Lauren abrió los ojos y se sintió más confundida que nunca en la vida. Lo primero que vio fue un techo blanco completamente desconocido. A continuación, fue notando lentamente en dónde se encontraba. Tenía las muñecas enyesadas y un tubo que la conectaba a una máquina la estaba incomodando. ¡Estaba internada! ¿Qué diablos había sucedido? Lo último que recordaba era haberse ido a dormir a la cama, no tenía idea de qué rayos había sucedido para que terminara así. Intentó girar la cabeza y vislumbró a una enfermera cotorreando con otra muy cerca de ella. Las manos las tenían inmovilizadas, así que trató de mover las piernas junto con todo el cuerpo y ahí fue cuando verdaderamente se asustó.
Las piernas no le respondían. ¡No podía moverlas, no las sentía! La desesperación la invadió a tal punto que gimió mientras los ojos se le llenaban de lágrimas. Evidentemente, fue tan fuerte que la enfermera la escuchó.
—¿Lauren? —preguntó tímidamente y asomó la cabeza para verla. En cuanto la vio con los ojos abiertos, ahogó una exclamación—. ¡Oh, Dios mío! ¡Despertaste! ¡Tengo que avisarle a la doctora! Mary llámala —le dijo a la otra mientras se acercaba a ella y le quitaba todos los tubos—. Hola, cariño. Me alegro que despertaras —le sonrió con calidez y a Lauren la hizo sentir más tranquila. O casi—. ¿Puedes decirme tu nombre completo?
—L-Lauren Ross –contestó ella. Su voz sonó ronca y rasposa, como si no la hubiera utilizado en días.
—Excelente, ahora dime cuántos años tienes.
—Tengo 22 años.
—¡Eso es! ¿En qué año estamos?
—2016.
—¡Nena, es fantástico! –exclamó la chica con júbilo.
—Mis piernas no responden –la interrumpió ella, casi al borde de las lágrimas. A la enfermera se le borró la sonrisa.
—¿Qué? ¿Estás segura?
—¿¡Está bromeando?! ¡Le estoy diciendo que no puedo moverlas! –contestó Lauren con impaciencia. Diablos, se notaba que la chica apenas iniciaba en eso por lo nerviosa que se puso.
—Oh, no, la doctora Gómez no me avisó anda acerca de esto –ella hizo una mueca mientras caminaba de un lado a otro—. Tendrás que esperar a que llegue ella, yo no...
—¿¡A que llegue quién?! ¡¡Te estoy diciendo que no puedo caminar!! ¿¡Qué quieres que espere?! –le gritó Lauren. Las lágrimas comenzaron a salir ¿Acaso esa chica no entendía lo que le estaba diciendo?
En ese momento, la puerta se abrió. Leo la observó como si fuera lo único que existiese en el mundo y ello aumentó el nudo en su garganta. Estaba hermoso, tal como lo recordaba, hacía una semana que no lo veía y ellos aún seguían peleados. Ella no había tenido tiempo de disculparse con él y ahora se encontraba en esa situación tan desastrosa que ni siquiera sabía qué había pasado.
—Leo... —susurró con voz llorosa.
—Nena –respondió él, acercándose.
—No siento las piernas –confesó antes de largarse a llorar. Leo se puso pálido y de un solo paso estuvo junto a ella.
—¿¡Cómo dices!?
—¡Lo que oyes! ¡Tienes que llamar a la doctora! ¡Necesito ayuda urgentemente!
Leo, con la inquietud brillando en sus ojos, se dirigió a la inepta de su enfermera.
—Tienes que llamar al doctor que la operó hasta que Giuliana venga, ¡rápido!
Y ella cumplió, saliendo a buscar a ese dichoso doctor. Lauren volvió a enfocar la mirada en él, quién había comenzado a acariciar su rostro para calmarla.
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Los amigos no mienten ©
Romance[GANADORA DE LOS WATTYS 2017 CATEGORÍA INNOVADORES] [GANADORA DEL PRIMER LUGAR DE LOS LOST WORDS AWARDS CATEGORÍA ROMANCE] De la amistad al amor, hay un solo paso. O al menos eso le pasó a Lauren Ross, una profesora sustituta de música que está perd...