2: El casamiento.

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Por primera vez en la historia de los romances de Richard Brewer, todo en la boda había salido perfecto y romántico. Lauren hasta creía ver realmente enamorado al padre de Leo, pero, claro, siempre lo parecía con todas sus esposas temporales.

April Brown, así se llamaba las nueva "madrastra" de su mejor amigo. A Lauren le entraba la risa loca cada vez que lo pensaba, la mujer tendría dos años más que Leo. Pero él hacía lo posible para que su padre fuese feliz y ella quería estar allí para él.

Desde que la buscó en su pequeño apartamento para que fueran juntos al evento, no pudo dejar de pensar en lo apuesto que él se veía con aquel traje. Y vaya que intentó quitarse aquella idea de la cabeza... Pero, vamos, había estado enamorada de él desde que se conocieron y jamás había podido quitárselo ni de la cabeza ni del corazón. Con el tiempo, había aprendido que parecer indiferente a sus encantos era lo que lo mantuvo a su lado. Eso y el hecho de que formaron una amistad indestructible. Ella había agradecido eternamente su alergia al compromiso, claramente. Verlo con otra sería... demasiado.

De todas formas, ahí estaba. Sentada en la mesa que le habían asignado junto a Leo y la familia más cercana a ellos, observándolo coquetear con la mesera de pechos grandes. Rodó los ojos. A Leo no lo detenía nada cuando se trataba de ligar.

Pero le alegraba que se hubiera olvidado un rato de ella, así pensaba en la mejor forma de decirle que había conseguido trabajo como maestra de música de intercambio en Escocia. Era una oportunidad que no podía perder... Demasiado dinero y serian solo dos meses. Lo extrañaría y sabía que a él le dolería, pero ¿qué podía perder?

Distraída en sus pensamientos, no notó que Leo avanzaba en su dirección. Maldita sea, ya deja de ser apuesto, pensó. Le sonrió ampliamente en cuánto él se sentó y apoyó su codo en el respaldo de su propia silla.

—Así que... ¿Cuando será? —Le preguntó ella, sonando indiferente. Leo soltó una carcajada.

—Para tu información, pequeña cotilla, aún no me ha dado el sí. Pero estoy seguro de que estos ojos almendra, estos lunares adorables, mi perfecto cabello y sonrisa deslumbrante fueron más que suficiente para que se entregue a lo inevitable.

—Ya cállate, asqueroso. Solo pregunté cuándo sería, no quería tanta información. Y ya borra esa sonrisa de idiota... —Lauren le lanzó una servilleta al rostro, provocando que su amigo estallara en carcajadas.

—Me pregunto si algún día seré yo quién haga esa pregunta... —Ella frunció su entrecejo pero Leo continuó antes de que ella contestara—. Y espero que nunca porque el bastardo que se atreva a jugar contigo como yo lo hago con las demás sufrirá una muy dolorosa castración. —El muchacho se acomodó en la silla, diciendo aquello de forma tan natural que por unos segundos Lauren no supo qué decir. Este se limitó a sonreírle mientras la observaba.

-En primera, sabes que no soy así, que no me dejaría manipular excepto por ti, para que me traigas a estos eventos asquerosos —Mencionó con una sonrisa divertida—. En segunda, aunque sea así, es injusto que tú puedas tener toda la diversión que quieras pero te comportes como un cerdo machista si yo quisiera lo mismo. No eres mi guardabosque, Leo, ya te lo he dicho —Mientras decía aquello, le lanzó una mirada de advertencia.

—Ya, lo sé. —Leo alzó sus manos como un gesto de disculpa y rendición—. Es solo que tú vales la pena, Lauren. A diferencia de las mujeres con las que me acuesto... —Se acercó a ella y acarició su mejilla con dulzura y lentitud. A Lauren se le entrecortó la respiración y su mirada se dirigió inevitablemente a sus labios.

—Muy bien, señor, señorita... ¿Qué desearán de postre?

La voz demasiado aguda para el gusto de Lauren de la mesera pechugona los sobresaltó a ambos. La castaña enrojeció un tanto y comenzó a rascarse el brazo con bastante dedicación. Leo, como siempre, un haz ocultando sus emociones.

Los amigos no mienten ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora