XVI- Misericordia

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Jade Grosu

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Jade Grosu.

Al día siguiente, el evento en el castillo de Drácula fue el tema principal de los grupos de amigos de Ortodox, sobre todo, los sospechosos de aquel escenario de sangre.

Lo que no se esperaban Jade, Mihaela, Val y Vasile mientras cruzaban las puertas de la escuela, era que todos se habían enterado de su oportuna pérdida del grupo, pero lo corroboraron al escuchar los murmullos y sentir las miradas posadas sobre ellos.

—... Las vi a ambas correr burlescas desde la planta de abajo —oyó Jade y se detuvo en seco a mitad del pasillo.

—Jade —la llamó Mihaela delante de ella, dándose vuelta, seguida de los dos chicos que platicaban a su lado.

—No, Miha. Quiero escuchar lo que platicaban estas chicas. —Sonrió con cinismo y ambas le devolvieron la mirada con nerviosismo.

—Jade, es de lo que todos hablan —susurró una de las dos y ella asintió.

—Puedo ser muchas cosas, Flora. —Negó con la cabeza—. Pero no he matado a nadie, si es lo que insinúas.

—Yo no...

—Quien dejó esa sangre probablemente asesinó a Nicoleta, a Danielle, incluso a... Basco. ¡Y sé que no es descabellado desconfiar de la basura que es Jadelie Grosu!

—Déjalo —musitó Vasile frotando sus hombros. Ella soltó un suspiro largo, pero terminó asintiendo.

—Siempre será más sencillo desconfiar de los que somos un desastre —soltó antes de retomar su camino con la cabeza en alto, y tras de ella, los demás integrantes del grupo de sospechosos.

[xx]

—¿Qué? ¿Qué ocurrió, Jade? —le preguntó Mihaela al verla tirar su bandeja del almuerzo con fastidio sobre la mesa. Una hora atrás había sido llamada por el megáfono para ir a dirección.

—¡Pues nada! Que acabo de dar un discurso fabuloso sobre los prejuicios hacia las personas como yo, y, ¿qué ocurre? Me llaman a dirección por el me-gá-fo-no. ¿Sirvió de algo haber dicho esas fabulosas palabras sobre verme como delincuente y no serlo? ¡Pues no si me llaman a dirección como si lo fuera!

Vasile soltó una risa por lo bajo, comiendo de la manzana en su mano.

—¿Qué te han dicho? —le preguntó Valentín.

—Varias preguntas tontas sobre qué hacíamos. Sé que Antonescu no se creería la historia de explorar por ahí, así que le dije que fumábamos.

—Y, ¿qué te dijo? —interrogó Mihaela.

—Que estaba prohibido y bla, bla, bla. Le dije que él no podía entenderlo si a nuestra edad lo único que hacía era coleccionar cabello.

Vasile soltó una carcajada y Valentín se atragantó con su soda. Mihaela, en cambio, le miró como si hubiese hecho una locura.

Confusa tragediaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora