Capítulo 26

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Sevilla. Febrero, 2000

En el descanso de media mañana, las chicas se reunieron como ya erahabitual en torno a la máquina de café. Lucía, nada más llegar Inma, ledijo:-Hoy invita Maika, que tiene algo que celebrar.-¿Es tu cumpleaños?-Mejor que eso. Espera a que venga Susana y lo cuento.-¿Susana? Esa pasa hoy del café. ¿No sabes que es San Valentín? La hevisto haciéndose arrumacos con Fran en el banco que hay justo al lado dela escalera. Por lo visto la ha invitado a cenar esta noche. Ya sabes, algoromántico con velitas y polvo al final.-Ese chico va por buen camino.-¡No como otros...! -añadió Inma.-¿Lo dices por Raúl?-Por supuesto que no. A ese no se le ocurre una idea romántica niloco. Ya sabes que para él todo eso son mariconadas. Él se apunta al polvodel final y punto. Lo decía por Javi.-Ah, Javi. Pues ve por Susana y te contamos, que esto tiene que ver conél.-¿En serio? Ahora mismo vuelvo.Se separó de la máquina del café y se dirigió hacia la escalera. En elbanco que había junto a ella, Susana y Fran, cogidos de la mano, charlabanen actitud íntima, ajenos a la gente que pasaba a su alrededor.-¡Joder, tengo que tener cuidado para no carme!Los dos chicos levantaron la cabeza y se enfrentaron a ella.-¿Por qué vas a caerte? -le preguntó Fran.-¡Con la miel que os chorrea por todos los poros, coño!-Ah, eso... Es que es la primera vez que celebro el día de San Valentín.-Ya, y esta noche vais de cenita y etc., etc.-En efecto.-Pues deja algo para entonces y ven conmigo, Susana, que haycotilleos frescos.-¿En serio? -preguntó Fran riéndose.-Sí, Maika tiene algo que contar.-¿Maika?Él y Susana intercambiaron una mirada cómplice, y ella se levantó.-Bien, ahora vuelvo.-Sí, no te vayas muy lejos, que enseguida te la devolvemos.-No pasa nada. Mientras no me la acaparéis esta noche... Yo voy abuscar a Raúl.-Tranquilo -dijo Susana dándole un beso en el pelo-. Esta nochenada ni nadie podrá evitar que cenemos juntos.Dejaron a Fran y se dirigieron hacia la máquina de café, y cuandollegaron, Lucía, excitada, dijo:-Venga, Maika, díselo ya.-¿Qué pasa?-Esta mañana cuando hemos salido, Maika ha abierto el buzón comocada día y había una tarjeta de San Valentín de Javi, pintada a mano y todo.-¿En serio?-Sí, el chico es un artista, y la ha invitado a salir esta tarde.-¿También cenita romántica?-De momento merienda -dijo la interesada.-¡Uf, cómo está el personal!El móvil de Inma vibró dentro de su bolso.-Perdona, tengo un mensaje. No cuentes nada más hasta que lo vea.-¿Otro que se ha vuelto romántico?-No creo. Sería pedir peras al olmo.Inma miró el número.-Qué raro, es de mi compañera de piso. Sabe que estoy en clase, y diceque la llame en cuanto pueda.-Bueno, llámala y ahora seguimos hablando.Inma se apartó un poco del bullicio de la máquina de café y marcó elnúmero.-Dime, Carmen, ¿qué pasa?Al otro lado del teléfono la chica le preguntó:-¿Te he pillado en clase?-No, estaba en el descanso, ¿por qué? ¿Ha ocurrido algo?-Perdona si te he preocupado, pero no me he podido contener, nopodía esperar a que llegaras a casa para decírtelo.-¿Decirme qué?-Pues que alguien te ha mandado un ramo de flores enorme.-¡¿Qué?!-Lo que oyes. Hay rosas, gladiolos, orquídeas y yo que sé cuantasmás... Es tan grande que no cabía en el jarrón que tenemos en casa y hetenido que bajar a comprar otro.-Espera a ver si he entendido bien... ¿Estás diciéndome que ha llegadoun ramo de flores para mí?-Sí.-¿Seguro que es para mí? ¿No será para María? Ella tiene novio.-Pues tú tienes un admirador y se ha gastado una pasta.-¿Trae tarjeta?-Sí, pero está cerrada. ¿Quieres que la abra?-No, mejor que no. Ya lo haré yo cuando llegue.-Oye, ¿tienes idea de quién puede haberlas mandado?-Sí, tengo una idea.-¿Quizás el chico del sofá?-Es posible.-Joder, y yo tirándole los tejos... Lo siento.-No pasa nada. Gracias por llamar, iré en cuanto pueda.Apagó el móvil y se quedó pensativa con el pequeño aparato en la manoy regresó junto a sus amigas.-¿Qué pasa, Inma? ¿Algún problema?-No, solo algo insólito. Creo que Raúl me ha mandado un ramo deflores.-¿Raúl? ¿Estás segura?Inma se encogió de hombros.-No, segura no, porque la tarjeta está cerrada. Mi compañera no haquerido abrirla, pero si no es él no tengo ni idea de quién puede ser.-No te hagas demasiadas ilusiones, él siempre ha pensado que esascosas son mariconadas.-No me hago ilusiones, pero no hay nadie más que pueda tener interésen mandarme flores a mí.-Eres muy guapa, cualquiera puede haberte mandado flores en SanValentín.-Sí, pero ella prefiere que sea Raúl, ¿verdad? -dijo Susana.-No, claro que no. Y si en realidad fuera cosa suya, sé muy bien elmotivo.-Pues claro, y todas.-Si cree que me va a comprar con unas cuantas flores va apañado.-Deja de decir tonterías con la boca chica, que te brillan los ojos deuna forma...Inma se puso seria.-Los ojos podrán brillar todo lo que quieran.-Pero tú no te vas a dejar ablandar, ¿no es verdad?-En efecto.-Eres de hielo o de granito, ya lo sabemos. Bueno, allá tú.Susana le agarró el brazo con suavidad.-Creo que te estás equivocando esta vez. Raúl no te ha mandado unramo de flores para engatusarte. Vino a preguntarme si yo sabía qué tipode flores te gustaban.-¿Tú lo sabías?-Sí. Y también sé de algo más que hay en las flores. Quizás eso teablande un poco más.-Lo dudo.-No, no se dejará ablandar ni aunque le mande su corazón hechotrocitos dentro de una caja.Inma soltó una risa forzada.-Raúl no tiene corazón. Seguramente sería el de un cervatillo, comoen el cuento.-Si hubieras dicho eso hace unos meses hubiera sonado convincente,ahora, ni tú misma te lo crees. Podrás decir lo que quieras, incluso pensarlo que quieras, pero en el fondo de tu corazón sabes que está colado por ti.Y no escatima medios para hacértelo saber.-Se acostó con Alba. Es la mejor forma de hacérmelo saber.-Eso fue hace tres meses y te consta que porque estaba borracho.-¿Y debo perdonarle y pasarme la vida cruzando los dedos para queno se emborrache y se acueste con la primera que se le cruce por delante?No, gracias. Y dejemos este tema, es hora de volver a clase. Con un pocode suerte ni siquiera son suyas las flores.-Sí lo son -dijo Susana.-Bueno, pues ya le llamaré más tarde para darle las gracias. Demomento, no sé nada.Tiraron los vasos de plástico del café en la papelera y entraron en elaula.No quería reconocerlo, pero apenas pudo concentrarse en las clases ycorrió todo lo que pudo para llegar a su casa lo antes posible. Cuandoabrió la puerta un fuerte olor a rosas lo invadía todo. Su compañera leseñaló la mesa del comedor, donde un enorme ramo en el quepredominaban las rosas rojas ocupaba la mayor parte de la mesa.Se obligó a avanzar despacio hacia él y fingiendo indiferencia cogió latarjeta aunque ella sabía muy bien que le temblaban las manos. Era unacartulina grande y cuadrada, no una simple tarjeta de visita.Abrió el sobre con cuidado de no romperla, y leyó en una caligrafíapequeña y apretada:«De lo poco de vida que me resta,diera con gusto los mejores añospor saber lo que a otrosde mí has hablado.Y de esta vida mortal... y de la eternalo que me toque, si me toca algo,por saber lo que a solasde mí has pensado.»«No es mía, que conste. Me hubiera gustado escribirte yo algo, pero losiento, no soy poeta. Y he preferido copiar a alguien que lo hace mejorque yo. De todos modos, hago mías sus palabras. Raúl.»Inma permaneció un rato con la tarjeta en la mano y mirando las flores.¿Y ahora qué debía hacer? Seguramente él esperaría que le llamase, perono sabía si quería hacerlo. Y tampoco qué podría decirle. ¿Darle lasgracias por las flores? ¿Quizás invitarle a cenar o a tomar algo? Esosignificaría darle a entender que las flores habían conseguido su propósitoy que le habían hecho olvidar su conducta. Quizás él se creyera perdonadoy aceptado. No quería eso, pero tampoco podía ignorar el gesto. Decidióllamarle por teléfono y darle las gracias de la forma más fría que pudiera.Cogió el móvil y marcó el número de Raúl. Él pareció estar esperando lallamada porque contestó enseguida.-Diga.-Soy Inma. Gracias por las flores -dijo escueta y tratando de dar asus palabras un tono lo más frío posible.-De nada. ¿Te han gustado?-Son muy bonitas.-Ya sé que son bonitas, pero lo que te estoy preguntando es si a ti tehan gustado.-A todas las mujeres le gustan las flores.-Sigues sin contestar a mi pregunta.Ella admitió al fin.-Me han gustado.-¿Y la tarjeta?-¿Te refieres a la poesía? Es de Bécquer.-Sí, lo sé. Intenté escribirte algo yo mismo, pero tuve que desistir. Mepasé un par de tardes en las bibliotecas tratando de encontrar algo quepudiera aplicarte a ti, pero eres bastante difícil de definir. Al final medecidí por esa porque refleja algo que yo siento.Ella rio relajándose a través del hilo. Por fin empezaba a sentirsecómoda con la conversación.-Si quieres saber lo que hablo de ti a los demás, puedes preguntárselo,no es ningún secreto. Y lo que pienso de ti tampoco, te lo he dicho a timismo muchas veces.-No me refería a lo que me dices a mí, sino a lo que piensas en lo máshondo de tus pensamientos, esos que ni siquiera te confiesas a ti misma.-Yo soy una mujer consecuente conmigo misma y con mispensamientos.-¿Estás segura?-Por supuesto.Se hizo un breve silencio. Inma no sabía qué más decir. Le parecía fataldespedirse sin más y Raúl no parecía tener intención de continuar lacharla. Al fin suspiró y dijo:-Bueno, supongo que ahora lo que pega es que yo te invite a algo. Siquieres podemos quedar para tomar una copa o un café.-No.Inma se sorprendió ante lo rotuno de la respuesta.-¿No quieres venir a tomar un café? Bueno, un cubata si lo prefieres.Te lo has ganado.-No quiero que me invites a tomar nada.-No lo entiendo. ¿Por qué?-Porque no te he mandado las flores para ablandar tu corazoncito nipara forzarte a salir conmigo.-¿Para qué entonces?-Simplemente para que sepas que a pesar de tu dureza y de tu frialdadhay en el mundo alguien que está enamorado de ti.-¿Enamorado? Vamos, Raúl...-Enamorado, sí, aunque no te lo creas.Se hizo un breve silencio. Después Raúl habló.-Me alegro de que te hayan gustado las flores. Hasta mañana, Inma.-Hasta mañana, Raúl. Te debo una copa.-No me debes nada. Adiós.Fran llamó a la puerta de Susana a las nueve en punto. Ella ya llevaba unrato arreglada. Se había puesto la ropa que se compró para el cumpleañosde Raúl, esperando que a él le trajera recuerdos de su primer beso.También se había peinado igual que aquella noche.Fran vestía un pantalón negro y un jersey verde oscuro, que hacíaresaltar sus ojos pardos. Estaba tan guapo que Susana sintió que podíasaltarse de la cena y pasar directamente al «después». Pero Fran no iba apermitírselo, era un romántico empedernido.Se puso el abrigo y tras despedirse de Merche, salieron.-Esta noche no te pediré perdón cuando te bese.-Te mataré si lo haces.Subieron al coche.-¿Dónde vamos?-A mi casa.-¿A tu casa? Por Dios, Fran ¿estás loco? No les habrás dicho nada delo nuestro a tus padres...-No, no les he dicho nada. Mis padres están de viaje, no regresan hastadentro de tres días. La verdad es que he estado devanándome los sesosdecidiendo dónde llevarte, pero con esto de San Valentín todos los sitiosespeciales están llenos. Y tampoco me apetece demasiado compartirte conun montón de gente esta noche, te quiero toda para mí. De modo que hablécon Manoli y ella me ha ayudado a organizarlo todo. La cena la hepreparado yo, con su ayuda, claro.-¿En serio? ¿Has cocinado para mí?Fran extendió una mano mostrando una leve quemadura en la yema deuno de los dedos.-¿Es suficiente prueba?-Sí... bueno, al igual que hice con la cicatriz, tendré que besar tuquemadura.-Vete preparando, porque vas a tener que besar mucho más que miquemadura esta noche.-Me sacrificaré.Llegaron a la casa. Fran encendió las luces y la condujo directamente asu habitación. En el centro de la misma había una mesa cubierta con unmantel rojo y servilletas artísticamente dobladas en forma de flor sobrelos platos de porcelana blancos. En el centro de la misma, un florero largoy estrecho de cristal con una única rosa roja. Varias velas repartidasestratégicamente por la habitación dieron a esta un aire romántico cuandoFran las encendió, apagando la luz central.Retiró una de las sillas, invitándola a sentarse.-Señora...Abrió una botella de vino y la sirvió en las copas. Alzó una de ellas.-Por el primero de muchos San Valentín juntos.Susana sintió un nudo en la garganta y deseó que fuera así, mientrasbebía.Fran sirvió la cena, una sucesión de los platos preferidos de ella, y depostre un pudin de manzana exquisito. Se había pasado toda la tarde en lacocina, pero había merecido la pena.Después puso música y agarrándola de la mano la sacó a bailar. Susanarecostó la cabeza en su hombro y se dejó llevar, mientras empezaba abesarle el cuello. El olor a Hugo Boss se hizo más penetrante, y ella supoque ese olor iría ligado a los buenos recuerdos y a los momentosespeciales durante el resto de su vida.Al fin, Fran bajó la cabeza y empezó a besarla. Ella hundió las manos enel pelo de él y respondió con toda su alma. En pocos minutos estabandesnudos, bailando cuerpo a cuerpo.Después de varias canciones, Fran puso en el equipo de música la bandasonora de Memorias de África y la llevó hasta a cama. La tendió en ella yregresó a la mesa para coger la rosa.-Tu regalo de cumpleaños. Iba a comprarte un ramo enorme, peroconociéndote pensé que te gustaría más una sola rosa... roja... perfecta.Susana le sonrió desde la cama.-Me conoces bien.La cogió y la olió, y se la volvió a entregar.-Vuelve a colocarla en el jarrón para que no se estropee. Me la llevarémañana, y cuando se seque la colocaré entre las páginas de un libro.-No sé si aguantará... tengo planes para esta rosa.-¿Planes?-Ajá. Lo vi en una película y me encantó... es el momento prefecto deponerlo en práctica. Cierra los ojos.Se subió a la cama y se colocó de rodillas con las piernas a ambos ladosde las caderas de Susana y empezó a deslizar la flor sobre su cuerpodesnudo con delicadeza, apenas un suave roce. La cara, la garganta...rodeó los pechos con ella entreteniéndose largo rato en los pezones.Luego descendió hasta el ombligo y bajó por el vientre hasta detenerse enel sexo. Con la otra mano separó levemente los pliegues y rozó el clítorisuna y otra vez.-Fran... -susurró ella con voz entrecortada.-¿Sí?-No puedo más...-Yo tampoco.Colocó la rosa en la almohada, junto a su cabeza y la cubrió con sucuerpo. La penetró despacio, ignorando los ruegos para que fuese másdeprisa, tomándose su tiempo acercándola al orgasmo una y otra vez,hasta que al fin Susana tomó el mando y colocándole las manos sobre lasnalgas se movió frenética contra él para alcanzar la liberación quenecesitaba. Después, mirándole a los ojos le susurró:-El mejor regalo de San Valentín que podías hacerme. La rosa roja esmi flor favorita.-Tendrás una cada año, te lo prometo -dijo antes de volver a besarla

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