|CORREGIDA|
Ambientada en Rumanía durante principio de los noventa, Confusa tragedia es un thriller psicológico que relata cómo un colegio ortodoxo recibe videos en los proyectores de sus aulas por parte de un asesino de estudiantes que se justifica...
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Anne Marie.
Cuando Valentín llegó a casa era de noche, y por los truenos que escuchó dedujo que dentro de poco llovería. Su abrigo pesaba, sobre todo porque junto a la camisa le rozaba las heridas en la espalda, por lo que de vez en cuando hacía muecas de dolor.
Introdujo la llave en la cerradura intentando hacer el menor ruido posible e hizo lo mismo al girar el pomo de la puerta. Dentro todo se encontraba oscuro y en silencio, a excepción de la tormenta que se avecinaba.
—¿Val? —escuchó a sus espaldas al dirigirse a la cocina.
Cerró los ojos con fuerza maldiciendo en voz baja.
—Oye, todos estábamos muy preocupados por ti. ¡Mamá y papá salieron a buscarte, Valentín! qu'est-ce qui se passe avec toi.
—¿Ahora son mamá y papá? —preguntó él con voz amarga, pero al verla enfadada decidió no discutir—. Escapé de clases, me distraje dibujando en la biblioteca. Lo siento.
Sirvió un vaso con agua y se dirigió al piso de arriba, pero ella se interpuso en su camino a mitad de las escaleras de caracol.
—Sabes mentir mejor. Ya no estás en ningún internado y esa escuela no cierra tan tarde. ¡Hace horas que pudiste volver!
Él desvió la mirada a la fotografía familiar del salón hecha de manera abstracta, pero lo suficientemente definida para que se reconociera cada miembro de la familia. La odiaba.
Intentó rodear a su hermana, tratando de huir, pero ella lo haló del brazo para atraerlo, provocando que él soltara un grito de dolor. Annette lo soltó con rapidez.
—¿Qué tienes? Déjame mirar —intentó acercarse para inspeccionarlo, pero él la apartó como pudo.
—Annette.
—Pero, déjame. —Se acercó nuevamente—. Tu rostro se encuentra hinchado, estás temblando.
—Annette. ¡Annette, maldita sea! —Quitó con aspereza las manos que buscaban heridas en su cuerpo.
Y al ver sus ojos, azules, vidriosos; reflejando preocupación, decidió sacarse el abrigo y dejarlo caer sobre el suelo. Dio media vuelta e hizo lo mismo con su camisa y escuchó cómo ella contuvo el aliento.
—¿Qué te han hecho, Val? —murmuró con un hilo de voz y él volteó a mirarla—. ¿Quién te hizo eso?
Sin embargo, Valentín negó con la cabeza.
—¿Recuerdas cuando me peleé con Adrián? Mamá había arreglado todo para el acuerdo legal y papá no hablaba conmigo. —Ella asintió lentamente—. ¿Recuerdas que me citó a su estudio? ¿Lo recuerdas?
—Valentín, ¿de qué estás hablando?
—Al salir del estudio no te dirigí la palabra en semanas —continuó—. Y nunca insististe, ni tampoco cuando todo volvió a la normalidad preguntaste algo más al respecto. ¡Ni siquiera te enfadaste! —Sonrió—. Fue cuando supe que lo entendías y sé que es difícil pedírtelo, pero necesito que no hagas preguntas, que confíes una vez más en que lo único que harás es dañarme.
Ella lloraba y él también. Por unos instantes ninguno dijo palabra alguna mientras mantenían la mirada en el otro. La tormenta había caído sobre ambos disipando el doloroso silencio. Entonces ella miró hacia la pared.
—Sube, te limpiaré eso antes que se infecte, o peor y llama a Dorian antes de que vaya a la policía. Por Dios, cambia esa historia de la biblioteca, nadie... —fue interrumpida cuando Valentín la atrajo hacia su pecho como manera de agradecimiento.
Ella se quedó escuchando sus latidos apresurados, con los brazos extendidos a sus costados con miedo a herirlo, y después de separarse, él subió a la segunda planta.
Lo que Anne no sabía era que Val había logrado que ella cediera ante lo que la volvía susceptible: su amor por él.
[xx]
Al día siguiente no fue a clases, ni tampoco el día siguiente a ese o el resto de la semana. Les dijo a sus padres que se había quedado parte de la tarde vomitando a mitad de la calle y el resto descansando de un fuerte mareo en una cafetería cercana.
—Mamá hizo el desayuno —murmuró alguien desde el umbral, él desvió la mirada del techo, encontrándose con su hermana vestida impecablemente con el uniforme negro.
—Algún día debía volver —contestó, poniéndose de pie.
—Descubrirás la identidad de ese Dráck —soltó ella, mientras él tomaba una toalla. La miró, confundido—. Serás un héroe. Nadie se mete con un héroe.
—Deja de ver tantas caricaturas, Anne —bufó—. Bajo en un minuto.
Al dirigirse a la cocina, Anne ya se había ido junto a sus padres, por lo que después de desayunar tomó el autobús a la escuela.
Los chicos reían y hablaban, ya no lo miraban ni murmuraban sobre él o sus amigos: habían pasado de moda. Escuchó el timbre sonar y dejó la vista puesta en la bandera de Rumanía que se alzaba en lo alto del edificio de ladrillo.
Era Halloween, pero dentro de las instalaciones ortodoxas no había vestigio de actividad pagana. Lo cierto era que fuera el día que fuera, esa escuela le resultaba siniestra por lo que ocultaba y lo que aparentaba, por el daño que le había provocado y del que tenía prohibido hablar.
Se sintió distinto. Siempre creyó que había algo mal en él; por su relación con Anne, por su parte violenta, pero algo peor ocurría con las personas de aquel lugar. ¿Dios había hecho ese infierno a su medida?
—¡Valentín! ¿Dónde te habías metido, amigo? —Vasile le golpeó la espalda, logrando que el joven se doblara sobre el suelo—. Por Dios, ¿te encuentras bien, Val?
En cuanto Vasile intentó ayudarlo a ponerse de pie, el joven lo tomó del cuello de la camisa y murmuró cerca de él:
—Me llevó a esa habitación. La del final del pasillo.
Vasile lo miró sin decir nada y con muchas cosas en la cabeza, le ayudó a ponerse de pie y le tendió su mochila.
—¿Eres gay? —preguntó en voz baja, pero el castaño negó con la cabeza—: reunión familiar —dijo, y Val lo miró desconcertado.