Capítulo 19

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Ayamonte. Julio, 1999

Susana se despertó pronto a pesar de que no había puesto el despertador.El sol aún no filtraba ninguna claridad en la ventana y Merche dormía enla cama junto a la suya.Cogió el móvil al que había quitado el sonido, miró la hora y vio elpequeño signo a la izquierda de la pantalla que indicaba una llamadaperdida. Pulsó el botón y apareció el nombre de «Fran». Como él le habíaprometido, le había dado un toque antes de subir al avión, y de eso hacíaya más de media hora. También le había prometido darle otro cuandollegase a Londres. Después aún tendría que coger un tren hacia Escocia, ysolo cuando estuviese allí había quedado en llamarla para contarle cómole había ido el viaje. No sabía la combinación de trenes y por tanto notenía ni idea de a qué hora llegaría, pero ella le había dicho que noimportaba lo tarde que fuese. No iba a dormirse hasta hablar con él.Acababa de irse y ya le estaba echando de menos. La sola idea de saberque iba a estar dos meses sin verle, era terrible.Nunca imaginó que iba a acostumbrarse tanto a Fran, no solo a sucompañía, sino también a sus besos y a los ratos que pasaban juntos en lacama, que por desgracia y debido a los exámenes, no habían sido nimuchos ni demasiado largos. Aunque eso sí, se habían desquitado el díaanterior, cuando los padres de él se habían marchado a Cantabria a pasarsus vacaciones. Susana se había ido a casa de Fran para pasar juntos lanoche y también el último día que él iba a estar en Sevilla, antes demarcharse a Escocia a practicar el inglés, como hacía todos los veranos.Ese fin de semana iba a ser sus pequeñas vacaciones juntos, y desdeluego lo habían aprovechado. Habían hecho cosas que nunca habían hechojuntos, como cocinar, ver la televisión, bañarse en la piscina y habíanhecho el amor a todas horas y en todos los sitios posibles, incluidas lacama que se movía y la piscina.Aunque Susana sabía que nunca podría olvidar el fin de semana en ElBosque, tampoco olvidaría aquel en que había tenido a Fan para ella solatreinta y cinco horas seguidas.Al principio se había sentido algo recelosa de que por cualquiercircunstancia imprevista los padres de Fran pudieran regresar y lessorprendieran allí. Él había convencido a Manoli de que no fuera atrabajar esos días para estar completamente solos, y la mujer habíaaccedido, a sabiendas de que se enfrentaba a un problema si lesdescubrían.Pero a medida que las horas avanzaban, Susana se había tranquilizado,sobre todo cuando a la hora de la cena habían llamado desde Madrid,donde iban a hacer noche. El padre de Fran siempre hacía los viajes largosen dos etapas para no cansarse al volante.A partir de entonces Susana se relajó y disfrutó de la cena a la luz de lasvelas en la piscina, y del baño nocturno y sin ropa que vino después y en elque, inevitablemente, terminaron haciendo el amor dentro del agua.Susana se excitó al recordarlo, había sido una de las mejores experienciasque habían tenido juntos y Fran le había prometido que la repetirían enotra ocasión.Después se habían secado y se habían ido a la cama y Fran había puestoen el aparato de música la banda sonora de Memorias de Africa pararecordar la tarde que habían estado escuchándola juntos, tendidos en lacama, y empezaron a recordar aquella tarde en la que ninguno habíasabido ver el deseo y los sentimientos del otro. Habían hecho el amor denuevo, despacio y al compás de la música, mientras la cama vibraba bajoellos.Susana se encogió sobre sí misma recordando las manos de Fran y suslabios recorriendo su cuerpo, y también el tacto de la piel de él bajo susdedos, y se repitió una vez más que dos meses pasaban pronto, aunque niella misma se lo creía.Sabía que los dos meses que se le presentaban por delante se le iban ahacer muy largos y que las dudas y el temor iban a hacer su aparición amedida que pasaran los días.Aunque Fran solo iba a estar en Escocia un mes, desde el uno de julio altreinta, después cogería un avión hasta Barcelona y desde allí, iría en trenhasta Laredo, donde estaban sus padres. No se volverían a ver hasta el unode septiembre en que regresaría a Sevilla.Por suerte, los dos habían aprobado todo y podrían disfrutar de unverano relajado y sin agobios. Pero también el no tener ningunaobligación la haría sentirse más sola, teniéndole lejos. ¡Cómo le iba aechar de menos! Y el temor, siempre agazapado en su interior, y los celos,ya estaban empezando a hacerse sentir ahora que estaba sola, ahora que élse había ido.El temor a que conociera a alguien en Gran Bretaña o en Laredo, osimplemente a que descubriera que ella ya no le gustaba tanto en ladistancia.Trató de calmar sus dudas diciéndose que el fin de semana que acababande pasar juntos había fortalecido su relación, que ella le gustaba mucho aFran, y que no era probable que la olvidara en tan poco tiempo, que surelación no iba a morir por una separación sino por el hastío, y ellos aúnno habían llegado a eso.Trató de quitarse esos pensamientos de la cabeza y volvió a recordartodos los buenos momentos que habían pasado juntos y se adormeció denuevo, consciente de que no tenía prisa y de que Fran tardaría mucho aúnen llamarla.Despertó al sentir a su hermana que se levantaba, pero remoloneó en lacama todavía un rato. No tenía prisa. Por primera vez en muchos meses notenía nada que hacer. Solo preparar el equipaje y coger el autobús de latarde a Ayamonte.Le había mentido a su madre diciéndole que tenía unos papeles queentregar en la facultad antes de irse, para poder estar con Fran los últimosdías después de los exámenes y por supuesto no le había dicho ni mediapalabra de su relación con él. Para sus padres una relación implicabamatrimonio y no entenderían que ella estuviera con alguien con quien notenía ni la más mínima esperanza de casarse. Sus padres no tenían quesaber nada de Fran, y en eso Merche estaba de acuerdo con ella.A las doce de la mañana recibió un mensaje: «Estoy en Londres. Teecho de menos. Recuerda tu promesa. Fran».Susana sonrió. Él le había hecho prometer la tarde anterior que no iba aenamorarse de nadie durante las vacaciones. Lo había dicho en tono debroma y Susana se lo había prometido solemnemente, con el juramentoque Merche y ella solían usar en la infancia: «Palabrita del Niño Jesús».Pensó que poco la conocía si pensaba que ella iba a dejar de quererle endos meses, y mucho menos que podría enamorarse de otro. En los mesesque llevaban siendo amigos y sobre todo en el último mes y medio quellevaban saliendo juntos, sus sentimientos se habían disparado de unaforma que la asustaba, y no quería ni pensar en cómo lo iba a llevarcuando se acabara.Respondió al mensaje y se decidió al fin a preparar el equipaje ymarcharse a casa.En la maleta llevaba un montón de libros que le había prestado Franpara que se distrajera leyendo, una de sus ocupaciones favoritas cuandoestaba en la playa, y no descartaba buscar algún empleo por horas que lepermitiera ganar un poco de dinero para no tener que depender de Francuando empezara el curso. Y que la ayudara a hacer más llevadero elverano.Merche aún tenía que trabajar cuatro días más y luego se reuniría conella en Ayamonte para disfrutar de sus vacaciones.Le había propuesto que se quedara con ella hasta entonces, pero Susanano quería hacerlo. Merche estaba empezando a salir con un compañero detrabajo y ella sentía que debía dejarla esos días un poco a su aire para quela amistad acaso se convirtiera en algo más. Veía a su hermana ilusionadacon Isaac; y ella necesitaba descansar. Se sentía agotada tanto por laslargas horas de estudio como por los acontecimientos ocurridos duranteel último mes y medio, en el que había sido más feliz que nunca antes ensu vida.Cuando cogió el autobús aquella tarde se guardó el móvil en el bolsillodel pantalón pensando que quizás Fran la llamara durante el camino, perollegó a su casa sin haber tenido noticias suyas. Tampoco en las horassiguientes que compartió con sus padres.En cuanto pudo se acostó deseando estar a solas para atender la llamadacuando esta se produjera, pero se quedó dormida de madrugada sin tenerninguna noticia de Fran.Su mente barajó uno y mil motivos por los que no hubiera podidollamarla y se dijo que ya tendría noticias al día siguiente.Pero tampoco fue así, a pesar de que no se separó del móvil en ningúnmomento, llevándoselo incluso a la playa, cosa que no solía hacer. Pasó eldía incapaz de concentrarse en nada, ni leer, ni hablar y procuró pasar asolas todo el tiempo que pudo, temerosa de que su madre notara lonerviosa y angustiada que estaba.Pero a medida que transcurrían los días siguientes sin noticias, suangustia se fue convirtiendo en una fatal certeza, y su inquietud ypreocupación en la triste aceptación de algo que ya sabía. O bien Franestaba muy ocupado para acordarse de ella o bien era su forma de decirleque todo había acabado. Porque estaba completamente segura de que si nola había llamado en cuatro días, no iba a hacerlo el resto del verano.Cando Merche llegó el viernes por la tarde, ya con las vacaciones deverano, notó inmediatamente que algo no iba bien y le propuso un paseopor la playa. En cuanto estuvieron solas se apresuró a preguntar.-¿Qué pasa, cariño?-No puedo engañarte, ¿eh?-Pues claro que no. A mí, no. ¿Qué ocurre?-Fran no me ha llamado.-¿Cómo que no te ha llamado? ¿Hoy, quieres decir?-Me puso un mensaje el lunes desde Londres y quedó en llamarmecuando llegase a Escocia aquella noche. Y no lo ha hecho.-¿Piensas que ha podido pasarle algo? ¿Un accidente, o que estéenfermo?-No lo creo. Si le hubiera ocurrido algo Raúl lo sabría y me habríallamado. No, es algo mucho más simple, Merche. Ha vuelto a pasar lomismo que con Lourdes, la chica con la que salía el año pasado. El veranolo cambia todo. Y por lo visto a Fran le sucede a menudo, que cuandocambia de ambiente, olvida todo lo anterior. Inma me lo advirtió.-Me cuesta creerlo, Susana. Realmente parecía estar loco por ti.-¡Qué me vas a decir a mí! Pero quizás al salir del ambiente de lafacultad y meterse de nuevo en el suyo, se haya dado cuenta del error quesupone lo nuestro.-Lo siento muchísimo.-Más lo siento yo, pero no me coge de sorpresa. Yo ya sabía que estono iba a ser para siempre, pero tengo que confesar que no pensaba quedurase tan poco. En fin, fue bonito mientras duró -dijo tratando deaparentar una indiferencia que no sentía, y aunque sabía que no iba aengañar a Merche, el intentar mantener el tipo delante de ella la ayudaba ano derrumbarse.-Lo único bueno de esto es que tengo un par de meses por delante parahacerme a la idea, antes de volver a verle.-Bueno, yo ya estoy de vacaciones. No estarás sola, al menos lo quequeda de julio.-He encontrado trabajo en el Telepizza tres noches a la semana. Esome ayudará a distraerme y también a ahorrar un poco de dinero para elaño próximo. Había pensado comprarle algo a Fran, que siempre hatenido tantos detalles conmigo, pero supongo que eso ya está fuera delugar.-Te compras algo para ti, que también te lo mereces.-Bueno, ya basta de hablar de mí. ¿Y tú que tal con Isaac?-Bien. Henos quedado todos los días después de salir del trabajo. Yayer nos fuimos al cine y dejamos de ver la película a la mitad.-Eso es estupendo.-Me ha prometido venir a verme el próximo fin de semana.-Me lo tienes que presentar. Ya sabes que yo tengo que darle el vistobueno.-Faltaría más.Julio transcurrió lento y monótono. Susana trabajó los viernes, sábadosy domingos por la noche en el Telepizza, agradecida no solo por el dineroque ganaba, sino también por tener una ocupación que durante unas horasla ayudara a sobrellevar el verano. El resto del tiempo libre lo pasaba enla playa, y había vuelto a su costumbre de dejar el móvil en casa cuandoiba allí. A cada día y a cada hora que pasaba estaba más convencida de queya Fran no iba a llamarla, y el hecho de tener el móvil con ella solo hacíaque las esperanzas siguieran agazapadas en el fondo de su mente, y sesorprendía sacándolo de la bolsa una y otra vez, para comprobar que notenía ninguna llamada. Por lo tanto había optado por dejarlo en casa con laesperanza de relajarse y disfrutar del mar como había hecho siempre.Se había hecho un nudo en el corazón, ocultando allí lo ocurridodurante el último mes y medio de curso. Guardó en una maleta los librosde Fran sin leerlos, y entre sus páginas ocultó las fotos del viaje a Elbosque para no mirarlas, y le dio la llave a Merche. En aquel momento nose sentía capaz de verlas sin derrumbarse y no quería hacerlo. No queríacompadecerse a sí misma. Era fuerte, siempre lo había sido, y podría conesto igual que había podido con otras muchas cosas. Lo único que hubieraquerido era que Fran hubiera sido capaz de decírselo a la cara, y nocortara el contacto de aquella forma. Sacó libros de la biblioteca y leyófrenética tarde tras tarde. Después de almorzar se iba a la playa con unatoalla y un libro y permanecía allí sola hasta el anochecer en que volvía acasa, y los días que no trabajaba, salía con Merche a dar una vueltatratando de adaptarse a su pandilla, aunque sin conseguirlo del todo. Perosu hermana se negaba a dejarla sola en casa como había hecho otrosveranos. Merche sabía que a pesar de su serenidad aparente, estabadestrozada. Sabía cuánto quería a Fran y lo importante que había llegado aser en su vida aquel escaso mes y medio.Sin embargo, no derramó ni una lágrima; el dolor era demasiadointenso, demasiado profundo para llorar, y en esta ocasión llorar noaliviaría. Solo serviría para hacer público su sufrimiento, y Susana noquería. Deseaba guardarlo dentro, para ella sola, como un recuerdopermanente de lo que había habido entre Fran y ella. Igual que guardabasus besos y sus caricias.Leía frenética un libro tras otro para no pensar, para no permitir que losrecuerdos salieran a flote. Ya recordaría cuando no doliera tanto, cuandolos recuerdos fueran algo dulce y hermoso... Quizás algún día pudiera.El único recuerdo que se permitía de Fran tenía que ver con sureencuentro en la Facultad y la actitud que debía adoptar ella. Se estabapreparando día a día y hora a hora para acercarse a él y saludarle como sifuera un compañero más, sin mencionar la llamada que no había hecho, nilos besos de despedida, ni la promesa de ambos de no enamorarse denadie más durante el verano.Los domingos Isaac venía a ver a Merche, y esta se lo había presentado,y para toda la familia, pasaban los tres el día en la playa, juntos. Perodespués de almorzar, Susana se iba a dar un largo paseo, de tres o cuatrohoras, para dejarles solos. Otras veces era al revés, eran ellos quienes seiban en el coche de Isaac a una cala cercana y escondida, de difícil accesoy que muy poca gente conocía.El tercer domingo de julio, cuando solo le quedaba a Merche unasemana de vacaciones y después de marcharse Isaac, le dijo a su hermanaque él iba a tener libre el miércoles de esa semana y que ella iba a ir aSevilla con la excusa de renovar el contrato del piso, cosa que fácilmentepodría hacer en Agosto, para pasar el día con él. A Susana se le vino a lacabeza su último fin de semana en Sevilla con Fran, cuando ambos habíanmentido a sus respectivas familias para estar juntos. Sintió una punzada depena y que las lágrimas quemaban en sus ojos al pensar que eso habíaocurrido apenas un mes antes, aunque a ella ese tiempo se le hubierahecho eterno.Sacudió la cabeza y enterró de nuevo los pensamientos y los recuerdosde Fran donde habían estado las últimas semanas, donde solía guardartodo lo que dolía.El miércoles por la mañana, temprano, Merche cogió el autobús haciaSevilla y Susana le deseó con toda su alma que el día le fuera bien y loaprovechara al máximo. Al encontrarse sola, se dio cuenta del enormeconsuelo que había sido su hermana para ella durante todo el mes, ysintiéndose invadida por una súbita tristeza, se preparó un bocadillo y sefue a la playa a comerlo y a pasar el resto del día sumergida en un libro ydispuesta a no regresar a su casa hasta el anochecer, a una hora en que yasu hermana estuviera de regreso. Por eso, cuando a media tarde levantólos ojos del libro y la vio venir hacia ella se sorprendió un poco. Por lacara de su hermana, sonriente al acercarse, comprendió que tenía algoimportante que contarle de su día con Isaac, y se preparó para una largaserie de confidencias. Pero Merche no dijo nada, solo metió una mano ensu bolso de playa y sacando un sobre alargado, se lo arrojó en el regazo.-Para ti. Estaba en el buzón.Susana miró el sello inglés y la letra apretada y conocida con sunombre y su dirección, y en el reverso solo una palabra: Fran.-El matasellos estaba fechado el cinco de julio -le dijo Merche-. Yyo me vuelvo a casa. Sean buenas o malas noticias, querrás leerlas a solas.Susana asintió. El nudo que tenía en la garganta le impidió contestar.Cuando Merche se alejó, rasgó el sobre con mano temblorosa y tresfolios se desparramaron por la arena. Los recogió y respirando hondo, sedispuso a leer:«Hola, amor mío.El alivio hizo que los ojos se le llenaran de lágrimas y el resto de lacarta se le borró durante unos minutos. Con el borde del blusón que seponía para bajar a la playa los enjugó y continuó leyendo.Lo primero, pedirte perdón por no haberte podido llamar como teprometí, pero cuando llegué a Escocia mi móvil había desaparecido. No sési lo perdí o me lo robaron sin que me diera cuenta, pero el caso es que noestaba. Y ya sabes que no tengo memorizado ningún número del listín.Siempre tecleo el nombre y el puñetero aparato marca solo. Ni siquiera hepodido llamarte desde una cabina ni a ti, ni a Raúl ni a nadie que mepudiera dar tu número. A mis padres les mandé una postal al hotel paradecirles que había llegado bien, pero tampoco sé tu dirección en Ayamonte.La única salida que me queda para ponerme en contacto contigo esescribirte a Sevilla y confiar en que mi carta te llegue antes que yo. Esperoque Merche trabaje en verano y te lleve la carta un fin de semana o almenos te llame y te diga que te he escrito. No quiero ni pensar en lo quepasará si no es así, ni en lo que pensarás de mí si no tienes noticias.Conociéndote, sé que lo primero que se te pasará por la cabeza es que noquiero saber nada de ti, o que me he liado con alguna inglesa o qué sé yo.Ya sé lo insegura que estás con respecto a lo nuestro. Pero te juro que notienes nada que temer, que no pasa un minuto sin que me acuerde de ti, quelas inglesas me parecen más feas que nunca y que solo deseo volver paraestar contigo de nuevo.Me gustaría que estuvieras aquí, enseñarte estos paisajes maravillosos yreírnos con las costumbres y supersticiones locales, que son muchas.Quizás algún día podamos venir juntos, porque todo lo que me rodea pierdesu encanto si no te tengo cerca. Todo esto me recuerda a El Bosque, aunquemás verde y más grande, pero tengo que confesarte que todo me recuerdaEl Bosque y a ti.Estoy en un paraje muy apartado, una especie de colegio mayor, y no hepodido ir antes a echar la carta porque tenemos clases todos los días ydependemos de un autobús que pasa por la mañana y regresa por la tarde.Pero mañana sábado, que no hay clases, cogeré el autobús temprano yecharé la carta al correo con el envío más rápido que pueda.Las clases son intensivas y me mantienen todo el día ocupado, pero lasnoches son terribles sin ti. Los recuerdos vienen a mí una y otra vez, y sacotu foto y supongo que ya te imaginas lo que ocurre mientras te miro. Esperoque tú también me eches de menos y que hayas cumplido tu promesa de noenamorarte del primer tío bueno que se cruce en tu camino; yo te juro quete estoy siendo fiel hasta con el pensamiento, que ni siquiera miro a otras yque el tiempo que me falta para estar contigo otra vez se me hace eterno.Si recibes esta carta pronto, cosa que espero, escríbeme. Al final temando la dirección completa, pero te advierto que el correo solo se raparteaquí una vez a la semana y que desde que la envíes tardará por lo menosdiez días en llegarme. Y yo me marcharé el día treinta.Te prometo que lo primero que haga cuando llegue a Cantabria seráintentar localizar a Raúl o a alguien que me pueda dar tu número ycomprarme un móvil nuevo para poder ponerme en contacto contigo. Memuero de ganas de oír tu voz, ya que no puedo abrazarte, de momento. Perote juro que cuando te vea te voy a estrujar tan fuerte que te voy a romper.Espero sinceramente que mi carta te llegue pronto, y no me odies si no esasí. Te prometo que te compensaré cuando te vea, mi amor. Recibe un fuerteabrazo simbólico, desde miles de kilómetros de distancia y no olvides quemes y medio más pasa pronto. Te quiero. Fran.»Susana dobló la carta que se estaba humedeciendo. No se había dadocuenta de que seguía llorando mientras la leía, y enterrando la cara en lasrodillas, continuó derramando lágrimas hasta desahogar al fin la tensiónacumulada durante veinticuatro interminables días.No le daría tiempo a escribirle a Fran, pero estaba segura de que cuandoregresara a España, él encontraría la forma de llamarla. A partir del díatreinta, se llevaría el móvil a todas partes.Después de llorar un buen rato, y sintiéndose ligera y feliz, se dio unbaño para borrar toda huella de llanto y volvió a su casa más pronto de loque pensaba. Tenía que decírselo a Merche, sabía que su hermana se habíaquedado preocupada sin saber si la carta de Fran eran buenas o malasnoticias.Como había pensado, su hermana la estaba esperando y la siguió a suhabitación cuando Susana entró a dejar la bolsa de playa. Una vez allí,Susana se volvió con una sonrisa radiante y la abrazó con fuerza. Merchele acarició el pelo y le dijo:-Estabas pensando mal, ¿eh?-Muy mal. Perdió o le robaron el móvil en Londres y no se sabeningún teléfono. Me ha escrito una carta preciosa. Dice que me echa demenos, que está deseando verme.-Me alegro, cariño, no sabes cómo me alegro. Me caía bien, no teníademasiadas ganas de cortarle los huevos.-¿Y tú con Isaac qué tal?-Muy bien. Me recogió en la estación y le he invitado a comer en casa.-¿Solo a comer?-Curiosa... eso no se pregunta.-Bien, veo que ha sido un día feliz para las dos.Susana tendió la mano.-Dame la llave de la maleta que te pedí que me guardaras. Tengomuchas ganas de echarle una miradita a mi rubio.El día treinta, fecha en que Fran debía abandonar Gran Bretaña, Susanalo pasó sumida en un estado nervioso y de impaciencia poco habitual enella. Sabía que Fran estaría durante todo el día de viaje, y quepresumiblemente llegaría por la noche a Laredo, y estaba casi segura deque en cuanto pisara la ciudad se las apañaría para ponerse en contactocon ella de alguna forma. Tenía que hacerlo si estaba tan impaciente comoella.A la hora de la cena se sentía tan nerviosa como cuando era pequeña yesperaba la llegada de los Reyes Magos, y al igual que entonces, suestómago se cerró y se negó a admitir comida. Su madre, preocupada, laobligó a ponerse el termómetro pensando que estaba enferma.Merche la miraba sin decir nada, y después de su patético intento decenar, se la llevó al paseo marítimo a dar una vuelta para distraerla yhacerle comprender que quizás Fran lo seguía teniendo difícil parallamarla.Merche consiguió que se tomara un cubata cargado con la esperanza deque se durmiera pronto y esperase con calma a la mañana siguiente.Cuando regresaron a su casa pasaba la una de la madrugada y Susana seencontró con más sueño del que deseaba, no le quitó el sonido al móvilpor si este sonaba durante la madrugada, que pudiera oírlo. Pero cuandose tendió en la cama, y habiendo dado apenas una cabezada de media hora,se encontró de nuevo despierta y mirando al techo, barajando mil y unaposibilidades de por qué Fran no la había llamado. La idea de que noconseguía encontrar su número, que era la primea opción que habíapensado, fue haciéndose poco a poco la última, y su mente angustiadaacabó creyendo que después de escribir la carta él si la había olvidado.La luz del alba la sorprendió sin haber cerrado los ojos y el sonido quele indicaba que la batería del móvil se había agotado la hizo sentirse muydeprimida. El modelo, antiguo, necesitaba cuatro o cinco horas derecarga, y lo que era peor, no le permitía recibir ninguna llamadamientras tanto. Debería haberlo apagado, debería haber sabido que Franno la iba a llamar a altas horas de la noche por muy impaciente queestuviera, que tampoco era seguro que fuera así. Lo dejó conectadomientras iba a la compra, como solía hacer cada día sin permitir queMerche ocupara su lugar, como había sugerido. Si se quedaba en casa, sumadre, que la miraba con preocupación ante su mala cara y continuadafalta de apetito de aquella mañana, no la dejaría en paz. Y de todas formas,si Fran la llamaba, no lo sabría hasta que se terminara de recargar elteléfono, para lo que le faltaba un buen rato todavía.Se tomó su tiempo para comprar, con la esperanza de que cuandoregresara ya pudiera conectar el aparato, pero Merche le salió alencuentro.-Nena, tu móvil ha terminado de cargar. Lo he conectado y hanaparecido un montón de llamadas perdidas. Un número que no aparece enel listín te ha estado llamando con mucha insistencia.-¿En serio?-Sí, y al final había un mensaje. No he querido leerlo.Susana corrió hacia su habitación y leyó el mensaje: «Soy Fran. Tengoun móvil nuevo. Por favor, dame un toque para que pueda llamarte. Estoyconduciendo».Con mano temblorosa marcó la tecla de contestar la última llamada ycortó después de escuchar un par de timbrazos. Aguardó impaciente lo quele pareció una eternidad y apenas cinco minutos después recibió lallamada.-¿Diga?-Hola... -dijo la voz suave y ligeramente ronca al otro lado.-Hola...Los dos se quedaron en silencio durante unos segundos. Después, élpreguntó:-¿Cómo estás?-Bien, ¿y tú?Fran se echó a reír al otro lado.-¡Dios mío! Parecemos dos extraños. Tenía tantas ganas de hablarcontigo que ahora no sé qué decir. Te he llamado no sé cuántas veces.-Yo esperaba que quizás llamaras ayer por la tarde o por la noche ydejé el móvil encendido. Al final se quedó sin batería y lo he estadocargando. Ya sabes que no suena mientras está enchufado.-Cuando pude localizar tu número era tan tarde que no quise llamarteanoche.-¿Cómo lo conseguiste?-Inma me lo dio. Menos mal que es buena gente y no se enfadó porquela molestara a la una de la madrugada para pedírselo.-¿Llamaste a Inma a la una de la madrugada?-No la llamé, recuerda que no me sé de memoria ningún número.-¿Entonces?-Fui a verla.-No lo entiendo.Él se echó a reír y dijo:-He dado un «pequeño» rodeo. Ayer en el aeropuerto de Londres, y apunto de coger el vuelo hasta Barcelona, vi que había otro que salía doshoras más tarde para Málaga. Y qué demonios, pensé que me iba a costarmucho trabajo localizar a alguien que me diera tu teléfono y que quizásdebería pasar otro mes hasta que pudiera ponerme en contacto contigo,por no hablar de darte un abrazo. Sabía que Inma estaba en Sevilla y que lacombinación de trenes desde Málaga era muy buena. Les dije a mis padresque había perdido el avión a Barcelona y que había tenido que coger elotro. Llegué a Sevilla casi a la una y me fui directamente a tu casa. Nohabía nadie y me acerqué a ver a Inma. Me dio tu teléfono y de cenarademás, pero ya era demasiado tarde para llamarte. Lo he hecho estamañana en cuanto me he despertado, pero no he podido localizarte, así quehe decidido arriesgarme de todas formas.-¿Arriesgarte?-No pensarás que le he dado un rodeo a España para estar apenas acien kilómetros de ti y no verte, ¿verdad? He cogido el coche y voy haciaallá. Acabo de pasar Huelva, no creo que tarde mucho en llegar.-¿Quieres decir...?-Quiero decir que en media hora más o menos voy a darte talachuchón que te van a doler todos los huesos del cuerpo durante unasemana.-Dios mío, qué bruto eres.-Si no quieres, doy media vuelta...-Claro que quiero, es solo que me ha cogido tan de sorpresa...-¿Dónde podemos vernos? ¿En tu casa, en la playa...?-En mi casa no. Si mi madre te ve, aunque vengas como amigo, nopodremos hablar solos ni dos palabras seguidas. Dame un toque cuandollegues y me reuniré contigo a la entrada del pueblo en el restaurante quehay junto a la gasolinera. Podemos pasar el día en la playa.-De acuerdo. Hasta ahora, vida... Ponte guapa.Susana salió con una media mentira preparada.-Mamá, me han llamado unos compañeros de la facultad. Vienen apasar el día en la playa. No comeré en casa.-¿Vais a comer en la playa con el calor que hace? ¿Por qué no os venísa casa? Puedo preparar algo...-No, quieren pasar el mayor tiempo posible en la playa. Seguramentetomaremos unos bocadillos.-¿Te preparo una tortilla?-Bueno... si no es mucha molestia. De calabacines -sugirió-. Voy acambiarme.Merche la siguió.-¿No me digas que va a venir?-Está en Huelva. Voy a darme una ducha. Intenta entretener a mamá, sise da cuenta de que me estoy duchando antes de ir a la playa, se olerá algo.-No te preocupes. Te cubriré.Entró en la ducha y se apresuró en arreglarse. Se puso un bikini atadocon lacitos y encima un pantalón pirata y una camisa roja sin mangas ytras meter apresuradamente en la bolsa de playa la fiambrera con tortillaque su madre le había preparado, salió sin esperar el toque de Fran, ycaminó despacio hacia la salida del pueblo y su lugar de reunión, incapazde quedarse en su casa ni un minuto más.Llegó al lugar de la cita antes de que Fran la llamase, y se paseónerviosa arriba y abajo por los alrededores de la gasolinera, mirandocada coche que pasaba, esperando ver aparecer el Peugeot azul.Pero fue un Opel corsa caldera metalizado el que entró en el solitarioaparcamiento, y en su interior, Susana pudo ver la melena rubia y salióprecipitadamente a su encuentro. Fran se bajó del coche y también avanzóhacia ella fundiéndose ambos en un fuerte abrazo en medio delaparcamiento.-¡Chiquilla...!Los brazos de Fran, el olor suave a Hugo Boss acabaron con la enterezade Susana, que enterró la cara en su cuello y empezó a llorar la tensiónacumulada durante esos dos últimos días. Él le levantó la cara y empezó abesarla. Ella alzó los brazos y le sujetó la cabeza para que no se separara yse besaron como dos locos, intentando recuperar el tiempo perdido.Después, Susana recordó que estaban en su pueblo y que allí casi todos seconocían y se separó.-Vamos a algún otro sitio.-¿Dónde se puede ir aquí para estar a solas un rato?-En el pueblo imposible. Todo está lleno de veraneantes. Pero sicogemos el coche y la carretera por donde has venido, Merche me hablóde un sitio al que ha ido ella con Isaac estos últimos fines de semana. Diceque está siempre desierto porque es de difícil acceso y no hay chiringuitosni servicios ni nada.Subieron al coche que todavía olía a recién estrenado.-Al fin el coche nuevo, ¿eh?-Sí, lo entregaron estando yo en Escocia. Lo estamos estrenando.Fran salió del pueblo y enfiló la carretera. En una recta, desvió lamirada hacia Susana y le preguntó:-¿Recibiste la carta?-Sí, hace seis días.-¿Seis días? ¿Y todo este tiempo has estado sin saber nada?-Sí.-¿Y no me odias?-Ya no. Estás aquí.Fran apartó la mano del volante y le acarició el muslo.-Lo siento. Solo de pensar lo que has tenido que pensar... lo que hastenido que sufrir... Si yo hubiera estado todo un mes esperando noticias ysin saber de ti me hubiera vuelto loco. Ahora comprendo que te hayasechado a llorar en el aparcamiento. Imagino las lágrimas que habrásechado en todos estos días sin saber nada de mí.Susana sonrió volviéndose a medias hacia él, mirando su larga melenarubia y su perfil fijo en la carretera.-No me conoces tanto como piensas. Soy una chica fuerte y no lloropor las cosas malas... Solo con las buenas, quizá porque a esas no estoyacostumbrada. Quizá te sorprenda con lo llorona que soy, pero no hederramado ni una lágrima hasta que recibí la carta. Entonces sí. La dejéhecha una pena... Y ahora que al fin he podido abrazarte.La carretera estaba prácticamente desierta y Fran deslizó la mano,subiendo por el muslo y Susana sintió que un estremecimiento la recorríade pies a cabeza. Él sonrió sintiendo el temblor de la pierna bajo susdedos.-¿No hay un sitio más discreto que la playa? ¿Un hotel o pensióndonde podamos coger una habitación?-Me temo que no, que es verano y todo está lleno. Y además, si entrocontigo en un hotel o pensión de la zona, antes de media hora lo sabrátodo el pueblo, incluida mi madre. Me temo que nos tendremos queconformar con la playa. Pero no te preocupes, dice Merche que es bastantesolitaria. Probablemente tendremos más intimidad allí que en un hotel. Mihermana ha ido varias veces con Isaac durante este mes.-¿Isaac?-Sí, Merche se ha echado novio, un compañero de trabajo.-Vaya, espero que a ti no se te haya ocurrido sustituirme en vista deque no sabías nada de mí.-Soy una chica fiel -dijo ella tratando de bromear-. ¿Y tú? ¿Hasligado con alguna inglesa?-Por supuesto que no. No he tenido tiempo.-No seas mentiroso. Seguro que no te has pasado todo el mesestudiando.-No, claro que no. Las horas libres me he dedicado a buscar algobonito para traerte de Escocia. Algo que te dé una idea de cuánto me heacordado de ti.-¿Me has traído algo?-Pues claro. Ya lo verás, está en el maletero.Susana se giró y le miró el perfil, atento a la carretera, llena de curvasen aquella zona. Y no pudo evitar preguntarle:-¿De verdad me has echado de menos?-Terriblemente. Tanto que he urdido un montón de mentiras para estaraquí. Y cuando pueda soltar el volante ya te vas a enterar de cuánto te heechado de menos. No te van a quedar dudas, te lo aseguro -dijo élacariciándole la pierna de nuevo.Susana sonrió ante la perspectiva y dijo señalando un desvío a laderecha formado por una curva pronunciada:-Entra por ahí.Él retiró la mano y giró a la derecha entrando en un sendero de tierraestrecho y mal asfaltado. Tras recorrer un par de kilómetros llenos decurvas y cuestas empinadas, el camino empezó a descender bruscamente yse encontraron en un pequeño bosquecillo que terminaba en la arena de laplaya. Fran aparcó el coche bajo la escasa sombra y echó el freno demano. Inmediatamente se quitó el cinturón y volviéndose hacia Susanaempezó a besarla como un loco. Ella, apenas pudo librarse de su propiocinturón que la mantenía atada al asiento, y le echo los brazos al cuello.Las manos de Fran se enredaron en los botones, incapaces de soltarlos, ypreso de una impaciencia que llevaba demasiado tiempo conteniendo,levantó los bordes de la blusa y se la quitó por la cabeza, sin desabrochar.Y hundió la cara en el cuello con una intensidad que Susana supo quedejaría huella, mientras las manos subían hasta los pechos tratando desoltar los lazos del bikini. Y de pronto el coche empezó a moverse.-¡Fran... el coche!Él se separó y tiró del freno de mano con fuerza. Ambos se echaron areír viendo cómo un árbol había quedado a poca distancia del morro.-¡Joder! Casi me cargo el coche el primer día que lo cojo.-Será mejor que nos vayamos a la playa -dijo Susana-. No haynadie. Y si viene alguien y ve el coche aquí se dará media vuelta. Alparecer es la regla de este lugar.-Sabes mucho de este lugar. ¿Seguro que solo te lo ha dicho Merche?-Mi hermana es muy guapa. Ella ha salido con otros chicos antes deIsaac y conoce bien el sitio y sus reglas. ¿No me irás a decir que estásceloso?-Muy celoso. Y te confieso que me alegro de que hayas dedicado todatu vida a estudiar y no hayas tenido tiempo para tontear con otros tíos. Megusta saber que he sido el primero, que ningún otro te ha hecho sentir lasmismas cosas que yo.-Me estás resultando un poco machista tú... No sé si voy aaguantarlo... -dijo ella riéndose.-Te compensaré... Anda, vamos a la playa.Bajaron del coche cargados con la enorme bolsa de playa de Susana,pero dejando otra con la tortilla y unas latas en el coche, bajo la sombrade los árboles.Cruzaron la pequeña arboleda y salieron a la arena que, como habíapredicho Susana, estaba desierta. Solo el sol, la playa y ellos.-No se te ha ocurrido traer una sombrilla, ¿verdad? -preguntóSusana.-No pensaba venir a pasar un día de playa precisamente.-¿Ah, no? ¿Y a qué, entonces...?-Ven aquí y te lo explicaré.-Bueno, cuando no aguantemos el calor nos metemos en el agua o enel coche. Yo lo siento por ti, que vienes muy blanquito -dijo Susanalevantando la camiseta y poniendo su mano morena sobre el pecho deFran-. Yo ya estoy morena. De hecho me mantengo morena todo el añoporque vengo a la playa todos los fines de semana, incluso en invierno.-¿Cómo quieres que venga, si no he visto un rayo de sol en un mes?Se quitó la camiseta y Susana se pegó a él sintiendo el calor de sucuerpo y cómo sus manos le rodeaban la espalda. Fran le susurró justoantes de besarla:-¡Qué ganas tenía de sentirte así!Susana sintió la boca cálida y exigente apoderarse de la suya yrespondió de la misma forma. Se le doblaron las rodillas cuando él tiróhacia abajo y se encontró tendida sobre la arena abrasadora. Fran ladesnudó tirando con dedos impacientes de los lazos del bikini, tanimpacientes que ella temió que los arrancase, y ella hizo lo mismo con suspantalones.La boca de él se apoderó de la suya con una ansiedad que no le dejóninguna duda de cuánto la había echado de menos, la cubrió con su cuerpopara librarla del sol y deslizó una mano entre ambos para acariciarle unpecho. Susana se estremeció ante la caricia y no pudo evitar susurrarle:-Con la boca...Fran no se hizo rogar. Había soñado durante un mes con el sabor de suspechos. Se deslizó hacia abajo y tironeó de uno de los pezones con losdientes mientras acariciaba el otro con el pulgar. Susana enterró los dedosen la arena tratando de calmar la ansiedad. Por una parte deseabadesesperadamente sentirlo dentro de ella, y por otra se sentía incapaz derenunciar al placer que estaba sintiendo en aquellos momentos.Fran la conocía bien, supo lo que ella estaba sintiendo y la mano queacariciaba el pecho se deslizó hacia abajo y se perdió entre sus piernas,hundiendo los dedos todo lo que pudo. El jadeo que escuchó le hizocomprender que había acertado, y empezó a mover la mano al mismoritmo que la boca. Susana estaba tan excitada que no tardó en correrse yentonces sí, él sacó los dedos y se hundió en ella incapaz de aguantar pormás tiempo el deseo que llevaba conteniendo desde que decidió ir a verlala tarde anterior.Trató de moverse despacio, pero no podía controlarse por más tiempoy las palabras de ella no le ayudaron en absoluto.-Más fuerte -gimió.Se enterró más profundamente y se movió como un loco contra sucuerpo sintiendo las sensaciones desbordarse en su interior y precipitarseen un orgasmo simultáneo que le hizo temer por la integridad de sucorazón. Cuando pudo alzar la cabeza y mirarla, la mirada brillante deSusana le hizo susurrar con la voz todavía entrecortada:-No irás... a llorar ahora...-Ni por asomo -sonrió ella perdiéndose en los ojos que lacontemplaban con adoración.-Sé que ha sido un poco rápido... pero qué demonios, tenemos todo eldía por delante.-¿Podrás aguantar todo el día? -le preguntó retadora.Fran le sonrió con picardía.-Un mes sin verte y por delante otro mes de lo mismo, ¿tú que crees?Después, acalorados y sudorosos, se metieron en el agua pararefrescarse y quitarse la arena que tenían pegada al cuerpo. Y se abrazaronde nuevo y empezaron a tocarse y acariciarse como no lo habían hechoantes, durante mucho rato, y acabaron haciendo el amor de nuevo,despacio esta vez, con la caricia de las olas a su alrededor y sabor a sal enlos besos. Después, se arrastraron hasta la orilla y se dejaron caer allí,abrazados y exhaustos mientras las olas cubrían sus cuerpos cada pocossegundos. Pasado un rato salieron del agua y ambos se secaron con latoalla de Susana y ella volvió a ponerse el bikini.-Yo no he traído bañador. Tendré que ponerme el pantalón o al menoslos calzoncillos. No me apetece sentarme en la arena sin nada de ropa.-Te quemarías el culo. Está ardiendo. Pero venir a la playa y no traersebañador...-No lo iba a necesitar para lo que tenía en mente.-Eres un obseso.-Y a ti te encanta.-Por supuesto. Pero también habrá que comer. ¿No tienes hambre?-Mucha. Y sed.-En la bolsa que hay en el coche tengo agua y refrescos, además de tutortilla favorita. Pero me temo que las bebidas no estarán muy frías.-No importa. Y esa tortilla después de un mes de comida inglesa mesabrá a gloria. Vamos a comer al coche, estaremos más frescos que aquí.Al menos tendremos sombra -dijo él levantándose, y poniéndose lospantalones la cogió de la mano y volvieron sobre sus pasos hacia elbosquecillo. Entraron en el coche en la parte de atrás para no correrriesgos con el freno de mano y dieron buena cuenta de la comida y partede las bebidas. Aunque el coche estaba a la sombra, la temperatura seguíasiendo abrasadora.-Vamos a tener que darnos otro baño. Estoy empapada de sudor otravez.-Ahora no. Ahora vienen los regalos.-¿Regalos? ¿En plural?-Sí, en plural. Ya lo verás. Espero que te gusten.-Seguro que sí, pero no tenías que haberte molestado. Tú eres el mejorregalo.-Espero que después de verlos sigas pensando lo mismo -dijo Fransaliendo del coche para abrir el maletero. Regresó con una bolsa de lonacomo la que ella usaba para llevar los libros, roja y con unas letrasgrandes en azul.-¿Te gusta? Es para que cambies de vez en cuando la que tienes ahora.Lleva muchos bolsillos, tanto exteriores como interiores.-Sí, me encanta.-Ábrela, dentro hay más cosas.-Pero Fran...-Ábrela.Ella levantó la tapa y parpadeó al ver en contenido. Había de todo allídentro. Una carpeta, un estuche para gafas, un pañuelo de cuello, unoscalcetines blancos con notas musicales y hasta un reproductor de música.-Todo esto no es para mí, ¿verdad?-Sí que lo es.-¿Pero tú estás loco?-¿Ahora te das cuenta?-Fran, yo no puedo aceptar todo esto.-¿Cómo que no puedes? A ver para quién va a ser si no... ¿O quieresque se lo regale a otra?-No, eso no.-Es para que te acuerdes de mí en cada momento del día. Cuandoestudies, cuando te quites las gafas, cuando tengas los pies fríos... Loscalcetines fue un impulso irresistible, tuve que comprarlos cuando los vi,porque el día que estuviste enferma tenías puestos unos parecidos ycuando sacaste un pie por el lado de la manta yo sentí que nunca en mivida había visto nada tan adorable como aquel pie.-Pero son muchas cosas, con una hubiera sido suficiente.-¿Sabes por qué hay tantas? Porque te he echado muchísimo de menos,y cada vez que estaba fatal por no poder hablar contigo, salía a comprartealgo y me hacía sentir mejor. El dinero que no me gastaba en llamarte logastaba en comprarte cosas.Susana le cogió la cara entre las manos y lo besó en los labios.-¡Dios mío, y yo pensando tan mal de ti...!Él le rodeó la cintura con los brazos.-No vuelvas a hacerlo. Ya sé que en esta ocasión has tenido motivos,pero quiero que sepas que eres muy importante para mí. Y aunque ahorame voy a Cantabria y te prometo que te llamaré siempre que pueda, si porcualquier motivo no pudiera hacerlo, no dudes de mi amor. Quiero que teconvenzas de que estoy loco por ti.-¿En serio?-En serio. Tengo debilidad por las empollonas con gafas. Sobre todocuando están en bikini -dijo levantándola por la cintura y sentándolasobre sus piernas. Después subió las manos por la espalda y tiró del lazoque sujetaba el bikini. Susana le rodeó el cuello con las manos y acercó lacabeza de Fran hasta su pecho desnudo.A las dos de la madrugada, Susana bajó del coche de Fran en la esquinade su casa, después de besarlo largamente por última vez. Él regresaría aSevilla para dormir unas horas y después saldría al día siguiente endirección a Laredo. Susana sabía que deberían haberse despedido antes,que hacía rato que ella tendría que haber estado en su casa, pero no habíasido capaz de decirle adiós por otro largo mes sin darle otro beso, sinhacer el amor una vez más.Antes de girar la esquina se volvió hacia él y agitó la mano con un levegesto de despedida y después entró en su casa, consciente de que hasta queno lo hiciera, Fran no pondría el coche en marcha.Abrió la puerta con sigilo esperando librarse de la bronca, al menospor esa noche y avanzó sin hacer ruido hasta la habitación que compartíacon Merche. Esta estaba acostada y despierta.-Al fin apareces...-Lo siento.-¿Tienes idea de la hora qué es?-No exactamente, pero muy tarde. La última vez que miré el relojpasaban de las once.-Son más de las dos. Y no puedes imaginarte cómo está mamá. Yasabes que cuando papá está en el mar se pone muy nerviosa si no estamostemprano en casa. Y no puedes recogerte a las diez de la noche durantetodo el verano y de buenas a primeras salir a media mañana y regresar demadrugada.-Ya lo sé. Y lamento que hayas tenido que aguantar tú todo el rollo,pero es que después de este mes tan horrible nos ha costado tantosepararnos... Volveremos a estar otro mes sin vernos. Fran venía tancariñoso, tan...Merche soltó una carajada.-O sea, que lleváis todo el día follando.-Más o menos...-Más bien más que menos, diría yo. ¿Te has visto el cuello? Vas atener que usar bufanda unos cuantos días.-No me extraña. Es que es un auténtico Drácula... le chifla mi cuello.-Bueno, pues ve pensando en una buena excusa para mañana. A lasonce fingí una llamada tuya y le dije a mamá que habías avisado de quecenarías fuera. Si no, no se hubiera acostado, y supongo que lo último quedesearías al llegar era una bronca o un sermón.Susana se acercó a Merche y le dio un beso.-¿Qué haría yo sin ti?-No seas pelota. Ya te tocará a ti cubrirme las espaldas.-Cuenta con ello.

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