Feeling

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Estoy seguro que el tiempo no se detuvo, al menos es de las pocas cosas en las que estoy seguro en mi vida; sin embargo, en el momento en el que Mingyu pronunció mi nombre pensé que todo se había parado, siendo él el culpable.

Las manos de ella no se habían acobardado, aún rodeando mi cadera y gimoteando en mi pecho y las mías, que en algún momento habían llegado a parar al centro de su espalda, se sintieron como si hubiese cometido el peor de los pecados.

―Mingyu, ¿qué haces aquí? ―Si me hubiesen pedido juramento, no habría apostado nada porque aquella voz hueca me perteneciese.

― ¿No es obvio? ―Aún con el rostro decaído como si acabase de sufrir la peor de las traiciones, comenzó a acercarse a mí robando con cada centímetro un poco más de oxígeno de mis pulmones. ― Te veré en casa. ―Por un momento, conociendo como creía que conocía su personalidad peleona, pensé que gritaría y se enfadaría conmigo por haber salido así cuando él pensaba que estaba haciéndome un favor en lugar de estar empujándome un poco más hondo en aquel pozo sin fin.

―Gyu, espera, por favor. ―Pero como siempre, reaccioné tarde, ya que la única respuesta que recibí fue la de la puerta del exterior cerrándose.

Susan, así se había presentado, pasó algo más de tiempo a mi lado hasta que, según sus propias palabras, había dejado de tener la vista perdida. Para mi suerte, nadie había necesitado mi ayuda durante mi ausencia y tampoco aquel idiota que había empezado todo montó ningún lío, al contrario, escuchando las palabras de Mingyu, se marchó sin decir palabra.

Para mi sorpresa, no fue solo Susan la que se preocupó por mí, un par de adolescentes se acercaron a preguntar si me encontraba bien ya que se habían asustado mucho cuando vieron mi reacción. Por un momento creí que se reirían y bromearían por ello; sin embargo, sus miradas parecían sinceras al igual que sus palabras.

Si el día anterior creí que fue agotador, no podía compararse, mi espalda dolía y mis hombros parecían cargar con varios sacos pesados. Mis pies, medio moribundos, se movían solos, arrastrándose, hasta llegar a casa. El único que se movía veloz, agitado y nervioso era mi corazón, esperando que la causa de todo ese sentimiento que iba a matarme en cualquier momento estuviese de buen humor. Una vez más, me equivoqué.

A pesar de la hora, ni mi hermana ni Seungcheol habían vuelto a casa del trabajo así que en el momento que abrí la puerta de casa sólo me recibió un simple murmullo de la televisión. La sombra de Mingyu era perceptible entre la penumbra tumbado en el sofá y su silla a su derecha.

―Hola. ―Mingyu no había reaccionado cuando llegué, tampoco cuando en un vago intento de empezar una conversación lo saludé. Como si mis piernas se hubiesen convertido mágicamente en algún tipo de gelatina, me acerqué a su lado, sentándome cuidadosamente en la pequeña mesa de centro de la sala frontera a él. Debido a su pequeño tamaño y a que él se encontraba tumbado, mis ojos solo quedaban un poco por encima de los suyos; sin embargo, no se encontraron. Él miraba a la televisión, concentrándose en que no lo distrajera por la forma en la que su mandíbula se acentuaba. ― ¿En serio vas a comportarte así? ¿Eres un niño pequeño? ―No sólo sentí algunas llamaradas de fuego en su mirada, sino que creí haberlas visto en su iris.

― ¿Yo? ¿Yo soy el que se comporta como un niño? Por ti salí de esta casa después de tanto, sin importarme que me mirasen con pena por estar en esa maldita silla tan joven, solo porque quería ver de nuevo esa sonrisa que pusiste anoche, feliz de que esa niña te defendiera. Quería que estuvieses feliz de que yo también te apoyase, ¿y qué hiciste? Pedirme que parase. ―Sus ojos parecían algo rojizos, provocando que los míos picasen.

―Mingyu, conociéndote lo habrías matado ahí, ¿cómo se te ocurre agarrarlo así?

―Él se lo buscó, si te hace sentir mejor, aquello fue por haber bromeado con mi paraplejia. Si no hubiese sido tan... ―Su pecho se elevó absorbiendo todo el aire que podía. ―Imbécil, de haber dicho eso, me hubiese comportado más educado.

― ¿Entonces por eso te enfadaste, porque no dejé que siguieras cantándole las cuarenta?

―No estaba enfadado.

― ¿Deprimido? ―Mingyu comenzó a sentarse en el sofá, mientras que yo continuaba. ― ¿Triste? ―Con ayuda de sus manos, bajó las piernas hasta que sus pies tocaron el suelo, pero sin perderme como estas se habían movido mínimamente antes de que sus manos llegaran al rescate. ― ¿Traicionado?

―¿Sinceramente? Me siento de una manera muy diferente a eso. ―Con la misma forma en la que su mano se enganchó al cuello de la camisa del joven, lo hizo con la mía, y de un tirón me hizo sentarme en el sofá a su lado. Su mano, tan grande que ocupaba mi cara a lo largo con facilidad, la acunaba con cariño. ― ¿Cómo dirías que me siento? ―Sus colmillos brillaron en la oscuridad, provocando un vuelco en mi corazón, cuando mordieron mi labio inferior acercándolo a él. Cuando lo soltó de repente, un grave gemido se me escapó, contentándolo por mi reacción. ―Celoso. Así es como me siento.

Su pecho chocó contra el mío, por lo que no tuve más remedio que tumbarme quedando él encima. Su boca era una mezcla de tabaco, un gusto amargo a cerveza y su sabor propio, tan adictivo y embaucador como las anteriores veces que me había deleitado con él.

―¿Me harías un favor? ―Ni siquiera me preocupé en responder, siendo lo último que quería en ese momento mantener una conversación. ―¿Podrías gemir mi nombre? 

Depressed [Meanie]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora