XXII- Anodina

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Aquella mañana era más fría que cualquier otra. Cada cabellera rubia los estremecía y les hacía levantar la cabeza para observar quién era.

—Es una jodida tortura —masculló Jade, arañando sus medias rejilla bajo la falda gris.

—Está vivo y por ahora eso es suficiente —contestó Valentín tomando de una soda.

Mihaela continuó bebiendo de su jugo en silencio, hasta que el repiqueteo de las botas de Jade acabó por fastidiarla.

—No puedes perder la cabeza —le dijo—. Sabes cómo te pones.

Jade levantó una ceja.

—Lo siento, pero no puedo mantenerme tan perfecta como tú y aparentar que todo está bien. Soy de carne. ¿Por qué no pasas por los pasillos para elogiar a alguien o darle los buenos días, Mihaela?

—Jade —la interrumpió Valentín.

Mihaela abrió la boca en un intento por verse ofendida.

El timbre sonó y tomaron las mochilas, pero la porrista no se fue sin antes decirle a Jade:

—¿Nunca te has puesto a pensar que, a diferencia tuya, Jade, yo no puedo darme el lujo de armar escándalos o mostrarme en desacuerdo?

—¿Tanto te interesa lo que digan sobre ti?

—No, Jade, a diferencia tuya yo no puedo llorar cuando quiera y gritar lo que pienso. —Una lágrima se deslizó por su mejilla y salió corriendo de ahí.

Jade se levantó para ir tras de ella, pero Valentín la sujetó del brazo y con su natural rostro apacible dijo:

—Mírala. Es la única de nosotros que se preocupaba por no perder la cordura y ahora lo ha hecho. ¿En serio crees que tú eres la persona ideal para ayudarla?

Jade miró el pasillo por el que se perdió Mihaela y, después de soltarse del agarre de él con brusquedad, volvió a tomar asiento a su lado.

No, no era la indicada para ayudar a nadie.

|xx|

«Querido diario.

El recuerdo de aquella noche me perseguirá por siempre. Obré mal. Perdóname Dios, pero le he temido más a la verdad que a ti.

La verdad os hará libres, nos repiten seguido. La verdad hará que me odien, me repito yo».

Valentín cerró los ojos con fuerza y presionó el tabique de su nariz con los dedos. Lo único que tenía claro era que nada tenía sentido y que ese laberinto de susurros y pistas no lo habían llevado a ningún lado y, que tarde o temprano Clover iba a morir.

Unos golpecitos en la puerta le hicieron levantar la mirada y tras de ella Annette asomó la cabeza y le observó con curiosidad.

—Iba a bajar por un vaso de agua y vi tu luz encendida —explicó acercándose hasta la cama—. No me contaste qué le ocurrió a tu amigo.

Valentín se encogió de hombros y mintió diciéndole que Narcisa lo había obligado a lavar los baños. Ella no podía enterarse de los métodos poco convencionales que utilizaba la monja; haría muchas preguntas después.

—Quizás pueda ayud...

Entonces, unos fuertes golpes impactando contra la ventana la callaron de repente.

Valentín se levantó de la cama y le hizo una seña para que Anne se escondiera, descorrió la cortina con cuidado y la persona frente a sus ojos provocó que se alejara de la ventana un poco. Había perdido la cabeza. No había otra explicación.

No, era real.

—Clover —musitó.

Al escucharlo, Annette salió del closet y se acercó a la ventana, recelosa.

Valentín abrió la ventana y por ella pasó con dificultad una delgada, pálida y hasta ahora desaparecida joven vestida con unos jeans de tiro alto y una chaqueta de mezclilla que le quedaba enorme.

—Val —susurró Clover con una enternecida sonrisa y se acercó a él para estrecharlo entre sus brazos.

El joven quedó petrificado en su lugar, sintiendo el particular aroma a tierra húmeda y sudor que desprendía la muchacha, junto a su pelo enmarañado rozándole la mejilla.

—¿Dónde has estado, Clover? —pronunció tras unos instantes después de separarse, cuando las palabras pudieron salir de su boca.

—Eso no importa —contestó ella, acariciándole las manos—. No importa por qué, ni cómo. ¡No importa! —Sonrió, y por primera vez miró a la rubia tras él—. Ustedes... pueden estar juntos, felices, porque no son hermanos. Lo que importa es que continúes con tu vida, Val. Sal de esa maldita escuela y sigue con tu vida.

—Alto ahí —dijo Anne, con voz amarga—. ¿A qué intentas jugar?

Pero Valentín ignoró aquello.

—Conocías a Nicoleta —dijo.

Clover asintió, mirando la habitación con curiosidad.

—Éramos muy amigas y cuando todo esto empezó quedé devastada, sobre todo porque tuve gran parte de la culpa —musitó tomando su diario de la mesa de noche, pero Valentín se lo quitó. 

—Dráck es el chico de tu fotografía, ¿no es así? —preguntó.

Clover asintió nuevamente, con lentitud. Entonces Valentín hizo que levantara la mirada tomándola del brazo, y le preguntó:

—¿Somos mellizos?

Ella sonrió con los ojos vidriosos y volvió a abrazarlo con los brazos temblorosos.

—Eso quiere decir que leíste todo mi diario con mucho cuidado —musitó cerca de él.

—¿Qué pasará ahora, Clover? —continuó Valentín.

La muchacha se apartó un poco, pero no dijo nada. Su mirada le hizo saber que no tenía idea.








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Confusa tragediaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora