Capítulo 22

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Sevilla. Noviembre, 1999

El curso empezó de forma intensa, sin casi darles tiempo paraacostumbrarse al ritmo frenético de clases y trabajo. Inma, Susana y Franhabían pasado a tercero sin asignaturas de cursos anteriores y habíanpodido matricularse en el turno de mañana. Todos los demás teníantambién clases por las tardes algunos días.Susana había formado un grupo de estudio y se adueñaban del aula decultura, en la que Carlos participaba activamente tres tardes a la semana, ytodos se iban incorporando a ella a medida que salían de sus respectivasclases. Se marchaban cuando ya estaba a punto de cerrar la facultad, a lasnueve de la noche.A menudo, Fran acercaba a Inma de camino que llevaba a Susana a sucasa. Los dos días restantes, Susana y Fran los reservaban para ellos. Aveces salían a dar una vuelta -Fran se dedicó a enseñarle rincones deSevilla que ella no conocía- y otras se iban a casa de ella a estudiar,según estuvieran de trabajo y dependiendo también de si Merche trabajabade tarde o de mañana. La mayoría de esas tardes empezaban estudiando yacababan en la cama. Los fines de semana, Susana salía con la pandilla losviernes por la noche y casi siempre, salvo que hubiera alguna cosaespecial como un cumpleaños o una fiesta, se iba a Ayamonte el sábado amediodía y no regresaba hasta el domingo en el autobús de la tarde, o siMerche e Isaac la acompañaban, en el coche de este después de cenar. Y enesas ocasiones, ella y Fran no se veían hasta el lunes en clase.Los miércoles habían reanudado los almuerzos de «chicas solas»,aunque debido a las circunstancias de la mayoría y los horarios de aquelaño, habían tenido que dejar la bolera para las tardes de los sábados ovísperas de fiestas.Cumpliendo su promesa, Raúl se había convertido en la sombra deInma. Siempre que salían estaba junto a ella buscando su compañía,charlando divertido y encantador, sin intentar ligar y cuidando de norozarla siquiera.En la facultad se veían menos, porque los horarios y las asignaturasoptativas que había escogido él le separaban un poco del resto decompañeros. Aun así, había algunas clases en las que coincidían y tambiénse unía al grupo de estudios del aula de cultura siempre que sus clases selo permitían. En el aula seguía sentándose con Fran y las chicas lo hacíantodas juntas una fila por delante de ellos.Durante un par de meses, él no había mirado a ninguna mujer, al menosdelante de Inma y parecía ser un Raúl completamente distinto del quetodos conocían.Aquel día, de finales de noviembre, en su habitual comida de «chicassolas», Maika lo comento:-¿Cómo va lo tuyo con Raúl?-¿Qué mío con Raúl? No hay nada entre nosotros.-Porque no quieres.-Exacto.-¿Sigues pensando igual que el año pasado?-Por supuesto.-Pero él ha cambiado. Lleva desde el principio de curso a pico y palacontigo.-De hecho lleva así desde el curso pasado, desde la fiesta de sucumpleaños. Ya se cansará.-Pero este año es distinto, ha cambiado mucho.-No creo que haya cambiado, solo ha variado de táctica. Solo estáintentando conseguirme dando un rodeo.-No, Inma, tienes que reconocer que no es el mismo del año pasado.No se ha emborrachado ni una vez, ni hace el tonto, ni el chulito, ni elligón. Y no se le ha conocido ninguna tía en estos dos meses. Y no es quele falten propuestas, ya sabes que tiene a algunas de las chavalas de la clasedetrás de él como locas. Está esa que le pide fuego veinte veces al día, y laque se sienta a su lado, Alba, que no puede ponerse unos escotes másgrandes sin que se le vea el ombligo los días que él tiene clase connosotros. Y no le hace ni caso. Y muchas de las que se liaron con él al añopasado no paran de decirle: «A ver si quedamos», cada vez que noscruzamos con alguna. Y pasa de ellas. No lo negarás, tú también has tenidoque darte cuenta.-No lo niego. Aparentemente es así, pero yo no estoy segura de quecuando no estoy delante no se vaya con alguna. No paso con él lasveinticuatro horas del día.-También estudia. Está aprobando. Y a eso le tiene que dedicar tiempo.¡Si hasta se ha cortado su famoso flequillo!-Solo está jugando a ser el niño bueno para llevarme al huerto. Perono lo va a conseguir.-Tía, qué dura eres. Si te gusta a rabiar, y ahora más que antes. No loniegues.-No lo niego, pero no me va a conseguir. No me engaña con esostrucos tan viejos.-¿No te dan ganas de comerle los morritos cuando te mira con esacara adorable de niño malo? No pierde ocasión de hacerte un cumplido, nide darte un mimito... y tú nunca le correspondes. Siempre tan fría y tandistante. En vez de ser amigos con derecho a roce, vosotros sois parejacon derecho a nada.-No somos pareja. Vamos camino de ser amigos, nada más.-Claro que sois pareja. Siempre os sentáis juntos en las cenas, en losbotellones, en el aula de cultura siempre está reservada para él la silla quehay junto a ti.-Sois vosotros los que la dejáis, por mí puede sentarse allí cualquiera.-Eso no es verdad, si un día él no se sentara allí o la ocupara otro, temolestaría.Inma tuvo que reconocer que Lucía tenía razón. Le encantaba la actitudsolícita de Raúl durante los últimos dos meses. Y sabía que si él dejara decomportarse así, lo echaría de menos. Que a pesar de que ni ante ellamisma lo quería reconocer, estaba ganándose su confianza. Pero jamás loadmitiría ante nadie.-No quiero seguir hablando del tema. Raúl no ha cambiado ni va acambiar por muchas atenciones que me dedique y muy formal queaparente ser de un tiempo a esta parte. De hecho estoy segura de que si unsábado yo no saliera, se las apañaría para irse con alguna otra,discretamente, claro, y sin que yo pueda enterarme.-¿Por qué no lo pones a prueba? Yo estoy dispuesta a apostar por él -dijo Maika.-Y yo también -añadió Susana.-Y yo.-De acuerdo. El viernes no saldré. Y ya veréis cómo se larga conalguna excusa y se va a buscar rollo.-De acuerdo. Ya te contaremos.-La verdad, ¿eh?-Por supuesto. Nos jugamos el almuerzo del próximo miércoles.Cuando el viernes siguiente, Raúl llegó a La Alameda, se encontró conque Inma no estaba allí.-¿Dónde está Inma?-No va a venir -dijo Maika-. Me ha llamado justo antes de salir paradecirme que tenía dolor de cabeza y que se va a quedar en casa tranquila.-¡Vaya! -murmuró decepcionado-. Podía habérmelo dicho tambiéna mí.-¿Para qué? ¿Acaso hubieras cambiado tus planes de saber que Inmano saldría esta noche? -preguntó Lucía temiendo que su amiga tuvierarazón.-Es posible. Al menos me hubiera acercado a verla antes de venir parasaber cómo estaba. Sus compañeras de piso salen los viernes por la nochey se queda sola.-Todavía estás a tiempo -dijo Carlos-, vive muy cerca de aquí.-Sé dónde vive. Y quizás lo haga. Sí, creo que me pasaré un momento.-¿Vas a ir a verla? -preguntó Fran-. A lo mejor está tan mal que seha acostado. Inma no es de las que se quejan por gusto, ni dejan de salirpor un malestar pasajero.-Precisamente por eso me preocupa -dijo ya totalmente convencido-. Llamaré solamente una vez, y si no contesta, me marcharé.-¿Y volverás aquí? -preguntó Lucía.-Sí, claro, ¿a dónde iba a ir?-No sé.Raúl ignoró el comentario y se despidió.-Bueno, chicos, me marcho. Hasta luego.Inma había terminado de cenar y había puesto una película en el DVD,cuando le llegó un mensaje de Maika: «Acaba de marcharse. Dice que va averte».Por un momento se quedó pensativa mirando el móvil. ¿Sería verdad?¿O acaso se trataría de una excusa para irse y hacer planes por su cuenta?De pronto se arrepintió de aquella apuesta. Prefería las dudas a la certeza,y si Raúl no aparecía pronto en su casa, ella estaría segura de sussospechas. Incapaz de concentrarse en la película que estaba empezando,se levantó inquieta y se dirigió a la ventana de la cocina, desde la que seveía la calle y el portal. El corazón le golpeaba fuerte en el pecho y lasmanos se le crisparon en una tensa espera. Sin embargo, no habían pasadodiez minutos cuando vio la figura de Raúl aparecer dentro de su campo devisión, con la cazadora abrochada hasta el cuello y las manos en losbolsillos, andando apresuradamente y dirigiéndose hacia su cancela. Einmediatamente sonó el timbre. Alargó la mano hasta el teléfono delportero electrónico y contestó:-¿Sí?-¿Inma? Soy Raúl.Ella apretó con fuerza el botón y escuchó el sonido del mecanismo queabría la cancela. Abrió también la puerta de su piso y miró el oscurohueco de la escalera hasta que vio la cabeza de Raúl aparecer ante ella.-¿Qué haces aquí? -preguntó.-Maika me dijo que te encontrabas mal. Que volvías a tener uno de tusdolores de cabeza.-Sí, así es.-Sé que tus compañeras salen los viernes y he querido asegurarme deque estabas bien.-Estoy un poco mejor. Me tomé una pastilla y estaba sentadatranquilamente viendo una película.Él se encogió de hombros, dubitativo.-Bien, entonces no te molesto. Ya he comprobado que estás bien -dijo mirándola con ojos brillantes pero sin moverse.-¿No quieres pasar? -se sorprendió Inma preguntándole.-Sí que quiero, pero seguramente tú no tendrás ganas de visita. Noquiero molestarte.Ella se hizo a un lado franqueándole la entrada.-Anda, entra. No molestas. Es muy agradable que se acuerden de unacuando está enferma. Claro que si prefieres marcharte y continuar lamarcha... Yo lo único que puedo ofrecerte es una película y un brasero.-Es perfecto.Inma le precedió al salón donde había dejado la película funcionandosola. Raúl se sentó en el sofá y ella, antes de acomodarse a su lado, lepreguntó:-¿Te apetece tomar alguna infusión? Yo iba a prepararme una despuésde la cena.-Bueno... pero no hace falta que te molestes por mí.-No es molestia. A mí también me apetece. ¿De qué la prefieres?-Da igual. Ya sabes que no entiendo mucho de hierbas. Todas me sabenigual.Inma sonrió y entró en la cocina para poner agua a hervir.Llevaba puesto un pijama cómodo y abrigado y el mensaje de Maika lehabía cogido tan de sorpresa que no había caído en cambiarse de ropaantes de que Raúl llegara. Ahora, ya no tenía sentido.Regresó al salón llevando en una bandeja la tetera y dos tazas.-Te he puesto miel, como la otra vez -dijo soltando su carga sobre lamesa camilla y sentándose a su lado.-Vale.Inma paró la película y apagó el televisor.-Gracias por venir -susurró.-De nada. Si me hubieras llamado a mí en vez de a Maika hubieravenido directamente desde casa.-No quería estropearte los planes, ni que te sintieras obligado a venir.-No tengo ningún plan, y es estupendo estar aquí calentito. Hace unfrío de mil demonios esta noche.-El frío se quita con un par de cubatas.-O con una infusión -dijo Raúl calentándose las manos con la taza-.Te confieso que hoy me apetecía algo así.-¿De verdad? No quiero que te sientas obligado a estar aquíhaciéndome compañía.-Estoy aquí por mi propia voluntad, ¿no? Nadie me ha pedido quevenga. Y estoy un poco cansado. Me he estado acostando tarde esta semanaestudiando el examen de Derecho Procesal. Me ha enganchado todo lorelacionado con los procesos y estuve buscando información en Internet.Me fascina la actuación de los jueces.-¿Te tira la judicatura?-Quizás.-Hay que estudiar mucho para eso.-Aún no sabes de lo que soy capaz.Inma torció el gesto y no dijo nada.-¿Y a qué venía todo esto? Ah, sí, te estaba diciendo que he dormidopocas horas esta semana, y además esta tarde Fran y yo hemos jugado unpartido de fútbol en el colegio donde hicimos el bachillerato. Antiguosalumnos contra los actuales, y como comprenderás teníamos que dejar elpabellón bien alto.-¿Y quién ha ganado?-¿Tienes que preguntarlo?-No, claro. Fran y tú juntos, a burros no os gana nadie.-Él y yo juntos somos invencibles. Pero eso sí, nos hemos dado unapaliza de muerte, amén de codazos, patadas y todo tipo de agresiones.Mira -dijo levantándose el pantalón y mostrándole la espinilla donde seestaba desarrollando un feo moretón del tamaño de una naranja.-¿Te has puesto algo?-Hielo y crema antiinflamatoria a toneladas. Aunque Fran va muchopeor. A él le han dado un balonazo en los huevos y le han dejado fuera decombate el último cuarto de hora del partido. Si Susana quiere marcha estanoche lo va a llevar claro. Yo diría que va a estar K.O. por lo menos dos otres días.-Lo dices muy seguro, como si supieras de lo que hablas.Él se encogió ligeramente de hombros.-Todos los tíos hemos pasado alguna vez por un golpe en lostestículos, por un motivo o por otro.-Por tu forma de decirlo intuyo que en tu caso no fue un balonazo.¿Un novio celoso quizás?-Una lesbiana ofendida.-Ah.-Estábamos bailando, y yo no sabía que no le iban los hombres. Alparecer se había enfadado con su chica y quiso cabrearla bailando con untío. Se pegó mucho, yo me animé un poco... ya sabes... y no debiógustarle lo que notó porque levantó la pierna y me dio tal rodillazo queme dejó fuera de combate durante varios días. Ni siquiera podía ponermevaqueros.Inma se rio con ganas.-Ya decía yo que debía de haber sido por hacer el gamberro.-El gamberro no, pero uno no es de piedra. Si una tía se te pega...bueno, es inevitable que el cuerpo reaccione, al menos para mí. Y teaseguro que fue ella, ¿eh? No yo.-Sí, ya, tú eres un santo.-No, pero esa vez no empecé yo, te lo aseguro. Y tú, ¿has tenido quedar muchos rodillazos? Supongo que sí, con esa cara y ese cuerpo...-Si te digo la verdad, ninguno. Los hombres siempre me han respetadocuando he dicho «no».-Sí, eso me lo creo. A veces tienes una mirada que le hiela la sangre auno.Inma sonrió ante la queja y preguntó socarrona:-¿Se te hiela la sangre a ti cuando te miro?-No precisamente... pero no hablemos de eso. Hoy he venido aquí deamigo solidario.-Dispuesto a morirte de aburrimiento.-Ya te he dicho que no, que lo último que hoy me apetece es pasarmehoras de pie en un botellón. Si no hubiera sido por ti, porque tenía ganasde verte, no hubiera salido esta noche.-A mí me ves todos los días.-Pero raramente puedo hablar contigo a solas. Solo cuando salimos yte acompaño a casa tengo esa oportunidad, y no estoy dispuesto adesaprovecharla por ningún motivo.-Pensaba que salías porque no te pierdes un botellón por nada delmundo. El año pasado viniste a uno con muletas.-Sí, cuando me torcí un tobillo, lo recuerdo.-¿Otro partido de antiguos alumnos?-No, salté los cuatro escalones de mi portal de golpe y caí mal. Estuvebastante jodido durante quince días.-Pero saliste.-Sí, pero eso fue el año pasado. Ahora sé apreciar una charla tranquilaen una mesa camilla.Inma sonrió clavando en él sus ojos azules.-Haces mal en ir por la judicatura. Sirves para abogado: tus palabrasconvencerían a cualquier jurado.-Pero no a ti.-Yo no he dicho eso. Creo que hoy estás siendo bastante sincero, quede verdad te apetece estar aquí. Quizás porque estás hecho polvo.Raúl se estiró en el sofá.-Estoy viejo.Inma sonrió.-Sí, estás hecho un abuelete de veintidós años. ¡Sí que estamos buenosesta noche los dos! Yo con un dolor de cabeza terrible y tú dolorido ymagullado.-Podemos mimarnos mutuamente.Inma se puso en guardia.-¿A qué tipo de mimos te refieres?-No saltes como si te hubiera picado una avispa. Estaba hablando deapoyo moral.-Ah, bueno, si es eso...-¿Qué creías? ¿Todavía no te fías de mí?-No del todo.-Pero al menos un poco sí, ¿verdad? Si no, no estaría aquí.-Un poco sí -admitió ella.Raúl volvió a beber un trago de su taza.-¿Sabes que me está gustando esto? Estar aquí los dos sentadostranquilamente tomando algo y solos... charlando... ¿Crees quepodríamos repetirlo alguna vez? ¿Sin necesidad de que tú estés mal o yocansado? Prometo portarme bien.-¿Por qué no? Supongo que podríamos.-Últimamente no tendrás queja de mí, ¿no?-No.-¿Me consideras ya algo más que un compañero de botellón?-¿Tú qué crees? Has dejado el botellón por mí.-Y te he privado de ver tu película.-No importa.-Ponla si quieres.-Es romanticona.-Da igual. Ponla.Inma cogió el mando y manipuló en él para poner la película desde elprincipio. Ambos se recostaron en el sofá uno al lado del otro. Ellasustituyó la luz del techo por una de pie que daba una luz indirecta yevitaba reflejos en la pantalla y se dispuso a disfrutar de la película y de lacompañía. Por un momento temió que Raúl interpretara mal su gesto dereducir la luz, pero él se limitó a clavar la vista en la pantalla con la tazaen la mano, dando pequeños sorbos a su contenido. Después, cuando lohubo terminado, la colocó cuidadosamente sobre la mesa y volvió aecharse en el sofá sin decir palabra.Durante un rato permanecieron así, en silencio, con la vista fija en lasimágenes que el televisor proyectaba ante ellos, muy cerca, pero sin llegara rozarse.Inma estaba más pendiente del cuerpo de Raúl junto a ella que de lapelícula, de la respiración ligeramente agitada de él al principio, y que sefue haciendo más suave y relajada a medida que iba pasando el tiempo.Después, un ligero movimiento a su lado la sobresaltó y le hizo volver lacabeza.Raúl se había dejado caer sobre los almohadones que había junto albrazo del sofá, y se mantenía allí en una posición extraña. Sonrió al darsecuenta de que se había dormido y su cuerpo se había deslizado delrespaldo. Le cogió la cabeza con cuidado y se la acomodó sobre uno delos cojines colocándolo en una posición más cómoda.Aunque la infusión que le había preparado era suave y ligeramenterelajante, realmente debía de estar muy cansado para quedarse dormidosentado en un sofá. Raúl era el tío con más marcha que ella conocía.Cuando salían, por muy pocas horas que hubiera dormido el día anterior,siempre protestaba cuando los demás decían de irse a casa.No pudo evitar olvidarse de la película y mirarle dormido. La luz de lalámpara proyectaba una sombra sobre su cara y le resaltaba las pestañasoscuras y la línea de las cejas, curvada ligeramente hacia arriba. La bocade líneas suaves aparecía ligeramente entreabierta, como dibujando unasonrisa. Tenía cara de angelito, de no haber roto nunca un plato.Sintió unos deseos enormes de alargar la mano y tocarlo; rozarle elpelo, acariciar la mejilla y sobre todo rozar la boca entreabierta con lasuya. ¡Joder! ¿Por qué era tan atractivo? ¿Por qué no podía resultarleindiferente? Todo sería mucho más fácil si a ella no le gustara. Habíaocasiones, y aquella noche era una de ellas, en que deseaba sucumbir a suencanto, dejarse arrastrar por su muda admiración y su cortejo solapado,y arrojarse en sus brazos, pasara lo que pasara después. Pero no debíaengañarse. Aunque tendido a medias en el sofá parecía un niño agotado yvulnerable, no lo era. Era un hombre que usaba a las mujeres y las tirabadespués como si fueran objetos inservibles. Era un cabrón. Pero a pesar desaberlo, a ella le gustaba más de lo que le había gustado nadie jamás. Másde lo que quería confesar.Alargó la mano y le quitó un mechón de pelo del flequillo, que ahorallevaba peinado hacia atrás y que se le había deslizado sobre la frente. Elflequillo que había sacrificado porque ella se burló de él el veranoanterior. O al menos eso quería pensar.Raúl no hizo ningún movimiento, ni demostró haber sentido el roce desu mano. Animada, alargó el dedo índice y lo deslizó despacio por sucara, por la línea de la mandíbula, la barbilla cuadrada, y rozó suavementelos labios, sintiendo que todo su cuerpo se encendía con el leve contacto.Retiró la mano como si le quemara. No debía continuar. Si él se dabacuenta de que lo estaba acariciando, ya no habría vuelta atrás para ningunode los dos.Trató de concentrar la mirada de nuevo en la pantalla, pero le resultabaimposible. El leve ronquido que brotaba de su boca entreabierta captabamás su atención que las conversaciones de la pantalla. Volvió a mirarle denuevo, esta vez cuidando de mantener las manos firmemente agarradassobre el regazo. ¿Sería posible que las chicas tuvieran razón? ¿Que ella legustara tanto que estuviera dispuesto a olvidar el chico ligón y superficialque había sido y madurar? El hecho de que estuviera allí dormido en susofá, en vez de en La Alameda con los amigos, ya indicaba un cambio.Cuando aceptó la apuesta de Maika para ponerle a prueba ni se le pasó porla cabeza que se presentaría en su casa en vez de quedarse en el botellón,en el caso de que no se fuera a buscar a alguna amiga con la queenrollarse, y que pillaría una de sus habituales borracheras. Pero jamáspensó que cambiaría los cubatas por una infusión en su casa sentado en elbrasero.Esos pensamientos la inquietaron profundamente. «Ten cuidado, Inma»,se dijo. «Estás bajando la guardia, y no debes hacerlo. No dejes que secuele en tu corazón. Es el mismo capullo de siempre, solo que con el pelocorto». Pero no lo era. El antiguo Raúl nunca se hubiera dormido sin más,sin siquiera intentar aprovechar la oportunidad del sofá y de la poca luz dela habitación.La película había terminado. Inma, incapaz de despertarle para que semarchase, puso otra y se esforzó en seguirla. Cuando también esta acabó,Raúl seguía en la misma posición y decidió dejarle dormir. Se levantó consigilo, le quitó los zapatos, y levantándole las piernas con cuidado, lotendió en el sofá. Él apenas se movió para acomodar la postura y continuódurmiendo.Fue hasta su habitación y quitando el grueso edredón de su cama, locubrió con él.-Duerme. Sería un crimen hacerte ir a estas horas y medio dormido,andando hasta Los Remedios.Se echó una manta más ligera sobre la que aún quedaba en su cama y seacostó a su vez, atenta a cada ruido procedente del salón que le indicaraque se había despertado.Una luz cegadora sobre sus ojos y un grito ahogado despertaron a Raúlde un sueño profundo. Una chica alta y morena le miraba fijamentemientras se quitaba un grueso chaquetón acolchado.-¿Quién coño eres tú? -le preguntó.Luchó por sacudirse el sueño y se incorporó. Solo entonces se diocuenta de que estaba en el salón de Inma, tendido en el sofá. Levantó lasmanos.-Tranquila... Soy amigo de Inma.Al escuchar las voces, esta salió precipitadamente de su habitación.-Es cierto, Carmen, es amigo mío. No he salido esta noche porque medolía la cabeza y ha venido a verme. Se quedó frito mientras veíamos unapelícula y decidí dejarle dormir en el sofá.-No, si a mí no me importa... Pero me ha pegado un susto de muerte.Menos mal que me ha dado por encender la luz antes de sentarme aquitarme las botas. Yo soy Carmen -dijo tendiéndole la mano.-Raúl -dijo él medio dormido aún-. ¿Qué hora es?-Las siete y media.-¡Uf! Hora de que me vaya.-No tienes que irte -dijo la chica-. Sigue durmiendo. Y si estásincómodo en el sofá, mi habitación tiene dos camas. Te presto unaencantada -dijo echándole una significativa mirada.Inma sintió que se le encogía el estómago ante la descarada proposiciónde su compañera.-No, muchas gracias. Ya he dormido lo suficiente. Debo irme a casa.No he avisado de que dormiría fuera, y últimamente regreso temprano.-Te prepararé un café -dijo Inma-. Estás zombi, para irte andandohasta tu casa.-No te preocupes. Ya funcionan los autobuses y las cafeterías también-dijo apartando el edredón y levantándose del sofá-. Me tomaré un caféen uno de los bares de la esquina de Torneo y cogeré allí el 6, que me dejaenfrente de mi casa. Vuelve a la cama.Estiró las piernas doloridas y entumecidas. Alargó la mano y le acaricióla barbilla, en un gesto íntimo y tierno.-Gracias por prestarme el sofá. Realmente estaba agotado.-De nada.Cogió la cazadora y poniéndosela y abrochándola hasta el cuello, sedirigió a la puerta. Inma le acompañó.-Buenas noches, o buenos días, o lo que sea -dijo-Adiós -respondió ella viéndole bajar las escaleras. Y cerrando lapuerta a continuación.

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