatarde, ha tenido mucha fiebre y no he querido dejarla sola. La acompañé acasa y me he quedado hasta que tú llegaras. Porque tú eres su hermana,¿no?-Sí, yo soy Merche. Y te agradezco mucho que te hayas quedado.-La fiebre le ha subido mucho, casi a cuarenta. Pero ahora ya le habajado un poco. Lleva durmiendo un buen rato -dijo él empezando arecoger sus cosas-. Como ya estás aquí, me marcho.-¿No quieres tomar nada? ¿Cenar con nosotras?-No, gracias, debo irme. Salí de mi casa esta mañana a las siete y aúnno he vuelto. Ni siquiera tengo batería en el móvil. Si alguien ha intentadolocalizarme, no habrá podido.-Como quieras.Se puso el grueso chaquetón rojo y negro.-Despídeme de ella y dile que no se preocupe por los apuntes, que yose los pasaré. Me acercaré mañana por la tarde y así veo cómo sigue.-Gracias. Si vienes me quedaré mucho más tranquila. Ya has visto a lahora que llego. Y Susana casi nunca está enferma, pero cuando cae, laspilla buenas.-Si quieres puedo venirme temprano y le hago compañía toda la tarde.-No quisiera abusar de ti.-En absoluto; puedo estudiar aquí, como he hecho hoy.-Pues si lo haces te lo agradecería.-Vendré después de almorzar.-Gracias.-De nada.Fran se marchó y Merche sonrió cuando la puerta se cerró tras él.-Cariño -susurró volviéndose a mirar a su hermana-. Creo que alfin has encontrado a alguien que sabe apreciarte. Espero que lo haga deltodo.Cuando Susana se despertó un rato más tarde, encontró la luz del salónapagada y a su hermana sentada en una silla viendo la televisión con elvolumen muy bajo.-¿Merche?-Sí.-¿Qué hora es?-Tarde.-¿Fran?-Se ha marchado. No pretenderías tenerle toda la noche sentado a tulado, ¿eh?-Pero ha estado aquí.-Sí, ha estado aquí.-Es que no estaba segura de que no haya sido fruto de la fiebre.-El chico que estaba sentado a la mesa cuando llegué era muy real.-Me trajo a casa y no quiso marcharse porque me encontraba muymal. Pero creí que se marcharía cuando me bajara la fiebre un poco.-Esperó a que yo llegara. Y ha dicho que volverá mañana a traerte losapuntes y a hacerte compañía después de almorzar.-¿En serio?-Salvo que se arrepienta...-No, Fran no es de esos. Si ha dicho que vendrá, lo hará.-Bien, entonces procura ponerte mejor para mañana. ¿Cómo estásahora?-Mejor, aunque un poco mareada.-¿Quieres comer algo?-Quizás un poco de leche caliente.-Te la prepararé.Al mediodía siguiente, cuando terminaron las clases, Raúl le propuso aFran:-Me han llamado las dos tías que conocimos en la bolera y he quedadopara ir al Nervión Plaza a patinar.-Yo no puedo.-¿Cómo que no puedes? Los miércoles salimos siempre. ¡No me dirásque hoy también tienes clase!-No, pero tengo otros planes.-¿Qué planes, cabrón?-He quedado con una chavala.-¿Qué chavala? ¿La conozco?Sabiendo que si le decía la verdad tendría que aguantar un sermón porparte de su amigo, dijo:-No.-Oye, ¿no será aquella niña, la hija del cliente de tu padre que estequería que conocieras?-Sí, esa.-¿Y está buena?-Yo no diría que sea una tía buena, pero es muy simpática.-¿Pero tiene un buen polvo, al menos?-No me he planteado echarle un polvo, Raúl. Solo voy a dar una vueltacon ella y quizá conocerla mejor.-Entonces podemos quedar los tres y así me la presentas.-No.-¿No? Seguro que es fea como un demonio. Últimamente parece quete van los cocos.-No te pases -dijo Fran poniéndose serio-. Si no quiero que vengases porque no quiero que a esta me la pises.-¡Eh, tío, ahora no te pases tú! Sabes que entre nosotros cualquier tíaque interese a alguno es terreno vedado para el otro. Jamás me he metidopor medio cuando te ha gustado alguien.-No te estoy acusando de meterte por medio, pero tienes quereconocer que la mayoría de las mujeres se vuelven locas por ti en cuantote ven -dijo con un tono más agrio de lo que pretendía-. Hasta las másinteligentes.-Bueno, tío... me mantendré al margen. Pero tienes que presentármelasi la cosa marcha, ¿eh?-De acuerdo. Y ahora me voy a comer, he quedado temprano.-Pues que tengas un buen polvo, macho. ¡Nos vemos mañana! Y si lacosa no va, estaremos en la pista de patinaje.Raúl se marchó y Fran se sentó al volante, perplejo. ¿Por qué habíadicho aquello? ¿Por qué le había acusado de forma tan desagradable depisarle las mujeres? Raúl tenía razón, él jamás se había interpuesto entreninguna que le gustara, y nunca hasta ese momento él había pensado así.Pero tenía que reconocer que le molestaba que Susana estuvieraenamorada de él y Raúl se burlara tanto de ella. Él se sentía en medio delos dos y a veces tenía la sensación de que traicionaba a uno de elloscuando estaba con el otro. ¡Ojalá a Susana se le pasara ese enamoramientoque tenía con Raúl! Todo sería más fácil entonces. Podría ser amigo de losdos sin tener que mentir a ninguno. Porque en ningún momento se le pasópor la cabeza la idea de que Raúl cambiara de opinión respecto a Susana.Eso no sucedería, conocía a su amigo. Por alguna extraña razón él laaborrecía y eso no iba a cambiar.Llegó a casa y comió rápidamente, y avisando de que llegaría tarde acenar, se marchó.Llegó a casa de Susana a las cinco y cuarto. Ella le abrió la puertavestida con un chándal abrigado y aspecto de estar a punto de caerseredonda.-Hola. ¿Cómo estás?-Mejor que ayer -dijo cerrando la puerta a sus espaldas.El salón estaba caldeado y el sofá presentaba signos evidentes de queella había estado echada en él.-¿Te ha visto el médico? -preguntó Fran poniéndole de nuevo unamano en el cuello para tomarle la temperatura-. Tienes fiebre otra vez.-No termina de quitarse del todo. El médico vino esta mañana y dijoque se trata de una virosis y por eso la fiebre no cede. Que es cuestión deunos días. Espero que no muchos, porque no quiero perder demasiadasclases.-No te preocupes por eso, yo te he traído los apuntes de la mañana yseguiré haciéndolo todos los días hasta que estés en condiciones de ir a lafacultad.-Gracias. Ponte cómodo -añadió viendo que Fran no se había quitadoel chaquetón-. ¿O te marchas?-No, me quedaré contigo hasta que venga tu hermana -dijoquitándoselo y colgándolo en el perchero de la entrada junto al anorak deSusana. Ella retiró la manta que había en el sofá y le invitó a sentarse juntoa ella viendo que él se dirigía a las sillas.-Siéntate aquí, esas sillas son muy incómodas.-No, sigue echada. Da igual la silla, no es peor que las de la facultad.-No tengo ganas de estar echada y hay sitio para los dos. ¿Quieres uncafé? Merche ha dejado preparada una cafetera por si te apetecía.-No le diré que no a un café, pero no te levantes. Yo lo prepararé si medas permiso para hurgar en tu cocina.-Es toda tuya.-La asistenta de casa, Manoli, no quiere que nadie entre en la cocinamás que ella, dice que luego lo dejamos todo manga por hombro. Bueno,con mi madre acierta, pero yo soy ordenado. Puedes estar segura de quelo dejaré todo recogido.-Creo que Merche lo ha dejado todo preparado en la encimera. Inclusoha comprado algunos dulces para merendar.-No teníais que haberos molestado por mí.-Es lo menos que puedo hacer para agradecerte que hayas venido averme.Fran se volvió hacia ella y le acarició la mejilla enrojecida y caliente acausa de la fiebre.-Las gracias se les dan a los extraños, a los amigos, no. Por lo menos,a mí no.Susana agradeció el calor de la fiebre que disimuló en parte el ruborque cubrió su cara, no sabía muy bien si a causa de sus palabras o deaquella mano que se había posado con suavidad y cariño en su mejilla.Sin añadir nada más, Fran se volvió y se dirigió a la cocina.-¿Tú también quieres café?-No, prefiero una leche manchada. No me apetece tomar nada, perodebo tragarme una enorme pastilla que no se debe ingerir sin comida.Tengo que tomar una cada seis horas para que la fiebre no subademasiado.Poco después, ambos estaban merendando sentados en el sofá. Después,Fran llevó de nuevo la bandeja a la cocina.-No sé qué te podría ofrecer para distraerte, lo único que tengo es latele y libros de Derecho -dijo Susana una vez instalado Fran a su lado denuevo. Y me temo que como compañía, no estoy muy parlanchina hoy. Meduele mucho la garganta y me ha dicho el médico que no hable demasiado.-Pero yo pienso en todo -dijo él-. He traído libros para estudiar sitú estabas dormida, y también he cogido el portátil de mi padre y unaspelículas por si te apetecía distraerte un poco. Aunque no sé si habréacertado, no conozco tus gustos.-Hoy me gustará cualquier cosa que me pongas. Lo único que meapetece es recostarme en el sofá y dejar que la caja tonta me metaimágenes por los ojos sin tener que hacer ningún esfuerzo paraasimilarlas. Me tragaría hasta alguna película patriotera americana.Fran cogió la mochila, que había dejado junto al sofá, y sacó el portátily un estuche con CDs.-Elige la que quieras, yo las he visto ya todas.Susana pasó uno a uno lo diferentes compartimentos de plástico y sedetuvo en uno.-¿Una de juicios?-Mi padre tiene una buena colección... pensé que quizás te gustaría.-Esta no la he visto. ¿Está bien?-Sí, muy bien.-Ponla entonces. Me gusta ver cómo estaremos dentro de unos años.Fran colocó el ordenador sobre la mesa y Susana apagó la luz del techodejando solo una pequeña lámpara de sobremesa colocadaestratégicamente para que no diera reflejo en la pantalla. Se recostó contrael respaldo del sofá y se concentró en la película.También Fran se recostó, y trató de hacer lo mismo, pero no loconsiguió. Él había visto la película varias veces, casi se la sabía dememoria y su atención se iba por otros derroteros.Primero su pensamiento le dijo que sabía de antemano qué película ibaa escoger Susana. Luego, su mente derivó hacia Raúl y no pudo evitarsonreír al imaginar lo que su amigo diría si pudiera verle en aquelmomento. No le importaba, él se encontraba demasiado a gusto sentado enaquel sofá. Sintió que le invadía una enorme sensación de paz y bienestar ydeseó que la película no terminara nunca. Luego su pensamiento volóhacia Susana. No entendía por qué todos sentían esa especie de rechazohacia ella, si era una chica encantadora... Y no era tan fea como Raúl decía.No es que fuera una belleza, pero su cara era agradable y graciosa, sobretodo cuando se quitaba las gafas. Esa montura confería una dureza a susfacciones que no tenía en realidad. Y restaban dulzura a su mirada. Franpensó que le gustaría que le mirase sin las gafas, intuyendo que podríallegar al fondo de su alma a través de sus ojos oscuros. Si Raúl pudieraperderse en su mirada seguro que cambiaría la opinión que tenía de ella yhasta incluso enamorarse. Tenía que ser muy fácil enamorarse de Susana.Era tan dulce, tan ingenua... Raúl era un imbécil por aborrecerla de esaforma.Giró la cara un poco y observó su cuerpo. Tampoco estaba tan delgadacomo hacía creer la ropa que habitualmente se ponía. La tarde anterior,con la camiseta pegada al cuerpo a causa del sudor, él había podidoapreciar que sus pechos no eran tan pequeños como parecía a simple vistay además eran firmes y redondeados.Apartó la vista, temeroso de que ella se diera cuenta de que los estabamirando de nuevo, aunque esta vez cubiertos por una sudadera más gruesay holgada. Pero la imagen de la tarde anterior persistía en su mente y algole decía que seguiría ahí durante un tiempo.Trató de concentrare en la película consciente de que pisaba un terrenopeligroso. No debía ver a Susana de esa forma, entre ellos lo que había erauna buena amistad. Y además, ella estaba enamorada de Raúl y cuanto másla conocía, más se daba cuenta de que Susana no era una persona quecambiara fácilmente de afecto, por muchas gilipolleces que hiciera Raúl.En aquel mismo momento tomó partido y decidió que iba a hacer todolo posible para que Raúl se enamorase de ella. Si alguien merecía sercorrespondida, era sin duda la chica encantadora que se sentaba a su lado.Tomada esta firme decisión, se esforzó por apartar de su mente todo loque no fueran ideas para hacer que los dos coincidieran hasta que a fuerzade tratarse, Raúl se fijara en ella.La película terminó, y a esa siguió otra, hasta que llegó Merche.Después, Fran se marchó quedando en regresar también al día siguiente.En esa ocasión, Susana se encontraba mejor y estudiaron juntos un rato,como cualquier día que dieran clase, solo que no en el aula de culturacomo solían hacerlo.Fran se marchó temprano y el viernes se pasó para dejarle los apuntesdespués de salir de clase y se quedó solo el tiempo de preguntarle cómoestaba. Había quedado con Raúl y este se estaba poniendo muy pesado consu «cita secreta», de modo que iba a pasar la tarde con él.
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¿SOLO AMIGOS?
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