XXVII- Padres

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Tocaron a la puerta, provocando que las voces en el interior de la casa cesaran, a los pocos segundos apareció Vasile en el pórtico con una sonrisa.

—A que no adivinan lo que acaba de pasar —dijo.

—¿Cuánto quieres apostar? —le preguntó Valentín.

Luego de media hora en que Vasile les explicó su nueva relación amorosa mientras Jade intervenía cada cierto tiempo para decirle que no fuera tan dramático, Clover lo interrumpió.

—¿Por qué no ha venido Mihaela?

—Me llamó hace un rato, dijo que se encontraba enferma —contestó Vasile.

—Eso significa que sus padres están en casa —soltó Jade—. No vendrá para no tener que darles explicaciones.

Clover se levantó del sofá.

—Entonces tendremos que ir nosotros —comentó con naturalidad—. No quiero ponerme al día sin todos mis amigos. No lo imaginaba así.

—A la mierda —soltó Jade tomando un último sorbo de Pepsi para después ponerse de pie—. Quizás es hora que los señores estirados conozcan a los amigos de su hija.

—Yo no creo que debamos... —murmuró Vasile con un tazón de frituras en la mano.

Valentín frunció el ceño.

—¿Hay algo malo con los padres de Mihaela?

Jade tomó un puñado de frituras, se lo metió a la boca e intentó hablar con dificultad.

—Yo tengo una teoría... Y es que: si los padres de Mihaela fueran los míos, hubiese intentado suicidarme hace mucho, y bueno. —Sonrió—. Sin fallar.

[xx]

La casa de Mihaela estaba en un vecindario silencioso, casi a las afueras de Bucarest. De paredes blancas, con balaustradas de madera y macetas adornadas con peonías.

Clover fue quien tocó el timbre de la entrada, siendo secundada por los demás jóvenes tras ella.

—Nunca los he visto en persona —dijo Vasile en voz baja—. He escuchado que no sonríen —calló apenas la puerta de caoba fue abierta por una mujer de rostro rígido.

—Buenas tardes —los saludó la madre de Mihaela. Llevaba puesto con un vestido ceñido y largo con hombreras, su cabello hasta los hombros estaba impecable gracias a la laca y levantó las delgadas cejas con curiosidad.

Clover aclaró:

—Somos amigos de Mihaela.

La mujer frunció el ceño, pero les dejó pasar a la pulcra sala de estar, en donde les ofreció algo para beber y les hizo saber que llamaría a su hija. Mihaela bajó poco después con el cabello trenzado y vestida con un overol hasta debajo de las rodillas.

La expresión neutra de su rostro no cambió al verlos y ni siquiera les reprochó estar ahí. Solo tomó asiento frente a ellos y les comentó sobre el húmedo clima que caía sobre la ciudad últimamente.

—Ya... —murmuró Jade—. Creíamos que estabas resfriada.

—El clima me ha dejado algo indispuesta... Clover, hace tiempo no te veía.

—Sí, yo creo que eso es lo que pasa cuando te secuestran. No te ven seguido —continuó opinando Jade, lo que provocó que la mujer que ojeaba el periódico en el comedor levantara la mirada.

—Jade, por favor... —musitó Mihaela.

—No, por favor tú. No veíamos a Clover desde hace meses y ver que está bien... —dijo la muchacha levantando la voz con cada palabra.

—Mi padre quiso que me quedara a cenar.

—Entonces yo le pediré que te deje ir con nosotros. ¿Dónde está?

—¿Ocurre algo, Miha? —le preguntó su madre, acercándose hasta donde se encontraban.

—Creo que ya se iban, mamá —contestó la joven.

—Meg, ¿dónde quedó mi corbata azul? —un hombre de poco cabello y traje oscuro interrumpió bajando las escaleras.

—La buscaré —soltó la mujer como si todo lo demás hubiera desaparecido y solo pudiera prestar atención a aquella tarea.

—Mamá —suplicó Mihaela al verla subir las escaleras. La mujer la miró, pero después de mostrarse dubitativa durante una par de segundos, continuó caminado con los hombros rígidos a la segunda planta.

El hombre miró a la joven con el ceño fruncido y se percató de los chicos junto a ella.

—¿Y ustedes son?

—Amigos —contestó Jade, sonriente—. Queríamos saber si Mihaela podía acompañarnos un rato. Ver una película, comprar un helado.

—No entiendo muy bien tu maquillaje o tu ropa —opinó el hombre.

—¿Disculpe? —contestó Jade con incredulidad.

—Es que eres muy joven para usar tanto maquillaje.

La joven soltó una exhalación.

—¿Son tus amigos, Miha? —continuó él.

—Ellos están en esa... Clase...

La escucharon tartamudear un par de palabras incoherentes más, hasta que la mirada del hombre sobre ella la cortó de golpe.

—Somos una familia tradicional —dijo en voz baja, poniéndose detrás de su hija mientras le acariciaba el peinado cabello—. No personas conflictivas e incluso puedo olvidar este incidente, pero les pido que respeten la comida familiar que teníamos planeada.

Cuando acabó de hablar, lágrimas brotaban sin remedio por los ojos de Mihaela, que tiritaba en silencio desde su lugar.

«Me golpea» gesticuló con lentitud, al tiempo que sus labios temblaban.

—¡Te lo dije, Jade! —soltó Clover de la nada—. Hubiésemos ido a la casa de Ioan por la tarea. Mihaela es tan honesta, claro que no querría hacerlo.

—Soy una idiota —murmuró la pelinegra con la voz entre cortada—. Perdóname, Miha... —dijo antes de salir apresurada de la casa.

Ahora entendía las palabras de Mihaela el día que Narcisa se llevó a Vasile. Siempre la tuvo más difícil, porque, a diferencia de ella, Mihaela era una paloma enjaulada y maltratada que tenía que ocultar su encierro.

Jade creía que era un cuervo sin rumbo.







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Confusa tragediaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora