Curiosity

404 56 5
                                    

La palabra "tristeza" cobró un nuevo significado después de aquella noche. Entre sollozos y murmullos desgarradores por parte de Mingyu, pude sincerarme conmigo mismo en silencio y supe que lo que sentía por él era sencillamente envidia. Los celos recorrían con furia mis venas cuando Seungcheol hablaba de su hermano menor con los ojos brillantes de orgullo y de lo perfecto que era en todos los ámbitos de la vida. Después de aquello, yo sólo podía tumbarme en mi cama y observar el blanco del techo de mi habitación y replantearme qué diablos estaba haciendo con mi vida, teniendo como resultado que quizás una muerte temprana era el mejor final que podría tener la historia que era mi vida.

Yo no lo conocía, ni siquiera lo había visto una sola vez; sin embargo, no era necesario para odiarlo. A veces, Seunghee interrumpía mis desoladores pensamientos para decirme que yo podría tener la misma vida que Mingyu si me lanzaba al vacío o, por lo que normalmente se conoce, la vida normal de un chico de veinte años.

―La universidad no es tan mala como crees, hay tanta gente que es imposible que seas el centro de atención. Disfruta, seguro que muchas cosas están por venir si le das una oportunidad a la vida.

―¿Y Mingyu? A él lo conoce todo el mundo, es reconocido por todo el jodido campus.

―Eso es porque le gusta ser un acaparador, créeme, lo conozco, pero si tu decisión es pasar de largo podrás hacerlo sin problemas.

Sin embargo, a pesar de que sus palabras de aliento nunca lograban calmar el desastre que mi mente era, ni mi autoestima lograba alcanzar el vuelo, siempre intentaba darle un voto de confianza. Ahora que conocía a Mingyu sabía que estaba en lo cierto, es un completo acaparador de miradas, mas también tenía todas las cualidades necesarias para destacar en una sociedad donde las hormonas cobran tanta importancia.

Quizás esa es la razón por la que ahora se encontraba tan solo. Su físico había abandonado la perfección, sus largas piernas habían dejado de funcionar y, con ello, la atención a su persona se había marchado. A veces intentaba pensar por un segundo que calzaba sus zapatos y el solo imaginar cómo su vida se cayó a pedazos me ponía el vello de punta, cómo aquel día a día era un simple teatro sin fundamento y que ahora la única compañía que le rodeaba era un hermano que pasa el día trabajando al igual que su mujer, la cual tiene un hermano traumatizado que es incapaz de salir de casa para evitar que alguien pueda cruzar una simple palabra con él. 

Triste.

La envidia y los celos habían dado paso a la lástima, lo que hacía su vida más miserable si cabe pues, un pobre solitario como yo, sentía pena por él. Si alguien le hubiese dicho eso alguna vez cuando sus años de oro pasaban posiblemente se habría reído mientras le pateaba las costillas, pero la realidad era otra y, para su desgracia, toda su suerte había desaparecido por completo.

Para mi sorpresa, la compasión no había venido sola, sino que venía acompañada por la curiosidad, sentimiento que pocas veces lograba sentir pero que desde la aparición estelar de Mingyu se hacía más y más frecuente. No sé en qué momento fue que me di cuenta que necesitaba conocer de su vida anterior antes de que todo se convirtiese en blanco y negro. Quería –o incluso me arriesgo a decir que necesitaba –tener frente a frente a aquellos que decían ser sus amigos, los mismos con los que salía de fiesta cada fin de semana o el grupo de chicas que visitaban los partidos sin falta, esperando con ansias ser las elegidas que lo tendrían entre sus piernas en la fiesta por haber ganado otra vez, los mismos que lo abandonaron como si fuese un perro.

Con ese pensamiento desperté, a pesar de lo poco que había logrado dormir no me sentía amodorrado en absoluto y, después de asegurarme que Mingyu había logrado dormir y dejar de llorar, salí de casa. Por cada paso que daba, todo me parecía una peor idea, solo que la curiosidad era aún mayor por lo que me mantuve caminando.

La capucha marrón de la sudadera sólo dejaba ver un poco de mi flequillo y, gracias a una mascarilla para mi boca negra, los estudiantes sólo podían ver mis ojos. El hecho de que nadie pudiese ver mi rostro me hacía sentir más seguro. No pasaría nada, nadie iba a insultarme, no habría golpes en el baño ni encierros en la sala de almacenaje.

Entre voces y carreras conseguí llegar a la entrada del edificio, golpeándome un olor a polvo, humanidad y ambientador a partes iguales. El recibidor estaba atiborrado de amplios muebles de cristalera que me daban la bienvenida repletos de trofeos, diplomas y fotografías. Mi respiración se cortó al contar el premio número diez con su nombre grabado en letra cursiva.

Perdona, ¿eres amigo de Kim Mingyu?

Depressed [Meanie]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora