III- Segundo video

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Nunca imaginó que su vida terminaría siendo tan extraña, violenta y... Ortodoxa. Le entregó con un fastidio que era evidente en su rostro el blazer a la mujer de tez negra con uniforme y ella revisó los bolsillos.

—Los zapatos. —Los señaló.

Después de la penosa requisa, tomó su mochila —que no traía cosas muy distintas a las de ayer— y se dirigió al aula que tenía indicada.

No había podido dormir la noche anterior. No sólo porque estuviera desconcertado con una Clover desaparecida; ciertamente esperaba a que sólo hubiera sido una falsa alarma, pensaba en la posibilidad de ese loco de los videos empezando a investigarle, después de todo, era el chico nuevo, carne fresca para su enferma masacre. Se recordaba mantenerse tranquilo, la paranoia era lo que había terminado por exponerlo en el pasado.

—Hora libre —la voz del maestro que se encontraba sentado en el escritorio del aula con un par de mapas esparcidos sobre el escritorio le despertó de su trance.

—¿Cómo?

—Que es hora libre. Los maestros están en junta por lo de ayer.

—Se supone que usted es el profesor —recalcó lo obvio—. ¿No debería estar en la comisión?

El hombre se quitó las gafas y dejó los mapas con brusquedad sobre el escritorio.

—¿No te gusta la hora libre, muchacho?

—Al parecer no tanto como a usted. —Enarcó las cejas.

Después que el calvo le explicó de mala gana que no estaba en la comisión debido a que no era de relevancia en la reunión, el joven caminó sin un rumbo en particular y se detuvo al ver distintas fotos de la escuela enmarcadas sobre el corredor. Miró la promoción de los sesenta y notó las caras inexpresivas de los estudiantes vestidos con blazers, pantalones o faldas grises. Las monjas alrededor de ellos con las manos juntas por delante de ellas. Un ligero escalofrío le recorrió.

Cuando era más pequeño le asustaban un poco. Su padre les contaba a él y a Annette historias sobre monjas que ahogaban a los niños de las chicas que quedaban embarazadas en las escuelas católicas, e incluso, ahogaban a las propias chicas para evitar la vergüenza pública.

A su padre siempre le habían gustado las historias de ese tipo, según él, todo eso le inspira para pintar. Por lo general recreaba bocetos con ojos escalofriantes.

—¡Valentín! —escuchó la voz de Mihaela llamarlo apenas entró en la cafetería.

—Hola. —Tomó asiento junto a ellas, notando que Jade se mordía las uñas con nerviosismo.

Incluso el cabello de Mihaela, que le había parecido que era de un liso con mucho volumen, estaba enmarañado en una coleta alta de pelo rubio.

—Vasile, él es Valentín. Valentín, Vasile. —Señaló a un chico de pecas.

—¿Te llamaron también? —le pregunto Jade a Lassere.

—Ayer por la noche —contestó, sentándose junto a ellos.

—Entonces es cierto —musitó Vasile—. Ella está...

—Ella solo está desaparecida —lo interrumpió Mihaela—. No sabemos si se relaciona con lo de ayer.

—Vamos, no me sorprendería que saliera un video de ella con un balazo en la sien mientras estamos en clase de historia.

Mihaela lo golpeó en el hombro.

—Cállate, Vasile. Es más probable que tú termines en uno de esos videos que ella... ¿Y tú? —La rubia miró a una Jade, extrañamente callada—. Se supone que Clover estaba en tu casa. ¿No llegó?

—Yo... no estaba en casa.

—¿Cómo que no estabas en tu casa? —inquirió Mihaela—. ¡Ella iba a tu casa! —enfatizó la palabra «tu», señalándole con el dedo índice.

—Me dijo que no llegaría a casa, pero que si llamaban sus padres les dijera que sí estaba —murmuró, y todos escucharon cómo se le quebraba la voz al decir la última palabra.

—¿Te falta un tornillo en esa cabeza? —soltó Vasile.

—Tampoco era nada el otro mundo —contestó.

—No lo era, pero ahora puede que esté muerta por ello. —Mihaela se aferró a su mochila rosa con fuerza.

—¿Y qué mierda hacía ella fuera? ¿Por qué no le avisó a nadie? —se preguntó Vasile—. No es que tenga gran vida social.

—¡Vasile! —lo reprendió Mihaela.

—Solo digo, Dios santo...

—¿Qué más les ocultaba Clover? —intervino Valentín. No parecían tener idea de quién era su amiga.

[xx]

—One, twenty one guns... —Val apretó con fuerza el bolígrafo que tenía en la mano izquierda y tragó en seco. Dráck había vuelto.

Las ondas sonoras, la voz robótica. Los alumnos sintieron cómo la escena se repetía. Todos alrededor empezaron a mirarse entre sí y por la forma en que no movían un dedo Valentín supuso que se encontraban iguales a él.

Que no sea ella, deseó.

—Tu fe camina sobre vidrios rotos.

Algunos reconocieron la última frase de una canción. Se escuchó la interferencia, parecida al crujido de radio descompuesta, y el video corrió.

Varios chicos atados y amordazados se removían en una línea recta como gusanos con los ojos vidriosos mientras soltaban quejidos.

—Yo no entiendo de amor, solo de dolor —dijo.

Valentín se distrajo al escuchar el sonido de un chorro de agua dar contra el suelo. Un muchacho regordete se había orinado encima al ver lo que tenía frente a él, al desviar nuevamente la mirada hasta el proyector la vio: Clover. Clover estaba en medio de dos chicos robustos removiéndose con decisión.

—Aquí, como ven, tengo a dos cuervos y cuatro palomas: los buenos, por Dios, no tengo que explicarles eso. Dos cuervos serán masacrados, dos palomas serán liberadas y otras dos más, sacrificadas.

«Sacrificadas».

—Pero hagamos de este juego aún más interesante. No es divertido si tengo toda la ventaja para mí y para escurrir aún más mi moral a la basura involucraré a las directivas en esto. —Un momento de silencio—: Voten por quien crean que son los Cuervos, pero si, en cambio sale que votaron más por una paloma, esta será tomada como el primer sacrificio... Pero Dráck, ¿cómo saber quién es quién? Es lo divertido de esto: solo yo lo sé y ustedes se guiarán únicamente por sus prejuicios e ideas remotas de cada uno de ellos.

Varios jadeos se escucharon, pero en general, todos querían oír lo que Dráck tenía para decir.

—Así que, para las votaciones tenemos a... Martien Basco, el jugador de Oina. Anca Constantin, la hippie. Danielle Dust, la porrista. Clover Funar, la misteriosa. Comín Ionesco, el cerebrito y Razvan Stoica, el chico malo.

¿Cómo habían podido desaparecer seis personas sin que nadie hiciera nada? se preguntó más de uno.

—Me encargué de sacar a cada uno de la comodidad de su hogar de forma progresiva y discreta. Razvan fue el primero, sus padres nunca están en casa y es el que lleva más tiempo en el club. Martien iba a un campamento de deportistas junto con Danielle por lo que fue sencillo, creo que sus padres aún juran que están allá. Casi ocurre un desliz con Clover cuando desapareció ayer por la noche y armaron un escándalo, pero ya saben: el espectáculo debe continuar.

Valentín miró al maestro en un intento por ver algo de autoridad, pero fue en vano.

—El director Antonescu  subirá los resultados de las votaciones al periódico escolar, sino, no tendré más remedio que tragarme la yugular de los seis con una cuchara. Cambio y fuera.



N/A: He quedado satisfecha con el capítulo, pero admito que está algo corto. ¿Qué les parece? ¿les va gustando? Este proyecto me tiene bastante emocionada. Los leo.

Confusa tragediaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora