Y la imagen se extendió por la superficie blanca. El castillo del mismísimo Drácula. Fortaleza medieval que Rumanía presumiría por varios siglos más.
—Así que, si termina siendo aprobado, podremos volver a ir al castillo a finales de octubre —comunicó la mujer frente al pizarrón.
Y la clase aplaudió.
Desde su libreta privada, Valentín continuó redactando: «Episodios violentos. Le gusta hacerse la dura frente a los demás para distraerlos de lo vacío que están sus ojos». En las siguientes páginas, en la sección de otra persona agregada a su diario, el dibujo de Jade todavía no estaba terminado.
Su favorita era la dedicada a Gracia.
«El dolor explota en mi alma
es bonito pensar
que la muerte acabará con todo».
Escuchó por parte de una voz que ya conocía bien, pero quiso levantar la mirada al proyector. Apretó la pluma sobre su mano izquierda y la tinta se derramó sobre la hoja de papel. Levantó la cabeza para ver que la imagen del castillo de Vlad Tepes ya no estaba, sino una vieja silla de madera y la reconocida pared mohosa donde habían asesinado a Nicoleta Ardelean, y la voz de Dráck.
—Es un bello poema. Creo que les he dado una oportunidad. Los que están muertos ya no tienen que sentir nada, pero no puedo decir lo mismo de los vivos. En especial de Ionesco: él tendrá que vivir con lo que hizo y que los demás estén al tanto de lo que es.
De pronto la silla ya no estaba vacía. Alguien con una capucha en la cabeza había tomado asiento. Todos supieron quién era, su camiseta de Oina lo dejaba claro: el atleta.
—Nos encontramos hoy en una ceremonia de confesión. —La capucha fue quitada de su cabeza—. El mundo quiere escucharte, Martien Basco.
Los ojos azules de Basco se encontraban enrojecidos y aterrados, transmitiéndole a sus espectadores dicho sentimiento.
—¡¿Qué quieres que haga ahora?! ¡Lo he hecho todo! —gritó.
—Sé respetuoso, es un confesionario y creo que ambos sabemos lo que tienes para decir.
—Por favor... —suplicó— Por favor, eso no.
—Así suplicaría ella. ¿O me equivoco? No, parece más de decir: ¡Suéltame, imbécil! ¡Suéltame o te mataré! Pero tú no lo hiciste y bueno, estás aquí así que ella tampoco tuvo el valor para actuar luego.
Martien negó con la cabeza, mientras lágrimas empezaron a brotar por sus ojos.
En esta ocasión nadie salió corriendo.
—Te ofrezco un trato: tú confiesas y yo te saco de aquí. Te doy mi palabra, y por la cámara sabes que Ortodox está de testigo.
—No puedo.
—En ese caso. ¿Qué flores te gustarían en tu funeral?
Basco jadeó.
—Mamá, papá, lo siento mucho. Yo... Yo no soy esta persona —gimió y resopló un poco, en lo que se obligaba a continuar—. Yo... abusé de Jade Grosu. ¡Y lo siento tanto! ¡Me arrepiento tanto! ¡Jade, lo siento tanto! ¡Lo siento! ¡Lo siento! ¡Lo siento!
Desde los asientos de atrás del salón, su cabellera negra se encontraba cubriendo gran parte de su rostro, y temblaba, temblaba como si todo a su alrededor ya no estuviera y en cambio una ventisca le pegara de golpe, como si agua helada hubiera caído sobre ella y no tuviera nada que pudiera protegerla de ello.
—Ahora abriré la puerta —presagió la voz de Dráck mientras hacía lo indicado—. Te desataré las cuerdas. —Martien asintió varias veces—. Y te daré diez segundos de ventaja antes de salir con un arma y empezar a disparar.
—¡Eso no era lo acordado!
—Te estoy desatando. —Se alejó un par de metros de Martien y le apuntó a la cabeza con un revólver.
—¡¿Qué qué haces?!
—Uno... —contó en voz baja—Dos.
—Por favor.
—¿A qué le temes? Eres atleta, no tienes idea de quién soy.
—A... eso le t-temo.
—Tres, cuatro.
Y Martien Basco salió corriendo.
Pasaron minutos, o segundos en realidad, en que nadie dijo nada ni se vio algo distinto a la mugrienta pared del fondo. Dráck salió todavía vestido con su capucha. Todos oyeron los bruscos y decisivos tres ecos de disparos que irrumpieron entre el silencio.
Y el video acabó.
—Jade —susurró Mihaela levantándose de su asiento al principio de la clase, e intentó acercarse a ella.
—No —contestó la joven tomando su mochila, viendo cómo todos la observaban.
—Jade, por favor —rogó su amiga en voz baja, acercándose más.
—¡No! —gritó la joven tirando el resto de sus cosas al suelo y saliendo del aula corriendo.
Algunos siguieron la mirada sobre ella, otros incluso se atrevieron a seguirla.
—No es el amor lo que nos vuelve débiles —susurró Vasile desde su asiento, pero Valentín alcanzó a escucharlo—. Son las heridas.
Y se puso de pie para ir en busca de Jade.
[xx]
«Tiene algo planeado para Clover» retumbaba en su cabeza. No podía esperar a verla morir, no sin saber cómo ella había podido descubrir su secreto, por lo que al encontrar una dirección en el diario decidió que tenía que ir. Tomó prestada la furgoneta con la que su padre transportaba los cuadros y condujo casi media hora hasta Centru, en donde se sorprendió al ver una casa vieja e inhabitada.
Tocó un par de veces, pero fue en vano. Intentó mirar por una ventana y al otro lado solo vio muebles cubiertos de polvo y tiempo. Consideró irse, desanimado al creer el viaje perdido, hasta que escuchó sobre su espalda:
—Ahí mataron a alguien. —Era una anciana que estaba sentada en el corredor de la casa vecina—. Una chica lo mató.
—¿A quién mataron? —gritó él desde el otro lado de la calle.
—¡Care trăiește! Viva la soberanía —rugió la mujer.
A Valentín le hizo sonreír con amargura, mirar a un lado y subirse al auto de nuevo.
De regreso a su casa se encontró conectando los puntos que mostraban la figura. ¿Lo que dijo la anciana podía relacionarse con la confesión en el diario de Clover?
.
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Confusa tragedia
Mystery / Thriller|CORREGIDA| Ambientada en Rumanía durante principio de los noventa, Confusa tragedia es un thriller psicológico que relata cómo un colegio ortodoxo recibe videos en los proyectores de sus aulas por parte de un asesino de estudiantes que se justifica...